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LAS SABUESOS GUERRERAS BUSCAN VIDA / 317

GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ

EN EL DOLOR INDECIBLE ESTÁN JUNTAS, Y TAMBIÉN EN LAS ESCASAS ALEGRÍAS QUE LE ARREBATAN A LA VIDA

Culiacán, Sinaloa.

Van con sus palas y picos escarbando en lejanos baldíos, en el desierto, montes o cerca del mar. También en basureros, fosas clandestinas o centros de rehabilitación. Nunca desoyen una pista que las pueda llevar al paradero de sus familiares desaparecidos. Buscan vida, insisten, no cadáveres ni restos humanos, aunque hasta ahora es lo que más han encontrado. Se llaman Sabuesos Guerreras, un nombre que las describe de cuerpo entero. Rastrean y no se rinden, a pesar de las amenazas de muerte que pesan sobre quienes buscan a sus seres queridos. Desaparecer a la buscadora del desaparecido parece hoy la consigna.

En mayo de este año, en el poblado de Costa Azul, municipio de Angostura, la colectiva localizó 23 cuerpos en una zona semidesierta-costera. Las conchas de ostión encima de los cuerpos llenos de arena los hacían poco visibles. Y apenas el pasado 23 de agosto, cuando realizaba un volanteo masivo con los rostros y datos de sus familiares, a un costado de la catedral del centro de Culiacán, vieron cómo los ocupantes de un vehículo color gris intentaban llevarse a una jovencita de 15 años. Lo impidieron, por supuesto.

Repiten sus historias a quienes quieran escucharlas y, cansadas de tanta puerta institucional cerrada, deciden hacer lo que las autoridades ni siquiera intentan. Ahora son investigadoras expertas. Nadie les puede negar ese derecho en un país que oficialmente superó la cifra de 100 mil personas desaparecidas, de las cuales, de acuerdo con los registros oficiales, 44 mil 73 han desaparecido en los últimos cinco años, cifra que representa el 40 por ciento del total de las víctimas reconocidas.

Entrevistadas por Ojarasca y Desinformémonos, un grupo de Sabuesos Guerreras relata sus historias. Son ellas su propio sostén, una a otra no se dejan caer y cuando alguna encuentra a su familiar con o sin vida, sigue rastreando y acompañando a sus compañeras. En el dolor indecible están juntas, y también en las escasas alegrías que le arrebatan a la vida.

Aquí sus testimonios:

 

SE CARGA CON EL PESO DE QUE LA GENTE DICE QUE ÉL SE LO BUSCÓ

Soy Erika Marlen Gárate, busco a Pablo Francisco, mi hermano. Él fue desaparecido el 8 de agosto de 2020 en Culiacán, Sinaloa. Se lo llevó un comando armado con hombres vestidos de policías, todos de azul marino. Son tres años de desaparecido, y no regresa.

Mi hermano tenía 37 años cuando lo desaparecieron, va a cumplir 41. Lo más horroroso fue que se lo llevaron delante de mi madre. Fueron por él directamente, estaba fuera de mi domicilio y llegaron esas personas, dialogaron, mi mamá se dio cuenta y salió, no supo qué hacer, sólo vio cuando lo subieron a la camioneta y se lo llevaron. Ella arrancó como loca desquiciada, como una madre con su dolor desgarrado por toda la calle.

Me desmoroné junto con mi madre. Se movió cielo, mar y tierra, se fue a casas de seguridad, con gente importante de Culiacán y todo el mundo lo negó. El mismo ministerio público les dijo que no pusieran los hechos como sucedieron porque se lo había llevado una persona muy importante de Culiacán.

Llevé a mi mamá de nuevo a declarar, dijo que el MP le indicó que pusiera que no se lo había llevado ningún comando armado, ningunas personas vestidas con el logotipo del gobierno. Ahora no se sabe si eran o no eran policías, porque toda persona se viste de esa manera.

