EL LUGAR QUE NOS HEREDARON NUESTROS ANCESTROS RARÁMURI — ojarasca Ojarasca
Usted está aquí: Inicio / Reportaje / EL LUGAR QUE NOS HEREDARON NUESTROS ANCESTROS RARÁMURI

EL LUGAR QUE NOS HEREDARON NUESTROS ANCESTROS RARÁMURI

GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ

Mogótavo, Chihuahua.

El Chepe, llamado así por la abreviatura de las estaciones que marcan su recorrido, Ch por Chihuahua y P por Pacífico, fue inaugurado en 1961 y atraviesa en sus más de 600 kilómetros las milenarias Barrancas del Cobre. Es, hasta el momento, el único tren de pasajeros activo en México (aunque está próximo a inaugurarse el polémico Tren Maya, en Chiapas, Tabasco y la Península de Yucatán).

La ruta de El Chepe inicia en Creel y se interna por una geografía que roba el aliento como pocas en el país, creada a partir de un suceso tectónico ocurrido hace más de 20 millones de años que dio origen a una red de cañones sobre una extensión de 60 mil kilómetros. Una vista privilegiada está a la altura de lo que se conoce como Divisadero, donde un hotel del mismo nombre fue construido sobre unas tierras que, aseguran los rarámuri de Mogótavo, municipio de Urique, le pertenecen ancestralmente a su pueblo. Desde 1980 luchan legalmente por la recuperación de mil 500 hectáreas que les fueron arrebatadas por la familia Sandoval, la cual, a su vez, ha vendido parte del territorio. En el contexto de la lucha pacífica por la recuperación, desde el 2021 pesan demandas penales sobre los tres gobernadores tradicionales de la comunidad.

 

LOS RIELES DEL DESPOJO

Desde la parte alta de la meseta, conocida por los de fuera como Cerro de Las Estrellas y al interior de la comunidad como Mo’olchi, que quiere decir “cabeza”, por la latitud en la que se encuentra, se observa a lo lejos el parador turístico Divisadero, con su vista privilegiada a las barrancas más profundas de México. De noche, desde Mo’olchi se aprecian con claridad las constelaciones del Universo y una nítida Vía Láctea que cruza el tapiz celestial. Aquí es Mogótavo.

Entre el paisaje celeste y la unión de cañones milenarios, Luis González Rivas, gobernador tradicional de la comunidad, define lo que defiende: “El territorio tiene árboles, aguajes en los que tomamos agua, de aquí tomamos la leña porque con el aguaje crecen los encinos y los pinos. Hay algunos animalitos que ellos mismos cuidan el agua y que no se retiran de ahí. Son chiquitos, les dicen la madre del agua. También hay culebras que cuidan el agua, no son bravas y no les hacemos nada nosotros tampoco. Aquí hay muchas víboras, en los cerros, en las barrancas, ellas comen ratoncitos y ardillitas. Hay alacranes, escorpiones, lagartijas que comen mosquitos. Hay gavilanes, zopilotes, cuervos. Los gavilanes roban mucho, pero también pasan las águilas reales que se llevan cosas y comen ardillas. Aquí hay plantas medicinales para la diarrea, para el dolor del corazón, y para calmar la tos está el chipugame que calienta el cuerpo y que cuando empiezas a sudar quiere decir que ya estás sacando la enfermedad”.

Miguel Manuel Parra, rarámuri vocero la comunidad, añade: “el territorio es lo que habitamos, es nuestro patrimonio, el lugar que nos heredaron nuestros ancestros, los abuelos, bisabuelos y las generaciones que nos antecedieron”. En la década de los sesenta, con los rieles de El Chepe entró el desarrollo turístico a la región y, afirma Parra, “inició el despojo de nuestros bienes materiales e inmateriales”. Detrás del vocero de Mogótavo, a lo lejos, se observa el techado rojizo del hotel Divisadero Barrancas, construido por la familia Sandoval en 1973 al borde de las Barrancas del Cobre.

“Los que desarrollan esas construcciones”, señala Parra, “dicen ser dueños de todas estas áreas, pero nosotros somos los verdaderos posesionarios, los que genuinamente habitamos aquí, los que estamos día y noche, los que cuidamos, los que sabemos quiénes somos y a dónde vamos. Sabemos los nombres de los sitios de cada lugar. Otras personas llegan aquí y le ponen otro nombre, pero ya tiene el suyo original”. Miguel Parra y el gobernador rarámuri Luis González explican que actualmente reclaman tres fracciones del territorio de aproximadamente 500 hectáreas de extensión cada una, que fueron tituladas a nombre de la familia Sandoval. A su vez, añaden, esa familia vendió una parte a otras personas para formar el llamado Fideicomiso Barrancas del Cobre. “Hay otro lugar, donde ahora está el Parque de Aventuras Barrancas del Cobre, y aquí, donde estamos sentados (Cerro de las Estrellas), que también fue vendido por la familia Sandoval, que dice ser la dueña”, explica Parra. En total, mil 500 hectáreas.

