CIUDADES RURALES Y TREN MAYA
ORDENAMIENTO TURÍSTICO, DESARROLLO Y URBANIZACIÓN DIRIGIDA
Éstas son las principales conclusiones, adaptadas por Ojarasca para esta edición, del ensayo “De las Ciudades Rurales Sustentables a los ‘polos de desarrollo’ del Tren Maya: ordenamiento territorial y urbanización en Chiapas”, que cierra el volumen ¿Hacia un nuevo proyecto de nación? Patrimonio, desarrollismo y fronteras en la 4T, coordinado por Everardo Garduño y Giovanna Gasparello (Bajo Tierra Ediciones-Abismos Cada Editorial-Red de Antropología en las Orillas-El Colegio de San Luis y otros, México, 2022).
En el contexto actual del megaproyecto ferroviario del gobierno en el sureste y la península de Yucatán, aluden a la experiencia de las llamadas “Ciudades Rurales Sustentables” que, promovidas por la Organización de las Naciones Unidas, estableció el gobierno de Chiapas, particularmente en el periodo de Juan Sabines hijo (2006-2012), en algunas zonas indígenas donde se pretendía relocalizar a la población, como Santiago el Pinar, Jaltenango, la selva Lacandona y la zona norte zoque. Salvo la de Jaltenango, están abandonadas. Los indígenas prefierieron volver a sus parcelas originales; en Jaltenango,donde la relocalización fue parte de acuerdos distintos a las demás, muchas casas preconstruidas siguen habitadas, en parte por sus beneficiarios, y también se rentan a estudiantes, maestros y trabajadores que llegan a la región.
El proyecto de las Ciudades Rurales Sustentables, o CRS (Nuevo Juan de Grijalva es un caso aparte), ofrecía la oportunidad de reubicación voluntaria con la pro
mesa de la transformación de sus “modos y medios de vida”. La citada “utopía urbana”, propugnada en el Tren Maya por el director de Fonatur, subyace también al ordenamiento territorial planteado por las CRS: las ciudades como motor del desarrollo e integración a la economía de mercado de la población marginal; las zonas rurales aprovechadas por la agroindustria y las “bellezas escénicas” del paisaje explotadas por la industria turística. El balance a más de 10 años del inicio del proyecto muestra que lo que cambiaron fueron los “modos” de vida de sus moradores, enfrentados a la lejanía de sus tierras que siguieron labrando para sobrevivir, al fracaso de los distintos “proyectos productivos” emprendidos en la ciudad y al desajuste de la vida campesina en un espacio reducido e inadecuado para ella. Sus “medios” de vida, en el mejor de los casos, no cambiaron: el trabajo en el campo que les asegura al menos la autosuficiencia alimentaria, o la migración temporal a las fincas agroindustriales y a las zonas turísticas.
El ejemplo de las Ciudades Rurales chiapanecas, aparentemente, se aleja del escenario de antecedentes y analogías trazados para el Tren Maya. En dicho proyecto, los “polos de desarrollo” están pensados con una clara vocación turística. En este aspecto, es preciso preguntarse cuál será el resultado: ¿urbes “de apoyo” al turismo como Palenque o destinos “integralmente planeados” como Cancún? En ambos casos el desarrollo urbano incluye áreas periféricas, más o menos extensas, destinadas a la vida no laboral de los trabajadores empleados en la industria del ocio. ¿Quiénes serían el fulcro de la planeación urbanística de los nuevos centros urbanos a lo largo de la vía del Tren? ¿Los huéspedes o los anfitriones? A diferencia de las Ciudades Rurales en Chiapas, este tipo
de urbanización dirigida incluye una brecha de clase y raza difícil de superar en un proyecto claramente top-down y falto de todo proceso de planeación participativa.
El megaproyecto Tren Maya implica un complejo ordenamiento territorial en función de la urbanización en centros de población diseñados como destinos turísticos. Este ordenamiento gira sobre todo alrededor de la infraestructura de conectividad y de los “productos anclas” o “atracciones turísticas”, que en Chiapas serían principalmente la zona arqueológica de Palenque y las Cascadas de Agua Azul, y en menor medida otros destinos “de aventura” o “de naturaleza” en la Selva Lacandona.
