¿PAÍS O FRONTERA? / 312
México no es un país acostumbrado a considerse cruce vital de otros pueblos de América aunque hoy lo sea intensamente. Por décadas nos reservábamos la exclusividad en la exportación a Estados Unidos de mano de obra desechable. Se convirtió en parte de nuestra identidad, por el esfuerzo y el heroísmo implícitos en la hazaña de cruzar, trabajar y establecerse allá. Y por engrosar las importantísimas remesas de los pobres, uno de los pilares de la economía.
La experiencia ha servido como rito de paso para los jóvenes del campo. Braceros, espaldas mojadas, jornaleros, pollos y pollas, aliens, greasers, frejoleros, pero nuestros. Los guatemaltecos, que también cruzaban en abundancia, solían ser invisibles durante su travesía por México.
De Salinas de Gortari a Vicente Fox floreció una suerte de política social expulsora y cínica. Amparados en ciertas ventajas menores dentro del inequitativo Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, los gobiernos mexicanos festinaron las historias exitosas de los paisanos, su sagaz adaptación a la vida estadunidense, su retribución en divisas limpias de polvo y paja. Eso era “poner en alto” el nombre de México, en una lógica bastante retorcida. Si eso ocurría, no era gracias al Estado y la sociedad dominante, sino a pesar suyo, incluso en su contra. La migración económica y por inseguridad es descontento, punto.
El pocho Fox alcanzó ridículos sublimes. La “hazaña” del paisanaje obedece a que en México los que se van están jodidos o corren peligro. Nuestro país no les da para vivir dignamente. Ésta es historia conocida, vieja. Y pese a los muros y las cacerías humanas a lo largo del bórder, siguen en curso la expulsión, el ir y venir de miles de connacionales abandonados a su suerte, a merced de polleros, mafias, asaltantes, y una vez allá, la Migra y el supremacismo blanco.
En los albores del XXI, que John Berger preveía como un siglo de grandes migraciones, en México se agregó un nuevo ingrediente y sólo nos dimos cuenta que aquí comenzaba su tormento cuando estos hombres y mujeres comenzaron a llamar nuestra atención con caravanas y acciones desesperadas de tan sólo cruzar el río Suchiate huyendo de Venezuela, Haití, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Cuba. Y hasta de países de África.
Miles, decenas de miles de latinoamericanos quedan atrapados en México, bajo responsabilidad de las autoridades mexicanas, lo cual no ha impedido que se les extorsione, secuestre, explote, abandone en tráileres, bodegas, contenedores, se les masacreo desaparezca. Cuando no los delincuentes, son las agencias oficiales (Migración, policías locales) quienes los persiguen, extorsionan y al final expulsan. Tal es el sustrato de tragedias como la que acabamos de ver este 27 de marzo en Ciudad Juárez, cuando 40 migrantes guatemaltecos murieron encerrados en la estación migratoria donde se les privaba ilegalmente de la libertad y se les dejó morir.
¿Tendremos pronto una “nueva” franja fronteriza, a medio camino entre Estados Unidos y el resto de América? Al bórder del norte y la raya a veces invisible del sureste se sumará una megaobra que, al atravesar por entero el estrecho de Tehuantepec, plantará un nuevo filtro humano del que poco se habla: militarizado, en un flujo continuo de transportes pesados, erizado de industrias, servicios y cuarteles. El Corredor Transístmico, nuestro “canal de Panamá” seco, servirá de filtro y frenará a los miles de no mexicanos que seguirán llegando.
Si México aspira a merecer algún respeto regional, debe entonces comenzar aquí dentro. Somos escenario y recipiente de un drama continental que nos concierne. Nos involucra junto con naciones hermanas en situaciones todavía más críticas. Las prioridades e intereses del imperio del norte nunca deben ser las nuestras.
Para los mexicanos, los migrantes que vienen del sur son hermanos, hermanas y hermanitos. Echamos de menos incluso la solidaridad entre nosotros, la descomposición social interna es aguda. Si algo haría de bálsamo para nuestra herida conciencia nacional sería una renovada hospitalidad comunitaria. Fraternidad y tolerancia, en autonomía real de las leyes y reglamentos de la abusiva legislación estadunidense.
¿Somos cárcel, frontera o verdadero refugio? La historia nos respalda. Hemos sido mejores con los migrantes y los perseguidos de América. Hagamos memoria.