En los años ochenta la comunidad reclamó al gobierno el reconocimiento de este territorio como una dotación ejidal, pero, lejos de responder a la demanda, las tierras se dieron “a personas que no son originarias, pero que llegaron aquí y vieron que era bueno explotarlas de manera turística. De manera fraudulenta les dieron esos títulos. Quien tiene los papeles puede hacer lo que quiera, y el que no tiene papeles no, aunque haya vivido siempre aquí y aunque tenga la posesión plena, sepa todo el hábitat, lo cuide, lo camine, vea el amanecer, las lluvias, el ciclo de la vida diaria, el canto de los pájaros, el silbido del aire. Todo eso lo apreciamos, mientras que otros sólo llegan a esa parte en la que tienen su hotel y no conocen más allá”, señala Parra.

La demanda concreta de su comunidad, explica la autoridad tradicional, “es el reconocimiento del territorio como propio, que pueda vivir de manera libre, pacífica, que nadie la moleste, que pueda desarrollarse de manera armónica con la naturaleza, que tome la determinación de lo que quiere”.

El resto del territorio ancestral ya está titulado a ejidos colindantes. Resulta que “cuando reconocieron a los ejidos vecinos, dejaron esta parte vacía para estas personas (los Sandoval), a las que después les dieron los títulos. Los ejidos fueron creados en la década de los treinta. Pero para nosotros, los rarámuri, no existen límites, esos los impone el Estado cuando fraccionan en municipios, ejidos y pequeñas propiedades”, explica con claridad el vocero.

Ante el despojo, las familias de Mogótavo se quedaron viviendo entre dos sistemas de propiedad: la privada, que se adjudica la familia Sandoval, y la ejidal, “pero nosotros no somos reconocidos ni como propietarios, avecindados, ni como ejidatarios, solamente vivimos ahí, pero es nuestra tierra. Antes que tener una figura jurídica de tenencia, es territorio indígena rarámuri”.

 

TODOS LOS CERROS QUE VES AHÍ ENFRENTE SON DE MOGÓTAVO

Por encima de las Barrancas del Cobre, Tararecua y Urique, y a lo largo de tres kilómetros, se extienden los cables del teleférico que forman parte del Parque de Aventuras Barrancas del Cobre. Se presume como el tercero más largo del mundo sin torres intermedias, pero para el pueblo rarámuri no significa nada, si acaso la posibilidad de ofrecer algo de su artesanía a los turistas que desean hacer el viaje.

Enrique Manuel Parra, segundo gobernador tradicional e integrante del consejo directivo de Awé Tibúame, asociación civil creada por la comunidad para canalizar sus proyectos de desarrollo comunitario, explica, mientras el teleférico va y viene, que el terreno sobre el que se construyó la estación “A” pertenece a su comunidad. “En 2009”, cuenta, “cuando se estaba haciendo el teleférico no hubo ninguna consulta para realizar las obras. Nomás vimos que estaban haciendo la limpieza para empezar. En ese tiempo nosotros estábamos ocupados en otra lucha y no se supo mucho. Como era del Fideicomiso Barrancas, ellos lo hicieron a su modo. El teleférico es otra imposición que hizo el gobierno”.

Luis González Rivas, el primer gobernador, hombre entrado en años —no sabe cuántos, pero es de respeto, como dicen por aquí—, cuenta: “Desde que yo era un niño chiquito los mayores batallaban sembrando maíz, frijol y papa. A veces se iban a la barranca a escaparse del frío y del aire, allá estaban un tiempo, unos dos meses, y se iban para arriba otra vez a trabajar sus tierras y las milpas. De niño me hacían una pelotita chiquita de madera y la pateaba con el pie. Así aprendí la carrera de bola o rarajípari, como le decimos en rarámuri. También ponía unas piedras de colores y decía que eran una cabra y una chivita y me mantenía jugando todo revolcado. Era feliz porque no tenía que hacer nada más que jugar, comer y dormir. La mamá preparaba el alimento y ya. El papá cargaba leña para el frío en la tarde para calentarse. Comíamos corazón de nopal. Mi padre traía maguey para usar como pinole, se tatemaba y sabía muy dulce”.