Cuando me integré a Sabuesos Guerreras mi primera búsqueda fue del lado de Mojolo, y fue positiva. Encontré los primeros restos y no fue fácil, porque no sabes quién es esa persona. Era un cerro montado, parte de la osamenta estaba fuera porque los muchachos la sacaron. Se te derrumba el mundo al saber que puede ser tu familiar o el de las que van con nosotras.

Además, se carga con el peso de que la gente dice que él se lo buscó. Los hacen pasar por unas fichitas. Le puse en charola de plata al investigador todos los nombres de los fulanos y menganos habidos y por haber. Hice mi propia investigación.

Aquí hay de todo, hacen porque pueden. Tengo más de seis meses pidiendo pruebas de ADN porque se encontró una osamenta con las características de él, pero no me la dan porque hay muchos por delante. El día que fuimos a la Semefo (Servicio Médico Forense) la encargada me dijo que si un cuerpo tiene las características se le da prioridad, ¿pero dónde está el mío?

En el camino nos hemos convertido en rastreadoras, legistas, antropólogas, defensoras de derechos humanos. Somos de todo un poco.

 

ME DIO GUSTO ENCONTRALO, PERO NO COMO YO QUERÍA

Yo no he recibido amenazas por buscar a mi hijo, es Eleazar Guadalupe Hernández Torrecillas, el Rayito. Tenía 22 años, él era un bailarín de Sinaloa. Era de Estados Unidos, pero le gustaba vivir aquí. Desde chiquito no quiso estar en Estados Unidos junto con sus hermanos, siempre dijo que quería estar en su casa y con su mamá. A su papá lo mataron en Estados Unidos.

Él era líder de un grupo de muchachos jóvenes que bailaban diferentes ritmos, baile urbano callejero. Se presentaban en fiestas de XV años, bailes sorpresas, hacían eventos en teatros y siempre estaban presentes en cualquier parte en la que hubiera evento, en Navolato, en San Pedro, Mazatlán, Concordia, Rosario, donde quiera.

Se fue a participar en un evento a Guadalajara un 14 de diciembre del 2017 y llegó el 15. Cuando llegó me dijo que la actividad se haría en Ciudad Guzmán y de ahí me llamó para decirme que iría con los muchachos a comer una carne asada. Se quedó a dormir con otros amigos, compañeros de baile, y no con el amigo que se iba a quedar en un principio.

En la noche se acabó el evento y le marqué como a las ocho y media pero no me contestó. Le marqué ocho veces seguidas, la última vez a las tres de la mañana. Sus amigos me dijeron que él y otro muchacho se quedaron en el apartamento para bañarse, llegaron unas personas y al muchacho le dieron un pistolazo en la cabeza y lo dejaron tirado. Ahí quedó todo ensangrentado. Tumbaron la puerta de la casa y se llevaron a mi hijo el 16 de diciembre, como a las nueve de la noche.

Un día fui a hacerme la prueba de ADN en Aguaruto, porque encontré a una muchacha del grupo Sabuesos Guerreras y a otra señora de Voces Unidas. Mi vecina me dijo que le diera toda la información de mi hijo para mandarlo al colectivo Por Amor a Ellxs. La mandamos un domingo y para el lunes se dieron la tarea de ir a la Semefo. A las 8:32 del martes me habló un amigo de mi hijo para decirme que me andaban buscando unas personas de Guadalajara. Me dijeron que habían encontrado a un muchacho con las características de mi hijo.

En ese momento sentí que el mundo se me venía abajo. Lo único que se me ocurrió fue hablarle a Isabel y ella me dijo que le compartiera el número que me habían dado. Les mandó la foto de mi hijo, porque cuando los encuentran les toman foto, si tienen algún tatuaje o algo que los identifique. Mi hijo tenía un tatuaje de una lámpara en el dedo y en su nalga otro que decía “Tu nombre”.

