TESOROS DE LA GRANDEZA MEXICANA / 308
Cuando no hay justicia ni reparación el pasado no se va, vuelve y siempre muerde. Han pasado 25 años de la masacre en Acteal y la herida está abierta; sigue siendo una vergüenza nacional por la pobre aplicación de la ley y la justicia en el castigo a los autores intelectuales y materiales del asesinato colectivo que ocurrió en Chenalhó, en los Altos de Chiapas, el 22 de diciembre de 1997.
La lista comienza con el entonces presidente Zedillo Ponce de León, su secretario de la Defensa Nacional, el general Cervantes Aguirre, y el gobernador Ruiz Ferro, hasta presidentes municipales, policías a cargo, tropas federales, medios de comunicación, además de más financiamiento y encubrimiento para la división comunitaria y la agresión contra los tsotsiles que simpatizaban pacíficamente con la lucha zapatista y las propias comunidades zapatistas. No se escatimó ningún ardid contrainsurgente para desatar los demonios de la matanza cobarde.
Lo peor es que nunca fueron investigados a fondo aquellos paramilitares bien identificados como bandas organizadas y puestas en acción por agentes gubernamentales que aplicaban manuales de contrainsurgencia inspirados en los del Pentágono para Vietnam y Guatemala. Las armas de los paramilitares nunca se incautaron, se continúan disparando, multiplicadas, desde Santa Martha, Chenalhó, contra los pueblos vecinos de Magdalena Aldama, y también contra sus propios hermanos de Chenalhó. Nunca se arrancaron las raíces del engendro, y en tiempos de narcotráfico creció.
Las comunidades heridas a lo largo de 1997 pertenecientes a la resistencia rebelde y la organización civil de Las Abejas de Acteal siguen adelante con dolor y dignidad; sin renunciar a la vida, hoy conservan las alegrías de la fraternidad y la creación de belleza en el telar. Recuerdan la tragedia celebrando la constancia de tantos hombres y mujeres que optaron siempre por la paz y son tesoro vivo de la grandeza mexicana.
La defensa del maíz en México reviste una condición especial y extraordinaria, incomprensible para las sociedades capitalistas del mundo, con cierto eco en los Andes de Perú, en Colombia, Ecuador y las montañas de Guatemala, donde el maíz también es cosa seria. Por ello es tan trascendente resistir la invasión del maíz transgénico y los agrotóxicos asociados. Las grandes transnacionales y los gobiernos comprometidos en un libre comercio a rajatabla han impuesto como un hecho el maíz manipulado industrialmente, con colosal ventaja financiera para las corporaciones. Causan así un empobrecimiento barbárico de la riqueza alimentaria, productiva y biológica de los maíces propios, ese arcoíris creado a mano y sol por los milperos.
El gobierno mexicano está obligado a resistir las presiones de Estados Unidos y reparar esa aberración. Que en el resto del globo la privatización genética del maíz resulte de (aparente) poca importancia, dados sus múltiples usos industriales y energéticos no significa que para la población mexicana y sus tierras labrantías deje de ser vital por razones alimentarias y civilizatorias.
En Xochimilco sonó la campana de inconformidad y resistencia. Pronto respondieron los pueblos aledaños, también nahuas, de Milpa Alta y Tlalpan. Consideran inaceptable que les sustraigan el agua, y partes de su territorio, a nombre de un progreso que, como en el caso del maíz transgénico, favorece a las corporaciones, ahora constructoras e inmobiliarias. Beneficia la movilidad y expansión de la burguesía y hasta las clases medias y los gobiernos de las entidades capitalina, morelense y mexiquense.
La resistencia de San Gregorio Atlapulco contra el atentado contra los canales y manantiales de Xochimilco detonó el rechazo indígena ya de antes inminente al plan de ordenamiento de la CDMX que, mediante consultas que no dan prioridad a las comunidades indígenas y campesinas directamente afectadas, empuja la desbocada mercantilización y gentrificación de la periferia rural y los barrios tradicionales de la Ciudad de México, que entre sus víctimas recientes están Xoco y Topilejo.
Se debe interrumpir esta tendencia. El neoliberalismo desbocado y gentrificador goza de cabal salud, mientras crecen la criminalización y difamación de los pueblos y sus representantes. El antídoto reside en el respeto a la voluntad y soberanía de estos pueblos y su medio ambiente. Son el jardín, el bosque y la belleza, el suelo surtidor alimentario e hídrico, el pulmón y la belleza natural del Valle de Anáhuac y las montañas que lo envuelven.