JUICIO A LA HISTORIA, VILLA Y LA INVASIÓN PUNITIVA
EXHIBICIÓN ICONOGRÁFICA EXPEDICIÓN PUNITIVA 1916
PANCHO VILLA CASASOLA MUSEUM, COLUMBUS, NUEVO MÉXICO, 2023
Dos horas que cambiaron el destino de México. Ciento siete años después del Asalto a Fort Furlong del ejército de Estados Unidos en Columbus, Nuevo México, por fuerzas villistas al mando de Pablo López, el Museo Pancho Villa CasaSola presenta simultáneamente en la Hacienda de Canutillo, Texas y en Columbus, Nuevo México, la exhibición iconográfica que rememora el 9 de marzo de 1919. Con ello inicia un juicio moral e historiográfico contra los autores materiales e intelectuales de la invasión armada contra México en 1914, 1916 y 1917, en plena Revolución Mexicana, inducida y financiada desde Estados Unidos.
Se trata de la exhibición gráfica preparada por el Laboratorio de Nuestro Futuro, de Pancho Villa CasaSola Museum, para presentar evidencias y pruebas contundentes en contra de los que utilizaron la figura del general Francisco Villa como excusa para invadir a un país vecino sumamente vulnerable. Estados Unidos, sediento del petróleo, hambriento de minerales y tierra para expandir sus ferrocarriles como una forma de alimentar a sus voraces políticos y su élite expansionista, cambió a Porfirio Díaz por Francisco I. Madero para lograr sus metas de apropiación de valiosos recursos nacionales.
Ante esta realidad, Pancho Villa renace como un fantasma suspendido en el tiempo para mostrarnos los laberintos secretos de la Invasión Punitiva, que blindaron la apropiación de recursos patrimoniales de la Nación mexicana y cambiaron el destino de México.
En este juicio no habrá criminales como testigos protegidos, sólo la historia los juzgará. Invasión que fue diseñada bajo el plan militar WPD6474-408 del Departamento de Guerra de Estados Unidos como parte de la Expedición Punitiva que ordenó la Invasión a México, orientada a crear el espejismo o distracción de una doble y engañosa persecución enfocada a Pancho Villa. Ésta redituó un incuantificable botín de guerra a sus millonarios patrocinadores.
Hoy, ante la amnesia total de esta Invasión Punitiva, se recuerda solamente el Centenario del Ataque a Columbus, casi igual que como se ha recordado en Estados Unidos el resentimiento antimexicano de la sentencia conmemorativa patriótica oficial “Acuérdate de El Álamo”, para borrar de la memoria colectiva el despojo de Texas en 1836. Después vendría la implacable Guerra México-EU que terminó con el Tratado de Guadalupe Hidalgo y la perdida del 54% del territorio nacional. Esto para que luego la historia oficial glorifique la Expedición Punitiva y el poder de sus invasiones, impuestas a México como castigos a través de una vecindad de dominación que le ayudó a encumbrarlo a ser una superpotencia.
Entre los acusados se encuentran Winston Churchill y familiares de los ex presidentes estadunidenses Grant, Garfield, Hayes, Roosevelt, Tafft y Wilson. Además, los millonarios Hearst y Person, entre otros magnates del petróleo, las minas, los ferrocarriles y la poderosa industria de la guerra, así como banqueros, prestamistas y latifundistas internacionales.
En el plano militar se encuentran los acusados generales Smedley Darlington Butler, Pershing, Patton y militares que desaparecieron a cientos de revolucionarios en tierras mexicanas. Mientras esto ocurría y sin disparar un solo tiro en contra de los invasores, en la persecución de intereses corporativos, eran saqueados millones de barriles de petróleo, toneladas de metales y minerales del patrimonio nacional orientados a satisfacer el mercado de la Primera Guerra Mundial (sólo Inglaterra necesitaba importar el 94% del petróleo que requería su armada).