De Guadalajara mandaron la foto al teléfono de mi sobrina. Sentí que como si me hubiera electrocutado al ver la carita de mi hijo, cómo había quedado, cómo lo habían encontrado.

Me dio gusto encontrarlo, pero no como yo quería. Eso fue un 28 de agosto de 2018. Lo trajimos el 13 de septiembre de 2018, y para el 14 mi hijo ya había sido sepultado.

Decidí seguir con el grupo. Sigo con ellas porque su dolor es mi dolor. Y también la esperanza. Aunque yo ya encontré a mi hijo y sé dónde está, las sigo apoyando.

 

PARA IR A UNA BÚSQUEDA LLEVAMOS DE TODO, PICOS, PALAS, VARILLAS, SUEROS, AGUA

Mi hijo fue desaparecido el 1 de diciembre de 2018. En ese momento tenía 36 años. Le dijo a su papá “ahorita vengo, voy a cobrar un dinero que me deben”, porque él se dedicaba a la albañilería. Soy Juana Esperanza López Valenzuela, mamá de Omar Zazueta López, a quien busco desde hace casi cinco años.

Él no llegó y su esposa empezó a preocuparse. En la mañana quisieron salir a buscarlo. Ya tenía el presentimiento de que algo había sucedido. Me empiezan a explicar, me dicen que mi hijo estaba desaparecido, que ya lo habían buscado, que ya habían ido a la comisión a denunciar, a buscarlo a Semefo, a hospitales, a la policía, y que no lo encontraban. Que por eso decidieron decirme.

No sabemos por qué está desaparecido. Salió a cobrar el dinero y de ahí ya no sabemos. Hay rumores que no puedo decir si son verdad o mentira. La gente no tiene la culpa de lo que a mi hijo le haya pasado. No voy a exponer a una persona a que la estén martirizando con preguntas.

Han pasado cinco años y yo pienso a veces que ha pasado lo peor. Que mi hijo ya no está en este mundo terrenal. Pero la esperanza está aquí. Tengo fe de encontrarlo, vivo o muerto, con mis compañeras.

Para ir a una búsqueda llevamos de todo, picos, palas, varillas, sueros, agua, más en estos calores que están haciendo. En ocasiones hay quienes nos dan un tip, pero luego nos vamos a ciegas y ha habido positivos. En una ocasión me tocó encontrar una osamenta, tenía bráquets, un anillo, su camisa con la marca. Sus padres lo identificaron y está descansando en paz.

Lo primero que uno piensa es que puede ser el tuyo. Aquí tienen la mente tan oscura y negra que hasta de ropa los cambian, por eso las pruebas de ADN son tan importantes. A mi hijo espero encontrarlo.

Es el país entero el que está en todo esto. Hay colectivos en todas partes, en cada estado, en cada ciudad. Son demasiados desaparecidos y no hay justicia.

 

LO ÚNICO QUE PEDIMOS ES QUE APAREZCAN, QUE SI ESTÁN POR AHÍ ENTERRADOS NOS DIGAN

Yo soy de Aguascalientes, pero vivo en Culiacán desde hace 40 años. Mis hijos son los hermanos Ontiveros, el mayor fue sustraído de mi casa el 29 de marzo del 2012 a las 7:30 de la noche. Irrumpieron en mi hogar, tiraron la puerta y se metieron. Llegaron a mi casa cinco patrullas, policías ministeriales, todas las habidas y por haber con pasamontañas. Yo platiqué con uno de ellos, se quitó el pasamontañas y me dijo que no iba a pasar nada y aquí estamos, a once años y tres meses que no sé el paradero de mis hijos.

Ese día se llevaron a Jesús Ángel, de 20 años. Ese mismo día, media hora después fueron por Luis Eduardo, de 17 años, al campito de futbol de la López Mateos. Fue por él la patrulla y se lo llevan en un carro que era de su propiedad. Hasta ahora no sé nada de ellos. No duermo pensando en por qué, por más que le busco no sé qué hicieron.

