EL CONOCIMIENTO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS COMO FILOSOFÍA DE LA PRÁCTICA Y LA AUTOSUFICIENCIA
Un ethos monolingüe ha predominado en la sociedad mexicana que se ha fincado por una idea de desarrollo y progreso que magramente aprendió los modelos de desarrollo europeos. Los ideólogos de esta nación lo que entendieron y consideraron adecuado fue que había que castellanizar, homogenizar culturalmente y todo lo demás mandarlo al olvido. Entonces estamos ante una situación de este tipo, en donde el olvido y desprecio de las lenguas y culturas originarias del país nos han llevado a situaciones en las que todo el conocimiento implícito en nuestras lenguas ha sido también menospreciado y que hasta apenas ahorita estemos hablando en encuentros, en donde nos dedicamos al estudio, reconocimiento y revaloración del pensamiento indígena contemporáneo, equiparándolo como un pensamiento filosófico a nivel de cualquier otra cultura de mundo.
Pretendo hablar de este conocimiento de los pueblos indígenas de México como una filosofía basada en la práctica. Los pueblos indígenas tenemos mucho que aportar para que esta sociedad pueda transitar de ese ethos monolingüe que he mencionado hacia un ethos realmente multicultural y multilingüe.
Su repertorio léxico hace referencia a la transformación, aprovechamiento, procesamiento y mantenimiento de los recursos propios de la región habitada por los pueblos originarios. Mucho de este conocimiento ha sido acuñado a través de la observación y ensayo por siglos, cuando no milenios.
Cuando una realidad es mencionada, nombrada, entonces empieza a hacerse visible y tangible, se materializa en la mente de quienes la nombran y quienes la escuchan y decodifican la referencia. Cuando se deja de practicar una actividad, ya sea un ritual, la siembra de alguna planta, la preparación de alimentos, la creación de alguna artesanía, todo el léxico, todo el conocimiento en torno a esa práctica deja de hacerse, deja de mencionarse, se desdibuja la actividad, sus objetos, procedimientos y beneficios, se pierden esos nombres y entonces se empobrece la transformación que se venía realizando y se empobrece también el mundo.
Las causas de que se dejen de hacer actividades relacionadas al aprovechamiento del entorno, que distintos pueblos han hecho de manera diferenciada en virtud de que sus geografías y ecosistemas son distintos, se debe a esa visión monolítica que he llamado ethos monolingüe y monocultural. Esta postura asume que sólo hay una visión valedera, verdadera y científica del mundo y una sola forma “adecuada” de nombrar el mundo. Por lo que esta visión y proyecto de nación impuso los valores y formas de conocimiento adoptados de la doctrina positivista y capitalista por encima de todos los demás conocimientos y modelos socioeconómicos, a los cuales demeritó y descalificó por todos los medios, hasta llegar a inocular en el imaginario social de la mayoría de los pueblos originarios la idea de que ciertamente no tenían el talante de ciencias sus conocimientos, ni la categoría de idioma sus lenguas maternas, ni el reconocimiento de gente de razón sus idiosincracias. Por lo tanto, de manera abrupta se perdió una gran cantidad de conocimiento prehispánico desde la conquista.
Hoy más que nunca es necesario el conocimiento de los pueblos originarios, es necesaria otra forma de relacionarse con el mundo y de transformarlo y aprovechar sus recursos de manera más sustentable, porque actualmente estamos viviendo y padeciendo en diferentes grados un mundo que cada vez es más voraz y excluyente.
Cada vez que se pierde un conocimiento tradicional, nos hacemos más dependientes, transitamos más a la dependencia absoluta en la que la vida sólo se entiende como una lucha constante y diaria por una magra sobrevivencia, en la que estamos solos contra los otros. Se trata entonces de una sociedad de la dependencia, que es la que buscan consolidar las cúpulas hegemónicas y mercantilistas para que nos hagamos cada vez más dependientes, versus una filosofía de la autosuficiencia que es la que practican nuestros pueblos originarios.