La amnesia histórica fue aplicada en este caso, como parte del reclamo militar, venganza y justificación de esta Expedición Punitiva, con el asalto villista a Fort Furlong. Un campamento militar de 650 soldados que se defendieron del asalto y mataron a 63 revolucionarios, mientras los militares sufrieron solamente ocho bajas y la pérdida de 10 civiles que murieron ante el fuego cruzado y la defensa del pequeño poblado de Columbus, Nuevo México, el 9 de marzo de 1916. Este asalto comandado por el general revolucionario Pablo López no fue contra un pueblo indefenso que dormía mientras el jefe del ejército de la División del Norte de Pancho Villa cometía un ataque a Estados Unidos, como lo han hecho aparecer medios globalizadores tradicionales, historiadores oficialistas, instituciones educativas y escritores alineados para justificar. Especialmente, porque la División del Norte como tal ya no existía, luego de haber sido aniquiladas en Sonora las últimas fuerzas que quedaban de ella. Esto con la ayuda y participación directa de Estados Unidos, parte de otro de los agravios más oscuros de las invasiones a México. Esto independientemente de que hasta el momento no hay evidencias de que Pancho Villa haya participado físicamente en el mencionado asalto. Igual que nunca hubo evidencias de que existieran armas de destrucción masiva en Irak cuando este país fue invadido por su riqueza petrolera, y no por tener armas letales como las que sólo tienen las grandes potencias mundiales.
En contraste, los hechos y evidencias de una Invasión Punitiva son irrefutables, la meta de la Expedición Punitiva fue apoderarse de territorios y recursos patrimoniales de la Nación, endosados como botín de guerra a los propios patrocinadores de esta invasión invisible para los que aceptaron el castigo de la dominación. Así lo demuestra el hecho de que durante 11 meses de ocupación militar, ningún gobierno estatal mexicano condenó la invasión de la potencia, mucho menos protestó por el saqueo de que fue objeto el país. Inexplicablemente se declararon neutrales y no enfrentaron al ejército invasor, tal y como lo hicieron los “revolucionarios institucionales” Venustiano Carranza junto con sus principales jefes (entre ellos, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles).
Esto mismo sucedió en la invasión de 1914 cuando el usurpador Victoriano Huerta ordenó abandonar Veracruz para que el ejército invasor ocupara México durante siete meses, obligando a la población civil a resistir suicidamente una invasión anunciada por los promotores de la misma. Ello mientras seguían saliendo por las costas invadidas por la dupla anglosajona, metales, petróleo, minerales y demás recursos saqueados en plena Revolución y exportados para la Primera Guerra Mundial (1914-1918) por parte de los millonarios petroleros y mineros.
Así continuó la contrarrevolución iniciada con el golpe de Estado de 1913 y rematada con las invasiones de 1914- 1916-1917 que han blindado, hasta ahora, los despojos patrimoniales infligidos al pueblo de México, extendidos hasta nuestros días. Además de que México tuvo que pagar millonarios daños de guerra a los latifundistas extranjeros supuestamente afectados por los revolucionarios, así como los préstamos otorgados a los revolucionarios institucionales, a cambio de permitir zonas intocables de explotación para poder despojar a la Nación de sus principales recursos patrimoniales del suelo y subsuelo.
Después de bautizar a estas invasiones como la Invasión Pacífica de 1914 y la Expedición Punitiva (1916-1917) con una duración combinada de 18 meses, pocos conocen lo que hicieron en territorio mexicano los marinos, ejército de tierra y la aviación utilizada sin declaración de guerra contra una población civil sumamente vulnerable ante las fuerzas armadas de la potencia más expansionista del planeta (existen pues secretos de guerra aún sin desclasificar). El enigma dejado por el ataque a un campamento militar puede ser resuelto en la exploración de la diplomacia estadunidense y villista, mediante la ecuación cifrada en que Pancho Villa cayó en una trampa al aceptar el reto suicida de ordenar asaltar Fort Furlong con la promesa de que, si llegaba a asustar al Congreso estadunidense con esta acción bélica, se podría abogar por desconocer a Venustiano Carranza y apoyar a Villa como había sucedió en el pasado.
Producir una histeria artificial de miedo para devolver el apoyo a Pancho Villa no mostraba una lógica que le garantizara llegar al objetivo propuesto. Sin embargo, por ser planteada por sus propios representantes en Washington en una propuesta con trampa del influyente Edward M. House, Villa aceptó el reto de intentar esa acción suicida que desactivó la calculada invasión anunciada con varios días de anticipación.
Independientemente de que Pancho Villa dio por hecho que nada asustaría más a las élites estadunidenses que ver de cerca en sus fronteras una verdadera revolución, y que sus negociadores diplomáticos en Washington conseguirían que House convenciera a su amigo Woodrow Wilson de retirar el reconocimiento de su gobierno a Carranza y así tener como amigo al único revolucionario mexicano capaz de conducir la Revolución Mexicana fuera del guión institucional trazado por los padrinos de una revolución inducida por ellos mismos, como dueños del 97% de todas las propiedades productivas en México.
