JANI MAATSA ERANDI
¿Desde cuándo el fragante caballero galante comenzó a fustigar al universo?, se inquirió en silencio Alom. Una tarde el bosque descansaba en un divino paisaje, todo era frondosidad. Las flores se desvestían ante los ojos de miel y al frescor de la serena tarde silente, mientras la fauna y los seres nictófilos y opacarófilos contemplaban las sonrisas de los fémures descomunales de las nínfulas, apasionadas, divas idílicas y aromáticas que arden sobre los ríos desnudos. El melifluo silencio del bosque se extraviaba entre la bruma del bosque. Por las noches, la luna incitaba a la oscuridad de la Tierra para que illumini la notte del mondo (‘ilumine la noche del mundo’). La calima del bosque cubría el césped agreste en el exterior de una vivienda oblonga construida con bareque, barro y cubierta con techo de paja y hojas de palma. Bi uki tüngkuy maatsa ’üy paja’k ma’ixi (El sueño melifluo del lucero del amanecer) apenas llegaba a la etapa tres del descanso sin movimiento ocular rápido, pero el frío espeluznante de invierno llegó al cuerpo de una mujer que se encontraba acostada sobre una cama fija, hecha sobre horquetas que sostenían los parales. Era de estatura media como la nova, angulosa, delgada, inocua y armónica con cabello recogido en una cola de caballo. Sus rasgos físicos se asemejaban a las amas de casa trabajadoras y tesoneras que han enfrentado los embates de la vida. Jani Maatsa Erandi (Sueño melifluo de la Estrella del Amanacer, en lenguas: mixteca, zoque y p’urehépecha), que es su nombre, mantenía oculta la moralidad imperante y sumisa en soledad inmensa. Ella se despertó y se dirigió a la cocina en la parte exterior de la casa. Tomó una tea y se dispuso a abrasar el fogón levantado en madera y cubierto por greda. En una olla, construida con las manos burdas de su bisabuela, comenzó a preparar pote’k uki (bebida zoque). Constantemente tomaba el fuelle para avivar la lumbre. Era la hora maitines cuando Anee (Rayo, en mixe) y Alom (Señor del cielo, en lengua maya) se acercaron a la fogata. Sentados en corro, Alom recibió una taza de pote’k uki, mientras Anee templaba las cuerdas de su guitarra, aunque nunca llegó a tocarla. Al poco instante, Anee se olvidó de su guitarra y pidió una taza de pote’k uki para acompañar los sorbidos de su abuelo. Anee era un niño de tez clara, nariz pequeña, pecas en las mejillas rojitas, burdas las manitas, los ojos cafés y siempre le acompañaba una sonrisa encantadora que le formaba hoyuelos sobre sus mejillas. Anee heredó del abuelo la guedeja indómita, la pasión por la música, las artes y la predilección por las lenguas. Alom, en cambio, era un anciano decrépito, tenía crecidas y espesas las cejas, garzos y hundidos los ojos, arrugada la tez y canoso el escaso cabello hirsuto, que peinaba con sin igual arte.
Después del pote’k uki, Alom le dijo a su nieto: “Vamos a observar las flores que ornamentan el campo”. Anee aceptó con cautela. Durante el trayecto Anee blandía la silueta del viento con sus manos burdas, mientras Alom recitaba los versos del poeta zapoteco: “Guiranu bíchinu, riní’nu túbisi diidxa’, nadxiinu’ guendanabani, guibá’ ni rusieepa íquenu, ubidxa xiñá’, yudé xti’ neza, ca diidxadú’ xti’ guendarannaxhii” (“Todos somos hermanos, hablamos la misma lengua, amamos la existencia, el cielo que nos cubre, el rojo sol, el polvo del camino, las palabras tiernas del amor”). Continuaron su trayecto sobre una trocha enmalezada. Llegaron al lugar donde los rayos crepusculares acarician el culmen del estratocúmulo que avista las lluvias. En la lontananza, se observaba como el sol iluminaba al yo, tú, él, nosotros, ustedes, ellos, al reflexivo, al recíprocro, al impersonal, al dual, al inclusivo, al exclusivo y a todos los marcadores de personas que cohabitan en soledad irracional en la expresión de la Tierra y de todas las innombrables lenguas. Todo era silencio, claridad y palpitación. De pronto la quietud se vio interrumpida con voz ronca y potente: “La Tierra es poeta; sólo ella siente la pasión desbordada que provocan los besos de los fornidos caudales de los ríos sobre las pieles de las náyades admirables, delicadas, inteligentes y amables que atrincheran sus labios de miel sobre la silueta de los árboles para que el colibrí titile y dance en el pistilo de la cintura de las montañas ermitañas que proveen los alimentos”, dijo Alom. “El eco de las inhóspitas voces de los desiertos se aproxima apresuradamente hacia los bosques, selvas y montañas y ningún poeta siente cómo los tórridos brazos del sol calientan la exhuberante espalda de la Tierra y luego rasguñan el centro de su carismático fémur y persuasivo muslo glorioso y fastuaso”, añadió el anciano. ¿En qué momento la Tierra parió a los obsesionados gentleman por conocer los recónditos ‘secretos del cielo y la tierra’?, ¿cuándo dio a luz al irrisorio polite obstinado por ‘desentrañar la misteriosa alma del hombre’?, se inquirió el anciano. ¿En qué momento el repugnante engendro comenzó a castigar a su progenitor: El Cosmos?, volvió a cuestionarse el anciano.
–Anee, dey mix ’ün ’oktsamjaba tum ’oktsam angpünjo. Malay pinük mix ’ün ’oktsamjaba kastiyajo, pe ya nümon tsamü dëdë yanke tsame (“Anee, ahora te contaré una historia en zoque. Ojalá pudiera contártela en castellano, pero no puedo hablar esa lengua ajena a nuestro territorio”)
—dijo el anciano.
–Jü’ü chik jaton pün. Mix ’ün matongpa (“Sí, abuelito. Le escucharé”) —respondió el infante.
–Mix ’ün nümjaba ke ni tum tsame mix ’ün ’oktsamjayü’ ga tenti, dede tsame dü ’oktsamjayxukü yaja’k apu pündükay (“Te anticipo que ninguna palabra que he proferido con antelación son mías, esas palabras las produjeron nuestros antepasados”) —añadió el abuelo.
–Jü’ü chik jaton pün. Mix tsame, düx mix ’ün matongpa (“Sí, abuelito. Yo le escucharé con atención”) —volvió a responder el infante.
“Anee, todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia y éste es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”, citó el anciano achacoso. “El moderno modelo educativo importado del viejo occidente oxidado ha caducado. La vieja democracia oxidada importada de Atenas, hoy propagada por todos los ínfimos rincones de nuestro glorioso planeta, ha fenecido”, añadió el abuelo. “Hogaño en nuestras escuelas se propaga una democracia que arremete contra los fonemas, sílabas, morfemas, acentos, lexemas, palabras, frases y oraciones simples y complejas del viento, atmósfera, clima, agua, fuego, flora, fauna y de todas las especies de la Tierra”, profirió el anciano. “Que la noche ilumine la razón nublada del mundo”, citó el abuelo.
Se tornó un límpido silencio taciturno. En el horizonte el ápice del sol, ojos de oro, hilvanaba cada milímetro de la epidermis de la nova aventurera, doncella intrépida y adorable, mientras los brazos de la luna diáfana contemplaban los temores de la silueta del viento; escultor de la humanidad. De pronto, la quietud del silencio se vio interrumpida: “Anee, ¿cómo comprar el estruendoso silencio indemne del aire?, ¿cómo vender el cielo sin sus astros?, ¿cómo comprar el hálito frío de la Tierra o vender el vaho tórrido del sol?”. El silencio sosegado seguía a las constelaciones. Luego el anciano profirió:
“A pesar de que la Covid-19 nos enseñó que la mezcla gaseosa más significativa para la vida humana y de todos los seres vivos son insustituibles, hogaño, resulta difícil entender la avaricia de los nax ’øy tsutsi mukpa’døkay ‘succionadores de la Tierra’, por comprar la Tierra con jamatin ‘heces del sol’ (traducción ‘dinero’ en varias lenguas de América), pe junang ’ün ma’üba bi nax, bi wayay xawa paja’k, bi jama, bi taxe xepe üy xuki, bi nax üy kopak nünti bi’t ’üy koyumidükay yakti, düxja’ yan angkimtama yakti (pero, cómo vender la Tierra, el frío viento melifluo, el sol, los besos de luna llena, el cielo y sus constelaciones si no tienen dueños, nosotros somos nada ante ellos). Quizás porque el mundo sistemático de los nax ’øy tsutsi mukpa’døkay los han despojado del significado del lenguaje del Cosmos, por ello jamás comprenderán que cada minúsculo rincón de la Tierra es sagrado para el pueblo, cada pistilo resplandeciente, cada nube del oscuro bosque y cada zumbido del más ínfimo insecto son sagrados para la memoria del pueblo. La memoria corta de los nax ’øy tsutsi mukpa’døkay no les permite recordar que la savia que circula en los árboles porta la sangre de los ’angpün tsamedükay ‘hablantes de lenguas originarias’, quienes protegen la selva y la vida.
Bi nax ’øy tsutsi mukpa’døkay no comprenden que nosotros ‘…somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el tigre, el mapache, la ardilla, el armadillo, la garza, la paloma, el zorrillo, el tapir, la guacamaya, el pavo real, el águila majestuosa son nuestros hermanos […] todos pertenecemos a la misma familia’. Con el temor a equivocarme, trato de entender que el único enemigo de los nax ’øy tsutsi mukpa’døkay es la realidad; una realidad que ellos mismos intentaron hacer imposible entender y buscaron sustituirlo con fantasmas, tótems y mentiras.
Cómo vender el cielo si debajo de ello desfilan con emoción la flora, la fauna y los seres nictófilos y opacarófilos. Cómo vender la Tierra si de ella brotan los manantiales culinarios: awyaaty ‘tamalón (con tomate y hierba santa)’, tsë’ëpy kyanëë ‘caldo de quelite’, mujty aay ‘yerba mora’, pajk yajwa’ats ‘yerba de tallo hueco o vacío’, nakwet ‘verdolaga’ tsi’iwip ‘guia de calabaza’, akxaj wip ‘guía de chayote’. Cómo vender los sonidos del aire modelado con los gestos arquitectónicos de las manos de la Tierra que proporciona: tsejtsy aay ‘hoja de colorin-zampantle’, kox mëduu ‘yerba mora de montaña’, kedsë’ëpy ‘chaya’, kepy tsyë’ëpy ‘quelite de árbol’ para saciar el jardín de los sueños del paladar de las gentes del pueblo. Cómo vender los fornidos brazos del sol si gracias a ellos podemos degustar: wajxuunmy kyanëë ‘mondongo’, tsu’utsy xëtoty ‘carne de res frita’, tu’u tsya’ay ‘carne asada’, tsik uupy ‘mole de tejón’, yëgo’o uuby ‘mole de tepexcuintle’, nëëts uupy ‘mole de armadillo’, pax kanëë ‘caldo de mazate’, naan kanëë ‘caldo de venado’, tsi’i uupy ‘mole de calabaza’, akxáj uupy ‘mole de chayote’, axkagák uupy ‘caldo de chachalaca’, tutsëj kanëë ‘caldo de iguana’, nëtooky ‘garrobo’. Aunque el cerdo llegó a nuestro territorio a través del nax ’øy tsutsi mukpa’døkay, hoy podemos probar el atsëmjoot ‘frito de cerdo’ en Tëkaam (San Juan Guichicovi).
Cómo vender el agua centelleante que corre por los ríos y esteros si a través de ellos transita la sangre de nuestros antepasados, por eso …yaki tumti nax ’øy tsutsi mukpa’ yay matongü bi xewa xawa ’üy je’, yay matongxuk bi jondükay ’üy pajak wane, ni yay matongxuk bi nü’ xaja, yay muxuk ’üy jowanxuki bi tsamkuy ’üy tsame. Yay muxuk tiy maixukpa bi nikopakdükay. Yay sentsükxuk bi nax ’üy xukidükay, bi jama ’üy ni’ankuy angme’xkuydükay.
Yüji kumkuyjo nü’mutpa junang bi okjo xawa yonpa. Deji, bi ney nax tsampa, wanpa, mawanpa, jüypa ’üy tsokoyjo jongjo ’üy güxi. Düx ’ün matongpa mo’ejo, ma’ixijo bi unedükay ’üy matongxukpa ne, bi nudükay ’üy matongxukpa, wojxukpa jutiya jumnüy tsimnü juupa. Bi tsamkuydükay ju bi jondükay xajkekxukpa nikopakjo tsampa ne, yaki yay matoa. De juxtixa pündükay ’üy matongxukpa bi jepü’tkuy ’üy tsame xta, deji jejxukpago, deji ukxukpa, deji küxoxukpa, deji mongkuytsükxukpago. Bi ney angpünja, bi ney naxja, bi ney nüja, bi ney xawaja, bi ney tsu’ja, bi ney maixija dü nikwaktuktamapa ’i bi ney jutixa pündükayja yakti yay tsükxukü. Ney dedükay ’üy ma’üxukpa ’üy nükxuki bi ney nax”.
(“…ningún ‘succionador de la Tierra’ escucha la suave respiración del aire, tampoco la dulce melodía de los pájaros, ni los caudales de los ríos, no saben interpretar las palabras de las montañas. No saben lo que sueñan los cerros. No sienten los besos de la Tierra, tampoco han probado los abrazos cálidos del sol. Aquí en el pueblo, el agua brota libre como los vientos sudestes. Ahí nuestra Tierra habla, canta, reza, llora desde lo más profundo de su corazón. Yo lo escucho en mi sueño. En sus sueños, los niños lo escuchan, también. Los perros lo escuchan, ladran cuando las lágrimas de los vientos alisios resuenan. Las montañas donde los pájaros hienden el aire de las alturas hablan también, pero nadie las escucha. Los succionadores de los senos de la Tierra solamente oyen los ruidos sus motores y respiran la contaminación de sus ciudades porque ahí viven, ahí beben, ahí comen, ahí duermen. Nuestras Tierras, nuestras aguas, nuestros ríos, nuestros vientos, nuestra noche, nuestros sueños nos los quieren cambiar con ‘heces del sol’ y nuestras autoridades no hacen nada. Son ellos quienes están vendiendo nuestras Tierras“).
Bi nax ’øy tsutsi mukpa’døkay no escuchan el silencio atronador de las montañas, ni el trino de las aves, el murmullo del viento, tampoco saben cómo, en la lejanía, los brazos de sol enjugan las lágrimas verdes que brotan por los pezones de los fastuosos senos de las montañas ermitañas. No saben leer el hálito jubiloso de vida, acento, claridad y palpitación que nace de los cedros, de las caobas, de las palmeras y de todas partes del espacio.
El diáfano silencio taciturno continuaba, mientras a Anee le aprisionó el pecho una sensación de ahogo. En el horizonte centellaba la cálida luz de las estrellas, mientras los sentimientos del alma blanca de las estrellas se reflejaban sobre las neblinas que acompañan la bruma tranquila del bosque silente. A lo lejos, las edénicas brisas del alba se asomaban por las ventanas de brillantes zafiros. De pronto, la quietud del silencio se vio interrumpida: “Anee, hasta cuándo la estropeada democracia educativa dejará de pisar fuerte toda la pobre inocencia de la gente”, finalizó el anciano.
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CHIVIS (SILVIANO) JIMÉNEZ, zoque por sus orígenes, es maestro y doctor en lingüística por el Centro de Investigaciones y Estudios en Antropología Social (CIESAS); sus disertaciones de grado han sido sobre lengua y gramática de la familia mixe-zoqueana.