SAVI KA’NU LLUVIA GRANDIOSA — ojarasca Ojarasca
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SAVI KA’NU LLUVIA GRANDIOSA

JAIME GARCÍA LEYVA

Savi, la lluvia, es la entidad sagrada para nosotros la gente de la Lluvia, Ná Savi. Nos otorga nombre, identidad y vida. En el amplio territorio del Pueblo de la Lluvia, Ñuu Savi, que abarca las entidades de Oaxaca, Puebla y Guerrero, se acude a la casa de la lluvia, Ve’e Savi, para invocar a Savi Ka’nu. Los días de la celebración inician el 24 y 25 de abril hasta la primera semana de mayo. En La Montaña de Guerrero se acude a colinas y estribaciones como el Cerro de la Garza (Yuku Sami), en Cochoapa El Grande; el Cerro del Cantón, en Tototepec; el Cerro de la Purísima, en Atlamajalcingo del Monte; el Cerro de Xonacatlán (Yuku Tikumi), en Alcozauca; el Cerro Fuerte (Yuku Ndee) ubicado en San Miguel Amoltepec el Viejo, Cerro de la Lluvia (Yuku Savi), Tlaxco, Nuu Savi, Dónde está la lluvia, en La Victoria y diversos lugares donde aún se realiza el ritual de invocación a la lluvia. Es un evento que despliega la organización comunitaria religiosa además del ofrecimiento de presentes, danzas, sacrificio de animales, comida, bebida y el cumplimiento de deberes a su deidad sagrada. La celebración se ha entrelazado con la tradición católica y la fiesta de San Marcos o la Santa Cruz.

Los códices, repositorios de la memoria cultural, indican que en tiempos pasados la festividad a la lluvia era un momento especial. Los rituales eran ejecutados en montañas y templos sagrados. Con la colonización fueron desplazados a lugares inaccesibles y escondidos. Había sacerdotes y escribanos que utilizaban el glifo de la lluvia como logo representativo. En el Códice Vindobonensis se relata que los dioses le encomendaron a 9 Viento la tarea de distribuir las aguas primordiales. Éste desciende de los cielos y deposita en Tilantongo los símbolos sagrados. Carga sobre su espalda el gran cielo que derrama las aguas para formar ríos, corrientes, mares u océanos, incluyendo la creación de una gran serpiente de huesos, quizá vinculada con tormentas y huracanes. Actualmente a Savi Ka’anu, Savi Tyée, Lluvia Grandiosa, Lluvia Grande, se le considera como la lluvia padre y madre. Savi otorga la vida y alimentos. La lluvia brinda bendiciones al mundo, se le sigue celebrando e invocando y es frecuente observar en distintos lugares la prevalencia de un patrón ritual.

La lluvia vive, palpita, emerge, viene y se relaciona con otros aspectos de la vida y cultura. Los pueblos se nombran de acuerdo con las condiciones geográficas. Por ejemplo, Savi Kani (donde pega la lluvia), Yuku Savi (cerro de la lluvia), Yityi Ita (camino del río), Ita Savi (río de la lluvia), Ita Kuaán (río amarillo), Ita nda’yi (río lodoso), entre otras nomenclaturas de poblaciones. En la lengua existen términos con una asociación determinante con el agua y son, entre otros, yuku (cerro), takui (agua), ndúta (brota), ndo’yo (ciénaga), viko (nube), nami (cascada), ita (flor), si ́va (semilla) y otros. La celebración reafirma la identidad con entidades sagradas como el rayo (taxa), los vientos buenos, malos y traviesos, (tatyi va’a, tatyi na’a, tatyi sáka), la tierra (yiya si’i), las almas de los muertos (níma ndii), los espíritus de la montaña y otras.

