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TSITSIMITL: EL ORIGEN DE LA MOSCA

JUAN CARLOS PEREZ SANTIAGO

Hace mucho existió una mujer alta, fuerte, con frente amplia con boca ancha y ojos profundos, generalmente se le veía con naguas negras: Por sus rasgos físicos le denominaron la Tsitsimitl, que en español significa mezquina. Muchos nahuas de los pueblos cuentan que esta mujer era una bestia porque practicaba el canibalismo. Sus víctimas eran frecuentemente niños, cuentan que le gustaba verlos sufrir hasta acabar con ellos. Este mito es muy conocido por esta cultura, por lo que su historia será contada a continuación.

Tiempo atrás llegó a un pueblo náhuatl una mujer a quien la gente consideró una vagabunda, ya que siempre la veían caminar por las calles. Así la fueron conociendo. La mayoría de veces la observaban quedarse en la entrada de la iglesia. Pasando un tiempo corto demostró que era una señora amable, respetuosa y honrada. Otra de sus virtudes era que en todas las ocasiones de mayordomía ella se ofrecía a ayudar y eso la gente lo veía muy bien. Era muy acomedida, recurrentemente ayudaba en las casas de las personas del pueblo sin ningún costo, sólo a cambio pedía algo para comer. Muchos no se imaginaban pero eso era su estrategia para ganarse la confianza y poder establecerse en el pueblo.

Un día común llegó inesperada a la casa de Juana, una señora de aquel pueblo, y con engaños le pidió de favor que le diera permiso quedarse en su hogar un tiempo mientras construían la suya. Juana accedió sólo pidiéndole que se comportara y que ayudara a los labores del hogar. Pasaron años y la mujer no salía de casa de Juana. Ésta por amabilidad no le decía nada. Un día normal Juana salió a una reunión de la comunidad dejándole encargo a su hijo para que lo cuidara, así que salió de casa confiada. Regresando quiso abrir la puerta y no podía, algo se encontraba obstruyendo la entrada. Juana pidió ayuda con los vecinos, quienes tuvieron que tumbar la puerta para poder entrar. Ella desesperada empezó a buscar a su hijo pero quedó impactada cuando vio a aquella mujer devorándolo. Juana gritó y los vecinos empezaron a corretear a aquella mujer caníbal, pero fue imposible alcanzarla. Sus pies, altura y fuerza le dieron ventaja para desaparecer entre el monte fangoso. En este momento iniciaba la historia de una mujer que muy pronto sería llamada Tsitsimitl. Fue buscada por la gente del pueblo pero nunca volvieron a saber de ella.

Aquella mujer, ansiosa por volver a saciar sus ganas terroríficas de canibalismo, siguió su camino en busca de encajar en otra comunidad en donde no la conocieran y que no supieran de los problemas que había causado en aquel otro pueblo. La ventaja que tenía la Tsitsimitl es que en el siguiente pueblo que llegó se encontraba a una semana caminando a pie de la otra comunidad, confiada de que la encontrarían fácilmente.

La Tsitsimitl caminó una semana sin descanso llegando a otra población. En aquel pueblo repitió lo mismo: comenzó a ganar la confianza de las personas colaborando en todo las festividades, esa actitud la tenía para poder encajar nuevamente. Por su gran honestidad se ganó la confianza de una familia. Ellos la llevaron a su casa dándole un cuarto propio, le complacieron con lo que pidiera, le construyeron un temazcal propio, ya que a la Tsitsimitl le gustaba mucho bañarse. En esa casa estuvo por mucho tiempo ayudando en los diferentes actividades que le decían, así es que se ganó más la confianza de la familia, por lo que ya se contaba como un miembro más.

En la comunidad se escuchó llegar a gente extraña. Esas personas mencionaban que venían en busca de la Tsitsimitl. Muchos en el pueblo se preguntaban quién era. La Tsitsimitl siempre aparentando ser otra persona, pero un día saliendo de compras, los señores que la buscaban la pudieron reconocer desde lejos. Eso ayudó a que la pudieran seguir, ya que traían la orden de los topiles de asesinarla para que se hiciera justicia. Para perpetrar el asesinato, a los hombres se les ocurrió un plan. Visitaron a los topiles de aquella comunidad para ver dónde vivía la Tsitsimitl. Lo que prosiguió fue que llamaron a la señora María, quien era la dueña de la casa en la que se quedaba. Se voceó para que María pudiera ir a la casa de los topiles en donde se encontraban planeando.

La señora María atendió al llamado. Dejó a su hijo a cargo de la Tsitsimitl. Terminando la reunión María decía que no podía creer lo que le habían contado, era algo inexplicable para ella y con un nudo en la garganta sólo pensó en su hijo. “¡Mi hijo!”, exclamó. Le preguntaron ¿dónde está? Ella respondió: “La dejé con esa señora”. Corriendo, María llegó a su domicilio, abriendo la puerta se dio cuenta que aquella mujer estaba desvistiendo a su hijo y teniendo las intenciones de devorarlo. La Tsitsimitl se dio cuenta y dejó al niño; María no dijo nada, sólo sonrió y agarró a su bebé para consolar el llanto que tenía. Ahora el cariño que le tenía a Tsitsimitl había cambiado, pero por el momento no le reclamó lo que había sucedido, esto para no perder su confianza.

María ya sabía del plan, al día siguiente le comentó a la Tsitsimitl que si la acompañaría para ayudar a su co

madre porque iba a tener una fiesta. Ella accedió, llegando al sitio le dijeron que iban a hacer un ritual para la ceremonia de presentación de la hija de su comadre y le recordaron que se iban a tardar mucho, por lo que le ofrecieron bañarse en el temazcal. Ella agradecida accedió, pero no se imaginaba que la gente ya se había reunido, no para la fiesta sino para matarla. La Tsitsimitl entró confiada al temazcal. Los hombres enviados por los topiles con ayuda de las demás personas rodaron una piedra para obstruir la salida. La gente empezó a atizar demasiado el temazcal. La Tsitsimitl gritaba de dolor y suplicaba que la sacaran. Tratando de salir confesó sus delitos y juraba que nunca lo volvería a hacer, pero era demasiado tarde, la gente ya había decidido. Tardaron toda la noche atizándole hasta que no quedó nada de aquel temazcal. Habían consumado su venganza.

Los restos de la Tsitsimitl fueron puestos en una caja. Muchos, aterrados por lo que pasó, se fueron a sus casas. Nadie quería saber lo que había sucedido, nadie accedía a tirar los restos por miedo de que despertaran al mismísimo demonio. Por ahí vieron a un vagabundo ebrio al cual le encargaron el favor, en cambio le darían un litro de refino. Él accedió rápidamente, sólo le dijeron que la caja lo fuera a tirar en la barranca pero de ninguna manera lo abriera. El vagabundo comenzó su viaje pero entre más caminaba más le llamaba el interés de saber que era lo que llevaba. A media hora de camino sintió demasiadas ansias que le hicieron abrir la caja. Al abrirla, de los mismos restos surgieron miles de moscas que salieron disparadas hacia todos lados.

Desde entonces la gente de los pueblos nahuas tienen la creencia que ese fue el origen de la creación de la mosca. La mosca tiene un singular parecido a la Tsitsimitl, estando siempre en lugares inesperados, con las ansias de estar en todas partes. Por ello su alma nunca desaparecerá y siempre la tendremos presente.

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JUAN CARLOS PEREZ SANTIAGO, originario de la comunidad náhuatl de Analco en el municipio de Ahuacatlán, Puebla, es licenciado en Derecho con Enfoque Intercultural por la Universidad Intercultural de su estado.

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