Por ejemplo, hablemos del reconocimiento de los derechos de la tierra. Es decir, si estamos aquí filosofando de lo que debería ser posible respecto a estas relaciones del mundo indígena con la tierra, entonces por qué no proponer eso: una legislación para que la tierra tenga derechos constitucionales tal y como se hace con la Pachamama en Bolivia. Es necesario plantear una legislación que reconozca también la filosofía de los pueblos indígenas: incluir el derecho al pensamiento y cosmovisión indígenas y el ejercicio que de éstos deriva, como tener esta otra relación con la tierra, en la que es necesario el ritual, la ofrenda, alimentar la tierra, y que tales actividades puedan coexistir de manera simétrica en dinámica política de todo el quehacer nacional y mundial.
También el derecho a vivir el tiempo de manera distinta a la usanza occidental. El tiempo para nuestras comunidades no es lineal, es cíclico. Desde la visión lineal pareciera que el tiempo siempre es el mismo y siempre podemos hacer las mismas cosas: trabajar, trabajar y seguir trabajando para sobrevivir. Pero en el tiempo indígena hay ciclos para la vida, para el trabajo, para el reposo, el agradecimiento y la fiesta. En general este tipo de relación no converge con las formas lineales en las que todo es una carrera constante por la sobrevivencia y para alcanzar el éxito.
Los animales que trabajan en la siembra, como la yunta, tienen un ciclo de trabajo y descanso y de fiesta para ellos.
Todos estos ciclos de tiempo no entran en la visión lineal. Cómo hacer que también los ciclos temporales de nuestros pueblos sean reconocidos y tengamos derecho constitucional de llevarlos a cabo no sólo como una concesión, sino un derecho. La fiesta también es un agradecer y además la fiesta alimenta esa energía que se mencionó anteriormente. Respecto a este tema de la energía, en los pueblos hñähñu se habla de algo que se conoce como xi. Este xi permea el mundo y está dentro de todas las cosas; podemos hablar de ximhäy que es como la energía, la sangre de la tierra, y ese xi también lo tenemos dentro de nuestro cuerpo. Es como el tuétano de los huesos, la sangre de nuestro cuerpo. Entonces, entendido el xi como una energía y la sangre de la tierra, es sagrada, por lo tanto intocable. Esta concepción-relación tierra-humanos contrasta con las posturas exacerbadamente mercantiles, en las que se extrae indiscriminadamente la sangre de la tierra, a través de la explotación de varios minerales, gases, y otros elementos depositados en las entrañas de la tierra.
Esta concepción de la energía de la tierra como entidad sagrada debería tener una protección legal, constitucional, por lo que deberíamos proponer formas de legislar para que esto ocurra y en la práctica cotidiana sea ejercida con todo reconocimiento. Afortunadamente se sigue practicando en la gran mayoría de los pueblos, no tienen que esperar que una ley los ampare, pero cada vez más se concesionan montañas enteras para explotación extranjera, por lo que una legislación que reconozca los derechos de la tierra a su cuidado y protección ayudaría a conservarla y evitar que de manera casi automática se puedan instalar mineras por siglos, extrayendo minerales y arrojando desechos a la tierra y sus mantos acuíferos. En una sociedad que se pretende multicultural, este tipo de derechos asignados a la tierra derivados de la concepción y filosofía de los pueblos originarios deberían ser tan válidos como el actual derecho a la propiedad privada.
Una filosofía basada en la práctica como la de los pueblos indígenas también puede mejorar sustancialmente el modelo educativo del país. El aprendizaje en las comunidades indígenas no ocurre en las aulas, se hace en la práctica. El campesino le dice al hijo vente conmigo y ve como se hace la siembra y practícalo.
Este es otro potencial aporte de la filosofía de la práctica hacia los modelos educativos oficiales y nacionales que han dado por hecho que todos aprendemos de la misma manera y que han privilegiado el razonamiento científico y metodológico sobre la imaginación y la percepción sensorial en la práctica y que postulan que invariablemente todos debemos llegar a un mismo resultado con un mismo método. Una sociedad multicultural debe convertir tales modelos educativos, transformarlos, hacer que transiten hacia una forma de educación y de aprendizaje en la práctica y la percepción multisensorial, con aulas abiertas, ir a los lugares en donde se manifiesta la vida y donde ocurren las transformaciones de nuestro entorno. ¿Cómo saber a qué sabe una chirimoya? Ninguna explicación puede alcanzar a transmitir su sabor, se tiene que comer una para saberlo.
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Nicandro González Peña (hñähñu), maestro en Antropología Lingüística por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y director de investigación del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas.