EN LA PIEL DE LOS MÈ’PHÀÀ / 318
El cómo del filosofar de la gente piel,
Acatepec, Guerrero, 2022
Xtá es la palabra que rige el pensamiento mè’phàà, la gente piel. Su hacer es tan grande y esencial que de ella, la piel, se desprenden la cosmovisión del pueblo, su principio ético y su concepción de la vida. La piel es lo que define a una persona de acuerdo a su actuar, con la que se expresan las emociones y se denomina el alma. Todo lo que existe tiene piel, ese manto que cobija y protege a lo que rodea, y en ese sentido, los mè’phàà se asumen como la piel del territorio, cuidadores del lugar en el que habitan desde el nacimiento. Y ello, como sucede siempre, se refleja en la lengua, que con precisión le da nombre a esta forma de posicionarse en el mundo, y por eso la palabra xtáa (“hacerse piel”) apenas y encuentra traducción en el castellano con el verbo “estar”.
En su libro Xó nùnè jùmà xàbò mè’phàà / El cómo del filosofar de la gente piel, el poeta y escritor Hubert Matiúwàa hace palpables las dimensiones que la piel adquiere para este pueblo de La Montaña de Guerrero, donde aún se mantiene viva la cultura mè’phàà. Allí siempre han luchado por su territorio, primero contra el imperio de Moctezuma, luego durante el dominio español y ahora ante la invasión de grupos delincuenciales y empresas extractivistas. La región de La Montaña, explica el autor, si bien “se ha vuelto sinónimo de resistencia indígena”, es también “ejemplo de la injusticia, la violación de derechos humanos, la pobreza, la exclusión, el racismo y la violencia”. De ahí la importancia de difundir y revalorizar la historia, recuperar la memoria colectiva y repensarse como pueblo, para que la gente piel, desde sus propias formas, defienda lo que le pertenece y mude de aquello que los enferma.
Como existe una intrínseca relación entre el territorio y la lengua —y, por lo tanto, el pensamiento—, la investigación de Matiúwàa se basa en el idioma y la memoria oral, a través de revisiones lingüísticas de palabras y expresiones, narraciones ancestrales y comentarios y críticas del autor. En ella también se evidencia el vínculo histórico de la cultura mè’phàà con el pueblo sĭndiŏ, como se autodenominó la gente piel que migró desde Guerrero y se asentó en lo que hoy es el departamento de León, en Nicaragua, donde ya no hay hablantes de la lengua, pero aún se conserva “la cicatriz de ese idioma”.
Frente a un sistema hegemónico que no sólo despoja a los pueblos de su territorio, sino que además impone sus formas de pensar y de nombrarse para arrebatarlos por completo de su identidad, Matiúwàa propone una metodología que surge desde el mismo corazón de los mè’phàà para estudiar su pensamiento y vincular la reflexión con la actualidad. Son las palabras xó (cómo) y xtá (piel), que el autor analiza como sus “palabras matriz”, el hilo conductor del texto, pues mientras la piel es el horizonte ético, el xó es la pedagogía de la oralidad en la experiencia narrativa, “el proceso de pensar, resolver y hacer, a través de la experiencia de los distintos tiempos que fundamentan la existencia” y sirve “para educar, dar consejos, comparar para aprender”. Con base en ambos conceptos, Matiúwàa desarrolla cuatro ejercicios, destinados a despertar la memoria: 1) Marmá’áàn àkiàn’ ló’ tsáa ñajwán ló’ (Despertar la memoria para recordar quiénes somos); 2) Marmá’áàn àkiàn’ ló’ xó nìgumà numbaa (Recordar las historias de cómo nació el mundo); 3) Marmá’áàn àkiàn’ ló’ rí xtá ñajun ajngáa rèje drígoo jùmà ló’ (Recordar que somos piel-horizonte ético); y 4) Marmá’áàn àkiàn’ ló’ xó nìgumà gu’wá ná ngi’ ajngáa ló’ (Recordar nuestro lugar de nombrar al mundo). En ellos se encuentran explicaciones de las palabras y expresiones que enmarcan la concepción y filosofía del pueblo mè’phàà a partir de su oralidad, así como relatos que revelan su mirada tanto en sus historias de origen como en aquellas sobre los cambios que han atravesado las comunidades a lo largo del tiempo, ante acontecimientos tales como la llegada del mercado global.
Los ejercicios también tienen una tarea a nivel interno. A lo largo de ellos se encuentra un fuerte espíritu crítico hacia todo lo que existe y atañe a la gente piel, tanto fuera de sus comunidades como dentro de ellas: desde las instituciones del Estado y la folklorización de la vida comunitaria, que acaba por desterritorializar la espiritualidad, hasta las costumbres propias del pueblo que deben modificarse de raíz, mediante el reaprendizaje, a partir de la lengua. Lejos de la romantización de la cultura indígena, Matiúwàa expone sin tapujos los problemas que colectiva y comunitariamente requieren examinarse en las comunidades mè’phàà, como la prohibición de que las mujeres participen en las asambleas y, así, quede negada su posibilidad de hacer xtángoo (piel de palabras), que es nada menos que la ley o las normas, “la manifestación del ser político”. Para dar solución a las problemáticas, asegura Matiúwàa, resulta necesario entonces cuestionarse a sí mismos desde lo colectivo y estar abiertos a reeducarse: “pensar desde el nosotros, como xtá/piel que cuida, para resolver los problemas que enfrenta nuestra comunidad”. Por ello propone también dar el peso que merecen las palabras y reivindicarse a través de ellas, pues “hacerse piel es hacerse de un nombre”. Es no llamar, por ejemplo, tlapanecos a los mè’phàà ni sutiabas a los sĭndiŏ, pues sus usos fueron peyorativos por la cultura dominante, y añadir el sobrenombre gente de piel a los mè’phàà, al ser xtá “la matriz del pensamiento que une todas las variantes dialectales de nuestro idioma”.
Si de algo no queda duda con la obra de Matiúwàa es que los mè’phàà cargan con una responsabilidad desde
que se realiza la Xtámbaa, ceremonia con la que los recién nacidos se convierten en la piel de la tierra. Esta responsabilidad con su pueblo es la que los lleva a luchar contra las minas, las empresas transnacionales, los cultivos ajenos a sus campos o los intentos de exterminio de su identidad, cuya mayor expresión habita en la lengua. Por ello, el idioma mè’phàà se representa como una lumbre colectiva, que corresponde mantener viva para no sólo conservarla en las cicatrices de la escritura. Porque sin lengua no hay pensamiento ni filosofar y sin hablantes la piel se desintegra, y con ella el tejido que protege al mundo.