EL LLANTO DE LOS INOCENTES
Aún era de madrugada cuando el aullido de los perros me despertó. La luz de mi vela estaba un poco apagada, como cuando algo malo va a pasar. No le di mucha importancia y me abracé a mí misma para volver a caer en un sueño profundo. En cuanto amaneció me levanté para salir a traer agua y dejar mi nixtamal en el molino.
De camino a traer agua comencé a sentirme mal, mi vientre se contraía y los dolores eran cada vez más fuertes, tal vez había llegado el momento de dar a luz, pero según mis cuentas faltaban algunas semanas. Había esperado tanto ese día que ni siquiera sabía qué hacer, así que me encaminé a la casa de mi madre. Al llegar me encontré con la sorpresa de que se había ido a conocer a un bebé que acababa de nacer. Mi hermana me contó que era un nacimiento tan importante que todo el pueblo se había reunido para darle obsequios a los padres; por lo tanto, ella fue quien me ayudó. En cuanto tuve a mi bebé en mis brazos mi ser se renovó, hermoso, como esas mañanas que tanto me encantaba ver, como todos los luceros juntos, sus ojos me tenían hechizada, quería que todo mundo lo admirara, así como habían hecho con el otro bebé. Pero jamás llegó alguien.
Días después regresé a mi casa, al pasar por el pueblo vi a las personas preocupadas, algunas apresuradas. El ambiente se sentía diferente, pero yo estaba muy feliz con mi pequeño, no podía avanzar muy rápido así que un par de veces me tropecé con las personas y algunas terminaron gritándome por caminar lento, entonces se acercó dona Mari, me tomó por el brazo y me llevó sin preguntarme a mi casa, en cuanto entramos comenzó a meter mi ropa en un morral y caminaba a grandes pasos por mi pequeña casa, a mí apenas me dio tiempo de poner a mi bebé en la cama cuando ella gritó:
–Pero, ¿qué haces?, tienes que irte. Ellos vendrán y lo matarán.
La miré confusa, tal vez ella se estaba volviendo loca. Me quedé de pie viendo cómo lloraba y se maldecía, hasta que escuché algo raro fuera, salí y en cuanto el viento me golpeó la cara, escuché algunos gritos muy cerca, era tanta la desesperación que, no miento, me asusté demasiado, escuché de nuevo gritos llenos de temor y después nada…
Me di la vuelta y dona Mari ya no estaba. Me apresuré a llegar a mi cama y un miedo terrible inundó mi cuerpo cuando vi que mi bebé no estaba. Salí corriendo, luego gritando me adentré por el camino que estaba cerca de mi casa. Me detuve un par de segundos, el mundo giraba tan rápido que mi vista estaba nublada. Traté de seguir, pero en ese instante todo estaba tan oscuro…
Unas gotas de agua me despertaron, estaba tirada cerca del río, me pregunté cómo había llegado hasta ahí. Sentí ese vacío, me toqué mi vientre y él no estaba, así que como pude me levanté y continué para buscarlo.
No tardé mucho en llegar al pueblo, pero algo horrible atrapó mi vista, había sangre, cuerpos en todas partes. Podía escuchar el llanto de los inocentes llamarme a aquel abismo, no dudé en asomar la cabeza en aquel pozo y todos estaban ahí, no pude contenerme. Lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas y un grito desgarrador salió de mi garganta. Di media vuelta y los cuerpos de las madres estaban ahí intentando calmar ese débil llanto. Seguí buscando a mi bebé, pero jamás lo encontré.