Mi nombre es María de los Ángeles Campos y busco a mis dos hijos. Ellos eran trabajadores del Ayuntamiento de Culiacán, hacían la recolección de basura. Trabajaban con su papá, él era el coordinador y estaban a su cargo, los mandaba en el carro de la basura.

¿Qué hicieron? ¿Qué vieron? En la desaparición de mis hijos levantaron a 26 muchachos de la colonia López Mateos, cuando pusimos la denuncia nos dimos cuenta. Ahí nos dijeron que los iban a buscar, pero hasta la fecha no han hecho nada. Ninguno de los muchachos ha aparecido, a todos se los llevó la policía, llegaron con las patrullas con los números tapados. Nosotros decimos que son policías, pero cuando denunciamos dijeron que eran patrullas clonadas.

A once años tres meses no tienen un expediente. Nos dimos a la tarea de contar las 4 mil 58 hojas del expediente de la denuncia. Pero para mí esas hojas son pura basura, el contenido de ese expediente son las respuestas que yo he pedido al Estado. En algún lugar están mis hijos, no pueden desaparecer de la nada ni se los tragó la tierra.

 

LUIS ONTIVEROS, PADRE DE JESÚS Y EDUARDO

Lo único que pedimos es que si están por ahí nos lo digan. No vamos a echarle la culpa a nadie. Nos han quitado dinero, arriba de 500 mil pesos. A uno lo ven desesperado y le piden y pues uno da. Por un hijo soy capaz de dar todo lo que tengo, que no es mucho.

 

A ÉL LO MATARON EL MISMO DÍA

Mi nombre es Adriana González, soy esposa de Nicolás Zapata Alarcón y cuñada de Eliot Zapata Sosa. A ellos los desaparecieron el 11 de marzo del 2020. Lo único que sé de ellos fue lo que se me dijo por medio de mensajes anónimos.

Ellos estaban trabajando para el lado de Agua Caliente, no sé de qué. Él era antes militar, tenía meses que había desertado, estaba en la Quinta Brigada del Estado de México. Yo vivía en Veracruz y me vine a Culiacán cuando me separé de él por un problema matrimonial. Él se quedó trabajando con una diputada en la ciudad de Puebla.

Cuando me vine no aguantó y me vino a buscar. Él era doce años menor que yo y murió cuando tenía 21 años, días antes de que cumpliera 22. Es muy difícil que encuentres trabajo fuera de la milicia, porque aquí tienen la cultura de que un militar es alguien apestado.

En su desesperación de buscar cómo hacerse responsable de mí y de nuestros dos hijos se conectó con personas que yo no conozco y que también ya fallecieron. Me dijo que le habían ofrecido cuidar un lugar en Agua Caliente. Yo trabajo vendiendo tecnología, pero no tenía nada que ver con su rubro.

Entró en enero del 2020 y desapareció en marzo del mismo año. El 10 de marzo de 2020 me habló mi esposo para decirme que se iba a ir y que no sabía cuándo iba a regresar ni cuándo nos volvería a ver. Nunca me dijo la razón ni a dónde iba.

Yo claro que ya lo doy por muerto, a él lo mataron el mismo día. Mi coraje es que en la fiscalía se hacen pendejos. Vivimos una injusticia, no lloras hasta que te toca. Me mandaron anónimos diciendo que los metieron en ácido, que los quemaron, que hicieron las cosas mal y que ya no le buscara. Me enteré de la muerte de mi esposo por Instagram. Subieron su foto y pusieron “Descanse en paz, marino”.

Llegué al colectivo con una historia distinta a la de las otras. Isabel me adoptó prácticamente. Las autoridades me decían que yo no era víctima. Pero todos tenemos derecho de ser buscados. Lo que hayan hecho, que los juzguen.

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