El proyecto Tren Maya en la región implica la reactivación del CIPP (Centro Integralmente Planeado Palenque) Palenque-Agua Azul, aunque el Fonatur no lo haya mencionado aún de forma explícita, pues año con año el desarrollo del CIPP permanece como uno de los rubros del gasto corriente de dicha institución. Otro megaproyecto revivido en el marco del Tren Maya es la “Carretera de las Culturas”, autopista que comunicaría San Cristobal de Las Casas con Palenque. Tanto el decreto del gobierno del estado de Chiapas emitido en 2019, que autoriza la construcción del eje carretero San Cristóbal-Palenque, como el Programa de Ordenamiento Territorial de la Región Sur-Sureste, publicado por la Secretaría de Desarrollo Territorial y Urbano en 2022, hacen patente la conexión de la vía rápida con el proyecto ferroviario. Por otra parte, el impulso a la actividad turística en la región se coloca en continuidad con una larga serie de medidas y acciones que han proseguido en la misma dirección: explotar el potencial como “atracciones turísticas” de los bienes comunes naturales y culturales ubicados en los territorios indígenas. El proyecto Tren Maya seubica en evidente continuidad con sus antecesores Mundo
Maya (Organización del Mundo Maya [OMM], 1996), CIPP (Ceura, s/f) y Chiapas 2015 (United Nations World Tourism Organization [UNWTO]; Secretaría de Turismo [Sectur]; Gobierno del estado de Chiapas; Themis, 2009).
Se han señalado algunos importantes problemas que conlleva el impulso al turismo “sostenible” cuando esto no implica propiciar proyectos realmente comunitarios de promoción y hospedaje, a través de procesos participativos de planeación y con la adecuada capacitación de las personas participantes. En consecuencia, la población indígena y campesina que habita los territorios aledaños a los “atractivos” percibe la actividad turística con desconfianza, pues opina que sus sitios sagrados e históricos, y sus bienes naturales y paisajísticos serían expoliados en beneficio de los empresarios del sector; la “derrama económica” proveniente del turismo no se percibe como beneficio para todos, sino para los inversionistas favorecidos por las instituciones locales.
Este modelo implica, entre otras consecuencias, la transformación del entramado definido por el Movimiento para la Defensa de la Vida y el Territorio (Modevite), organización conformada por más de 200 comunidades de las regiones Altos, Norte y Costa de Chiapas en oposición a los megaproyectos (autopista San Cristóbal de las CasasPalenque y, desde 2019, también en oposición al Tren Maya), como “modos y medios de vida”, esto es, las formas de producción y reproducción, material y simbólica, moldeadas en una larga trayectoria histórica por las culturas y el contexto territorial en el cual se desarrollan. El reordenamiento social que implica el desarrollo de la industria turística es especialmente peligroso, porque impulsa la terciarización de las actividades económicas, esto es, el tránsito de las actividades primarias —agricultura y pesca— hacia el ofrecimiento de servicios (si hay capital) o mano de obra no calificada.
Madrid y Fernández (2020) identifican en el Tren Maya un “nuevo impulso a la desruralización”. Afirman que el megaproyecto se perfila como una gran inversión enfocada al desarrollo urbano, que generaría una enorme atracción de mano de obra en los polos de desarrollo bajo el supuesto de reducir la pobreza mediante la generación de empleos asalariados, mientras se acentúa el abandono a los servicios públicos en poblados rurales y la desatención de la problemática en los territorios, generando un proceso de migración de la población rural, abandono de las tierras y pérdida de la vida comunitaria (Madrid y Fernández, 2020, p. 5).
La urbanización y la terciarización suponen el decrecimiento de las actividades productivas agrícolas y tradicionales, y su pérdida de sentido y de interés principalmente para la población más joven. La denigración del trabajo campesino, que se basa en las promesas de prosperidad ofrecidas por la urbanización o el empleo en los servicios turísticos, son un proceso que redunda en la pérdida de conocimientos y saberes tradicionales, territorialmente arraigados, y al final en el despojo cultural y epistémico que es evidente en el medio rural actual.
