AVE CÉSAR VALLEJO / 313
El encontronazo que tuvimos en México con la poesía de César Vallejo fue fulminante. Llegó a darle equilibrio al hechizo del momento, inundado de poetas al nerudeo, filósofos pazianos, desbordados lezamalimeños o tigrísimos émulos de Borges. Él, mamífero lóbrego, pulcramente peinado, nos rasguñó la cara con su diamante implacable, con su aire manco y su abracadabra civil, escribiendo con la espuma de sus labios húmedos, erizando el pensamiento, peinando el viento, dorando nuestra niebla. Nosotros acariciamos su triste tristumbre y bebimos lánguidamente su licor.
Recuerdo a Vallejo por su frente. Llevo clavada en mi frente su frente. Un ventanal alto y erguido, donde caben todos los lunes de la verdad, los meses nonos, los cuzcos moribundos. En mi juventud, cuando zumbaba el tedio, surgía Vallejo, azulando con tinta capulí mis caos. Viejo curaca, pastor de la garúa limeña, siempre presente, en cada abril tan marzo.
Cuando en la Ciudad de México todavía refulgía la miel de los crepúsculos, detrás de los volcanes, amarilleaba la frente de Vallejo. En las islas verdes de la universidad, en los cines tenebrosos, donde navegábamos como cisnes sonámbulos, comiendo palomitas antes de la función, el libro firme con el rostro de Vallejo, la mano sentada en el pómulo, atravesaba mi mirada de lector sombrío y asombrado.
El cholo César llegó, en sus momentáneos pantalones, con voz quebrada, con piedraspalabras estallando frente al mar, dejando el aire lleno de sol y sal. Prodigando sus maíces, cultivó la más profunda milpa latinoamericana, la telúrica, la que renace a cada luna. El paralelo inmediato fue con otro esqueleto cantor, Juan Rulfo: sucinto, pétreo y luminosamente incomprensible. Picapedreros de la lengua, blandieron su hacha de hielo para herir la lengua, domesticar palabras, aplacar verbos, dinamitar adjetivos, y quemar los sinembargos, escuchando el rumor de las casuarinas. Ave César Vallejo, oh viejo centenario, mortal inmortal, ilumínanos trilcemente, de aquí a mil años, mejor a otros cien no más. Y hasta la huesa.
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Arturo Dávila (Ciudad de México, 1958), poeta mexicano radicado en el norte de California, donde se dedica a la literatura comparada latinoamericana y la promoción de la lengua nahua. Ha publicado La ciudad dormida, Catulinarias, Poemas para ser leídos en el metro, La cuerda floja, además de la incisiva colección de ensayos Alfonso Reyes entre nosotros.