Ve’e Savi, la Casa de la Lluvia, es donde la deidad habita y trae el Yoko (la abundancia, el vapor, el aliento, el espíritu, lo sagrado). Los lugares donde se encuentra son las cuevas, la cima de las montañas, las ciénagas, ríos, manantiales, cascadas, colinas y diversos lugares considerados sagrados porque en estos espacios se almacenan dones, semillas, agua y lluvias. Se encuentra en los cerros majestuosos donde también habitan otros espíritus. Por eso los cerros y montañas son respetados por la magnitud de ser sagrados. Nuu Savi (rostro de la lluvia o donde está la lluvia) es donde se realizan los ofrecimientos y la invocación. Desde ahí se invoca para que vengan “las lluvias benéficas” y germinen el maíz (nuni), la milpa (yutu), la calabaza (yikïn), el frijol (ndutyi), el chilacayote (tinduyu), el chile (ya ́a), el jitomate (tinana) y otras plantas comestibles. Se reza para que los animales no se coman las semillas ni las milpas.

Savi generalmente se representa con figuras antropomorfas, ídolos, rocas alargadas o redondas, estelas o herramientas de piedra. Es común que bajo los cimientos de las iglesias, comisarías o lugares de culto se encuentren enterradas rocas de este tipo. Las figuras están ubicadas al pie de un árbol, en cuevas, en cimas de cerros o en semicírculos de piedras. Ahí se instalan los altares o enramadas para invocar a la lluvia. También hay personas que tienen bajo su resguardo figuras antropomorfas en su casa y las heredan a sus familiares o guardan con gran hermetismo.

La invocación de la lluvia es vital. Se invoca al agua de los mares para que venga y haga florecer las plantas y el maíz. Se nombra a Yoko Savi, el espíritu y aliento de la lluvia y a las diferentes maneras en que se presenta, como los chubascos (savi ndivi, lluvia del día), el rocío (savi nuu viko, lluvia de la punta de la nube, rocío de nube), la llovizna (savi yáá), el huracán (savi na’a), savi ká’nu (lluvia grandiosa), savi tyée (lluvia padre), savi sí’í (lluvia madre), savi lo’o (lluvia pequeña), savi sáká (lluvia juguetona), savi si’ma (lluvia final), savi tatyi (lluvia de viento), entre otros nombres con los cuales se le denomina. Savi Tyée y Savi Sí’í representan la dualidad de la naturaleza, el varón y la hembra.

Ta Yiva Si’i (el padre y madre) es el especialista de la palabra encargado de llamar al espíritu de la lluvia. Éste le invoca con un lenguaje ritual imbricado de palabras poéticas, respeto, solemnidad y estrategias basadas en la oralidad. Establece un diálogo con los espíritus, las nubes, los rayos, el trueno, los animales, la lluvia, las semillas y otras entidades. Su aprendizaje viene de la enseñanza de sus padres y abuelos, así como de la experiencia asumida en cargos comunitarios o su cercanía con un invocador. El rezo, que dura entre 4 y 6 horas, contiene argumentaciones, fórmulas rituales, persuasiones, repeticiones y paralelismos. Se vale de elementos materiales como manojos de flores, velas, cigarros, copal, aguardiente, las varas de mando, ramas de ocote y bebidas. En los lugares donde se realiza el ritual se sacrifican chivos, cerdos, gallinas, guajolotes y toros. El rezo es una parte importante del ritual. Si es eficaz las bendiciones serán benéficas para el pueblo. En caso contrario, si no se cumple con lo establecido y se violenta el ritual, habrá consecuencias negativas para los habitantes, vendrán aguaceros y huracanes, las serpientes se meterán a las casas, la milpa no va a crecer y habrá sequía.

La invocación con plegarias propiciatorias se realiza con palabras que permanecieron guardadas en la memoria colectiva y la oralidad y forman parte de elementos rituales que fueron negados y relegados en épocas anteriores, pero que sobrevivieron a las extirpaciones y condenas que hizo la Iglesia católica.

Na kana yo Savi, invocación al espíritu de la lluvia, data de un pasado mesoamericano que ha tenido continuidad, se ha modificado y reelaborado, incorporando elementos de la religión católica. En muchos lugares hay una resemantización y conjunción de la deidad Ná Savi y el santo católico de San Marcos, a quien se le atribuye la responsabilidad de generar la lluvia en el ciclo agrícola. Los santos cristianos conviven con la religiosidad indígena. El ritual articula y cohesiona a Ná Savi como pueblo y cultura además de reactivar constantemente su memoria colectiva y formas de organización social.

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