Hoy toca a las nuevas generaciones de los dos países caminar por los laberintos secretos de la Expedición Punitiva o Invasión Pacífica y reescribir la historia de una vecindad caracterizada por la dominación y abuso por parte de sus élites, que se apoderaron del rico patrimonio y destino de México.
Así mismo, es indispensable el renacimiento de una historia basada en la verdad con el fin de devolver la dignidad de los mexicanos. En especial a los revolucionarios, que dieron sus vidas por una revolución que sólo existió como un proyecto, y que fue enterrado con la Expedición Punitiva y por los propios “revolucionarios institucionales” que formarían el PRI. En ese contexto Pancho Villa debe ser reevaluado en la última etapa de su vida cuando descubrió que podía ser un autentico revolucionario y enfrentarse a quienes lo habían encumbrado y usado para dibujar un bosquejo de revolución, controlada por un pequeño grupo de millonarios que se apoderaron del México que querían liberar Emiliano Zapata y los millones de mexicanos sin tierra que soñaban, como él, con un país libre y soberano.
Ese Pancho Villa, que sobrevivió a la persecución vengativa del ejército más poderoso del orbe, aún no lo conocemos en su verdadera dimensión. Invasión militar que junto a 25 mil mercenarios extranjeros se dedicó a asesinar a los villistas apoyados por la fuerza aérea invasora que aterrorizó a las comunidades rurales de Chihuahua, Sonora y Durango mientras las tropas de Venustiano Carranza, financiadas directamente por los magnates petroleros, mineros y ferrocarrileros, terminaban de liquidar al movimiento revolucionario encabezado por Francisco Villa. Previamente el estado de Veracruz seguía siendo dominado y saqueado con la ayuda de traidores que actuaron como mercenarios de Inglaterra y EU en su propio país.
Es cierto que los escuadrones aéreos de los invasores pasaron casi desapercibidos, así como sus experimentos de guerra en suelo mexicano ensayados por el capitán Benjamín D. Foulois, pero pasaron 11 meses como si fueran invisibles ante un país dominado por el miedo de perder el resto de su territorio, después de haberlo perdido en un 54% entre 1846-1853.
Y aunque se han escrito miles de historias y leyendas sobre Pancho Villa, no tenemos un juicio justo sobre el luchador que creció como un autentico revolucionario desde antes que el presidente Wilson decidiera respaldar a Venustiano Carranza y condenar a muerte a los revolucionarios no institucionales como Zapata y Villa.
A 100 años de este episodio, contemplado en el Plan WPD6474-408 del Departamento de Guerra de EU como parte de la Expedición Punitiva que permitió la Invasión a México, todo se ha olvidado. La historia oficial se ha encargado de cubrir cada uno de los eslabones de la cadena de rostros de los victimarios de un pueblo castigado, una y otra vez, por sus propios vecinos proclamados como dominadores, pero buenos vecinos.
A la misma vez que glorifican y mitifican a los militares invasores con montajes mediáticos, testimonios falsos o datos contradictorios, se dicen recuperadores de la figura de Pancho Villa mediante la Cabalgata Villista Binacional que ha reforzado, durante los pasados 16 años, la campaña tóxica para olvidar los agravios y estragos producidos a México por parte de la Expedición Punitiva.
Además de eternizar, masoquistamente, la admiración o amor de las víctimas por sus victimarios al aceptar las relaciones de dominación existentes por más de un siglo.
En cambio los mexicanos que murieron en la incursión villista fueron quemados junto a los caballos sacrificados en el ataque, con combustible donado por la Standard Oil de los Rockefeller, co-patrocinadores de la Expedición Punitiva.
Así mismo, los más de 273 villistas ejecutados por el ejército invasor, reconocidos por el general Pershing en su reporte, tras 11 meses de fingir que perseguía a Pancho Villa, han sido condenados al olvido deshumanizador de quienes aceptan y justifican esta invasión que violó impunemente la soberanía nacional sin que hasta el momento se haya tipificado como tal. Mucho menos se ha enjuiciado a los patrocinadores de la Expedición Punitiva, que han sido los triunfadores absolutos de una persecución cinematográfica que no podía encontrar a Pancho Villa antes de 11 meses de ocupación, o se acababa la película del “bandido mexicano” más perseguido de la historia.