GRITO DE PÁJAROS EN XOCHIMILCO
Las aves lacustres de Xochimilco siguen sobrevivas no sé cómo. Por lo alto y lo bajo recorren los vastos canales de lagos que ya no existen. Señoríos, aldeas y pequeños reinos asomaron aquí dos milenios atrás de pies a cabeza en balsas, canoas y trajineras menos rápidas que los patos a nado. Donde fue asiento de la civilización cuahuilama, anterior al dominio azteca, flacas mugen hoy tristes vacas lecheras sobre las chinampas y se hunden hasta el vientre en lo que son estos lodos.
Hay un silencio. O varios.
De su fondo nacen cantos, gorgeos, cacareos, silbidos que graznan y exclaman, indiferentes a la lama y los lirios invasivos. Descansa la paz del suelo en la red de raíces de los dulces ahuejotes que parecen cipreses despeinados y crecen en los bordes y las orillas como diques para que las chinampas no se disuelvan.
Blancas alelías sobresalen de la generalidad de las varas de tule montadas en el agua que lame, pudre, fermenta, insemina, abona y mata las plantas, los seres y la tierra que nace-muere incesante.
Temporada de Muertos. Las embarcaciones de los agricultores parecen jardines flotantes amarillos, atiborradas de cempasúchiles al por mayor. Aquí mero es donde nacen todo el año los millones de flores que ornamentan en lo posible la espantosa Ciudad de México, la que se devoró al lago.
En los extremos de Santísima Trinidad Chililico zarpamos con una catrina ojerosa, pintada y primorosamente vestida en la lancha satélite de la trajinera. Vamos en pos de la luz del alba que ya barrunta la silueta de la Mujer Dormida. Hasta que el resplandor estalla rojo, amarillo, blanco, negro, azul y naranja al mismo tiempo, como la sangre.
Las aves se agasajan. No deja de sorprender que sean tantas y tan variadas como exóticas, en un hábitat inimaginable apenas al borde de la mugrienta ciudad capital.
Aquí debió inventarse el popote imitando a las aves. Garzas inmensas y no tanto, blancas, azules, tricolores o morenas, anhingas, gallaretas a tientas con sus patas de aguja, íbices de pico curvo para sorber las flores, los bichos y el agua. Corren las monjitas, asoman los carablancas. Cercetas, pijijes y patos de collar, frisos, golondrinos, chalcuanes en familia. Milanos cola blanca, alondras cornudas, charranes y calandrias. Los hay saltapared, martín pescador, costureros, picopandos. Gansos rimbombantes, la curiosísima ave llamada perro de agua. Cenzontles descocados, chorlos tildíos. Acechan agulillas, tecolotes, búhos cornudos. Ocasionalmente llegan algunos pelícanos, ¿de qué mar vendrán?
Cuánta afinidad tienen las aves con los humedales musgosos, enlamados, cuna mitológica de Xólotl, caudillo chichimeca que invadió el futuro valle de Anáhuac en el siglo X y según la leyenda mutó en el inestable y sorprendente ajolote (Ambystoma mexicanum), capaz de regenerar su cuerpo mutilado y de vivir hasta 30 años. Dado a las transformaciones, Xólotl también se convirtió en tejolote (texólotl), la piedra de mortero del molcajete.
Bañada por el sereno, la trajinera rebalsa en la inmensidad apacible de un mundo anfibio y esencialmente noble cada día más alterado por las nuevas rutas de los aviones que dejan o arriban a los grandes aeropuertos de La Bestia.
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Breve relación de un recorrido en los rumbos del gran canal de Apatlaco adentro por los humedales, ranchos y chinamperas de Xochimilco, bajo la guía de Othón Velasco, floricultor, promotor de la cultura xochimilca y defensor del medio ambiente.