LA RESPUESTA COMUNITARIA / 303
Son tiempos de crispación, polarización y maniqueísmos. Hablemos de un país, un área geográfica, un continente. El mundo entero. De precariedad económica y moral. De temores fatalistas y fatalidades cumplidas, deterioro ambiental y de la salud pública. De violencia criminal en unas partes, franca guerra en otras. Florecen los racismos, los prejuicios, las innegociables diferencias religiosas y nacionalistas.
La democracia en términos electorales está muy desprestigiada. Y lo peor es que cada día más. En Estados Unidos, por toda Europa, el Medio Oriente, el subcontinente chino, Indonesia, Filipinas, Brasil. Prosperan los presidentes comediantes o paladines de la impotencia a lo largo de la Gran Europa, mientras avanzan las organizaciones protofascistas. Temibles e inamovibles hombres fuertes en Rusia y Turquía. Reinos déspotas en Arabia Saudita y sus satélites árabes. Amenazantes Estados militares como Israel, Irán, Corea del Norte. Países y regiones semi-coloniales en guerra permanente, de Yemen a Siria, del ex Congo belga a la Palestina arrasada y robada.
En este triste mapa político, hay algo quizás diferente en el continente latinoamericano, una región que raras veces ha rendido buenas cuentas en cuanto a democracia y libertades civiles. Existe un espíritu de revuelta que si bien puede ser mediatizado o cooptado, ya no puede ignorarse. A diferencia de Europa, acá la derecha va en retirada por ahora y se repliega, rencorosa. Lo vemos en México, Colombia, Chile, Bolivia, Honduras. Hay países que la hostilidad antidemocrática de la derecha ha vuelto casi ingobernables, como Perú, Ecuador y Guatemala. Países cercados y boicoteados, y aun así ya en las fauces del capitalismo global: Cuba, Venezuela. Estados usurpados en Nicaragua y El Salvador. Progresismos traicionados en Uruguay y Chile.
Mas por primera vez la región adquiere un perfil común propio. Aun en los limitados términos de la democracia electoral y los actuales ajustes nacionalistas ante la economía de mercado a la que están atadas las naciones latinoamericanas, el clima político es distinto al resto del mundo. Populares a trompicones, atrapadas en el capitalismo por más que digan lo contrario, las naciones “progresistas” (como se les ha venido apellidando) no salen del extractivismo, el despojo territorial, la urbanización, una industria y un turismo de rodillas ante los inversionistas del gran capital, sea yanqui, chino, español o de la Unión Europea. O local, pues también tenemos entre nosotros a algunos de los barones más millonarios del mundo.
Esta oleada de anti-neoliberalismo declarativo o efectivo no se debe a las urnas, a nuevas alianzas partidarias (México, Colombia, Chile, Honduras) ni a los retornos recurrentes del peronismo. La etiqueta de “izquierda” está muy manoseada. Deslavada. Se da por hecho, sin mucho análisis, contrapuesta a una “derecha” que se pone gorras, viste de colores claros y sale a pasear sus ostentosas minoría y blanquitud por las avenidas. En cierto modo derrotada. También boyante, patronal, más próspera que los países donde el gobierno promete atender prioritariamente a “los pobres”.
Ante el desconsolador estado de cosas en Estados Unidos, donde los retrocesos democráticos están a la orden del día, la situación latinoamericana resulta excepcional y alentadora. Al imperio yanqui, su armamentismo desbocado lo cubre de masacres estúpidas cada día, algunas de alto impacto. Un poder militar en guerra teledirigida en Ucrania hace camino para el conflicto global, abra o no el frente chino. Enfrenta crisis ambientales, desempleo y la inconformidad profunda de mujeres, afroamericanos, nativos americanos, trabajadores y migrantes del sur. En tanto, ha perdido la “exclusividad” que ostentaba en su patio trasero. Latinoamérica ya mercadea en gran escala con chinos, alemanes, españoles, franceses, británicos, canadienses, rusos, japoneses.
El posible retorno del trumpismo y la eventual instalación de milicias territoriales para defender su ilegitimidad abusiva, racista y ultraconservadora, vuelve a Estados Unidos un vecino incómodo. Y a la vez inevitable. Como palomillas atraídas por la luz, mexicanos, centroamericanos, cubanos y venezolanos migran masivamente al norte, jugándose la vida. Quienes lo logran se convierten, con grandes sacrificios y riesgos, en el pilar económico de sus familias y comunidades de origen. Así están las contradicciones en la actual Latinoamérica.
¿Qué determina esta situación política y social más “abierta”, incluso esperanzadora, a pesar de los espejismos? ¿Que los partidos nuevos en el poder convencen a la población con sus promesas? ¿Que los electores le apuestan a lo que suene a “cambio”? ¿No será acaso que las sociedades de nuestros países, los pueblos originarios emancipados y autónomos, los movimientos populares urbanos, las resistencias contra minas y narcotraficantes, la defensa de los recursos naturales y sus territorios, crean en conjunto una plataforma viva que, contra la corriente global, se fortalece en la diversidad y lo comunal?
Los Estados nacionales de Latinoamérica no pueden cantar victoria. Practican un colonialismo interno incontestable, sean Brasil, Chile, México, Guatemala o Colombia. Parte del calor político en nuestros países viene de la inconformidad activa y creativa de las comunidades y en general de quienes conciben un presente y un futuro en lo comunitario. Los Estados eluden las exigencias de autonomía, la igualdad de derechos lingüísticos y culturales de quienes demandan protección efectiva contra las bandas criminales, el otro sello de Latinoamérica: cárteles, maras, paramilitares.
Es la América que vemos en la resistencia a fuego vivo en Wallmapu, en las fogatas simbólicas y reales de Cherán, en la autonomía rebelde zapatista, en las grandes marchas de las nacionalidades indígenas en Ecuador. La más reciente contagió a barrios urbanos y universidades del país andino con ese espíritu comunitario, de organización y convivencia que fraguó la revuelta popular contra las medidas económicas de un gobierno autoritario y neoliberal de última hora.
Ante la cadena de guerras, colapsos, crisis alimentarias, hídricas y sistémicas que se avizora, la respuesta habrá de pasar por la comunalidad regional, la organización horizontal, las autonomías territoriales y alimentarias, la defensa frontal de los derechos individuales y colectivos. Algún día, los que mandan deberán obedecerles.