Desde luego, no se trata de un proceso automático que se imponga sin resistencias, explícitas o no, ni que suceda de manera repentina; tampoco significa ignorar los rezagos del Estado en la garantía de los derechos fundamentales en muchas regiones del país, o negar la impelente necesidad de la población de mejorar sus condiciones de vida. Lo que las organizaciones indígenas han señalado, ayer y hoy, es la falta sistemática de su inclusión en los procesos de planeación para el desarrollo: la falta de información, consulta, consenso y participación representa las distintas etapas de la exclusión en el diseño y la implementación de políticas públicas que, en muchos casos, son alardeadas por los políticos como de exclusivo beneficio del “pueblo”.
La parábola de las Ciudades Rurales Sustentables es emblemática de lo que podría ocurrir si las actividades económicas previstas como motor de la urbanización no lograran tener el éxito esperado. El fracaso de la reconversión productiva en las CRS podría tener un equivalente en los proyectos turísticos, considerada la fuerte inflexión del sector determinada por la pandemia de Covid-19 entre 2020 y 2022. Asimismo, la falta de participación social en la planeación del megaproyecto Tren Maya tiene como resultado la ideación de emprendimientos económicos que no incluyen el turismo comunitario ni las actividades productivas que la población indígena y campesina practica y ha fortalecido durante décadas, creando una brecha importante entre los “planes de desarrollo” institucionales y los proyectos de quienes habitan los territorios. En el caso de las CRS, el ideal de reconversión productiva se transformó en el regreso a la labor agrícola, a las parcelas tradicionales y a las comunidades inicialmente abandonadas por sus habitantes.
La territorialidad que caracteriza a la población indígena y campesina es fruto de un proceso social e histórico profundo, que conjunta la memoria y la visión de futuro de la colectividad; es “la historia de un pueblo en un lugar” (Barabas, 2004, p. 150). En el curso de la investigación se comprobó, una vez más y por si hiciera falta, que habitar en comunidades pequeñas, y vivir del trabajo en el campo, es todavía la opción elegida —no obligada— por muchos de aquellos que así viven.
Las organizaciones del campo entienden “desarrollo y progreso” como la dignificación del trabajo campesino y el fortalecimiento del modo de vida que les permita vivir bien en su pueblo, en su tierra, y no tener que migrar para “hacer chambitas” en la Riviera Maya. En la región Norte de Chiapas, punto de partida del megaproyecto Tren Maya, la identidad campesina es tan fuerte como aquella indígena, ch’ol y tseltal. La tierra de cultivo confiere el sentido de pertenencia a la familia, a la comunidad: “es mi tierra, aquí crezco, vivo y conozco. Si te quitan la tierra, ¿de qué vives? Es como si te mataran vivo”, afirma Pedro, integrante del Centro de Derechos Indígenas de Chilón (Cediac).
Frente a la arraigada territorialidad indígena y campesina, y a las oportunidades que su valorización y dignificación tendría para la población, la insistencia en vincular el “desarrollo del sureste” a la urbanización y a la industria turística genera relevantes dudas y profundas preocupaciones que deben escucharse y atenderse para que la Cuarta Transformación no llegue a ser, más bien, la Inevitable Continuación del despojo a los territorios y las culturas de los pueblos indígenas de México.
__________
GIOVANNA GASPARELLO es Profesora-Investigadora Titular Cen la Dirección de Etnología y Antropología Social del Insti-tuto Nacional de Antropología e Historia (DEAS-INAH). Ha publicado, entre otros, los volúmenes Pueblos y territorios frenteal Tren Maya (coordinado por G. Gasparello y V. Núñez, 2021); Justicias y pueblos indígenas en Chiapas (Tirant, 2018) y los ensayos “Conflicto, respuestas comunitarias a la violencia y formación de paz en Cherán, Michoacán” (Revista Cultura de Paz,2018) y “Respuestas comunitarias a megaproyectos, despojo y violencia: defensa de los territorios y los bienes comunes” (Enel Volcán, 2020).