La batalla por la recuperación de su territorio ha sido más que lenta. “Tenemos más de 30 años queriendo que el territorio sea reconocido como de la comunidad rarámuri de Mogótavo, pero ha sido muy tardado. En los tribunales agrarios sigue la lucha. Aunque nosotros queramos que sea rápido, ahí se van acabando nuestros papás, nuestros abuelos”, advierte Enrique, quien, además de los cargos que ocupa, tiene una pequeña tienda a la entrada de la comunidad.

 

UNA VIDA DE CAMINOS

El pueblo rarámuri vive en rancherías dispersas, siempre buscando el acceso al agua, a los alimentos y a las parcelas. “Nosotros caminamos las veredas y conocemos el territorio. Los vecinos pueden estar a metros o a kilómetros de distancia, hasta una hora o más caminando, donde no entra el carro”. Mogótavo es pequeña en relación a otras comunidades, con poco más de 90 familias, pero en general, dice el segundo gobernador, “los rarámuri llevamos una vida de caminos”.

Un recorrido por la localidad vecina de Areponapuchi permite ver lo que los rarámuri no desean. Hace aproximadamente diez años se desató el boom de hoteles y cabañas para el turismo que se han comido poco a poco el paisaje. No hay planeación ni estética, mucho menos vínculos con una cultura. Una consulta en internet sólo arroja información para el turista, nada sobre su historia.

En Mogótavo lo tienen claro: “Jamás seremos eso. Nosotros sabemos quiénes somos. Pero la amenaza ahí está, nos quieren desalojar de aquí para realizar este tipo de complejos turísticos”, dice Miguel Manuel Parra al volante de la camioneta. En su comunidad la lengua es el rarámuri. Todos la hablan porque crecen escuchándola y su aislamiento de las ciudades les permite mantenerla. También hablan o entienden el castellano, pues algunos trabajan fuera o salen a estudiar.

 

LOS RARÁMURI SON ACUSADOS PENALMENTE DE OCUPAR SU TERRITORIO

En la compraventa de “la propiedad privada”, que es “la parte donde estamos nosotros, había una cláusula que decía que iban a entregar limpio, entonces aquellas personas que vendieron esos terrenos tenían un vicio oculto. Querían sacar a los rarámuri, o se habían comprometido a eso. Fue ahí cuando volvimos a despertar”, relata Miguel.

Pero su despertar les salió caro. En 2021 la comunidad se enteró que existe una demanda penal contra los gobernadores tradicionales Luis González, Enrique Manuel Parra, Bertha Cruz Moreno y 14 personas más, interpuesta por Ricardo Orviz Blake, por despojo agravado. Es a los rarámuri a quienes acusan de vivir en un inmueble ajeno.

Ricardo Orviz Blake es exdiputado del PRI y dueño de la empresa Fraccionadora Orviz, “y los que están con él son Omar Bazán Flores, diputado plurinominal, cuyo suplente Enrique Alonso Rascón Carrillo es ahora el titular de la Secretaría de Pueblos y Comunidades Indígenas; Jesús Alberto Cano Vélez, exdiputado del PRI en Sonora y exdirector de la Sociedad Hipotecaria Federal; Agustín López Daumas y Ricardo Valles Alveláis, quien ya falleció. ¿Cómo es posible que, por ejemplo, conociendo la zona y sabiendo que es la Sierra Tarahumara donde habitamos los rarámuri, ahora, no conformes con que hayan reducido a la mitad nuestro territorio ancestral más vasto, quieran exterminarnos y desaparecernos por intereses comerciales?”, se pregunta el entrevistado.

La demanda se archivó por un tiempo, pero al tomar posesión la actual gobernadora, María Eugenia Campos Galván, proveniente de las filas del PAN, revivió el caso. “Ella entró en septiembre de 2021 y para octubre ya había una cita en Cuauhtémoc. Sacaron los nombres de la lista que traía a los que querían reubicar, pero como la lista la hicieron en 2009, cinco ya estaban fallecidos. Ni cuenta se dieron”, señala el vocero.

En septiembre de 2022, otra demanda se interpuso en su contra, esta vez de carácter civil y contra las mismas personas de la comunidad“. Son 14 años de que se reanudó la lucha. El proceso va. Son batallas que no hemos perdido porque seguimos dándole. La resistencia sigue, sean las batallas que sean”, finaliza Miguel Parra.

comentarios de blog provistos por Disqus