LA EXPERIENCIA DEL CONOCIMIENTO COLECTIVO / 319 — ojarasca Ojarasca
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LA EXPERIENCIA DEL CONOCIMIENTO COLECTIVO / 319

RAMÓN VERA-HERRERA

“NOS ESTABAN DESPOJANDO DE NUESTRA PROPIA PERSPECTIVA”

Volvemos a mirar, a sentir todas las palabras que gente desde muchos rincones de este país, y de Latinoamérica, ha estado insistiendo por años sin que en diversas capas sociales se percaten de su palabra. Esas palabras van de lo íntimo y poético a lo político, práctico, pertinente o urgente. La gente se habla y con eso tiende puentes, lanza una flecha o una atarraya con las que se abren mundos. Y la palabra es acción, siempre colectiva. Por más que la cocinemos en el silencio de nuestro cuaderno o nuestra computadora, o en el deambular de otros quehaceres en los caminos de ida y vuelta de los días.

Nos regresan también palabras de quienes encarnan con nosotros (aunque a la distancia) encuentros a deshoras. Como Raimón Pannikar, a quien nunca conoceré en persona pero lo traigo remachado en la memoria porque dijo en La trinidad:

La persona no es ni una unidad monolítica ni una pluralidad inconexa. Hablar de una persona singular, aislada, es una pura contradicción. El término “persona” implica una relación constitutiva, la relación expresada en las personas pronominales. Lo que suele llamarse persona no es sino un nudo en una red de relaciones (con otros nudos). Un yo implica un tú, y en tanto esta relación se mantiene implica también un él/ella/ello como el espacio en que la relación yo-tú se establece. Una relación yo-tú implica igualmente una relación nosotros-tú que incluye el ellos...

Su claridad nos respalda la insistencia de que el saber se construye en colectivo, de que la palabra es colectiva y nuestro lenguaje, los lenguajes, son siempre nuestro ámbito común más antiguo y vasto y son, ésos sí, inalienables, inembargables e inextinguibles, aunque para defenderlos se necesita la fuerza y la entereza de la gente, en resistencia, en rebeldía. Hoy para que no nos normalicen ese estado de alienación impuesto a tiros, con corrupción, con dilución, con algoritmos y estadística para lavar y sacar de cuadro a la imaginación y la inteligencia, la gente habla e ilumina lo antes insondable desde tantos rincones.

En México en particular vamos descubriendo miradas, visiones, torrentes antiguos e innovadores como lo mostró hace poco La insurrección de las palabras (Ítaca-Fondo de Cultura Económica, 2023), el libro compilado por Hermann Bellinghausen que es una especie de relicario luminoso por la reunión de tanta palabra buscando ante el misterio. Rechazando la mentira y el desengaño. Celebrando la sencillez, el amor, la convivencia, en el fogonazo de lucidez de la poesía, que con suerte es indeleble.

Hace falta descubrir más palabra surgida de los rincones, esa palabra colectiva que encarna cuando al hablar por otros quien habla termina siendo las otras personas porque su imantación no es el sí mismo/ misma sino la voz de todas todos presentes, e incluso ausentes, o fallecidos.

“Sólo entre todos sabemos todo”, repetía Meterio Torres, maraka’ame, y su anzuelo iba para que la gente prestara atención a las asambleas, donde desde fuera se piensa que son para votar, “y a mano alzada, qué horror, prestándose a la manipulación”, hay quien dice la gente con gran ignorancia o desdén. Las asambleas son conversaciones entre pocas o muchas personas (hemos visto asambleas hasta de más de tres mil personas), donde la idea es entender, hacer sentido, diagnosticar, hacer justicia, memoriar, resolver misterios y también entuertos. Claro, también se toman decisiones, pero no se toman por votación casi nunca porque la gente tiene tiempos diferentes para aceptar un hecho, para recapacitar los argumentos o el tejido vivo que se nos muestra. Alfredo Osuna, sabio yoreme de Cohuirimpo en Sonora, insistía en que “todo lo que construimos como humanos es colectivo o no será. Realizar asuntos, proyectos con otros. Así finalmente logramos lo que somos. Así terminamos conocidos”.

Los ñuhú lo sitúan en la crucial importancia de la convivencia, ese capelo de naturalidad y entendimiento, como reflexiona Alfredo Zepeda que los acompaña, aunque se hablen lenguas diferentes.

Ese capelo permite que la gente exprese su palabra sabiendo que habrá el esfuerzo de ser entendida (por parte de las demás personas). De esa confianza vienen todas las reflexiones siguientes.

La conclusión primera (que no es nuestra sino un hecho constatable por quien recorra el país a pie) es que hay muchísima reflexión, argumentación, claridad del panorama histórico, conciencia de las condiciones que pesan para muchísima gente de los pueblos, de las comunidades más apartadas. Gente que lee, que se informa, que discurre con mucha más claridad que en vastos nichos de la clase media.

Es contundente que la gente afirme: “De alguna manera el Estado nos estaba despojando de nuestra propia perspectiva. Tenemos que garantizarnos nuestro proyecto de vida comunal, que es nuestro derecho, y nuestro derecho a la alimentación, a la salud —porque el Estado no lo ha hecho ni lo va a hacer”. De varios lados se siente cada vez más fuerte ese “cercamiento institucional, legal, con políticas públicas del Estado hacia nuestros pueblos, es un cercamiento cada vez más violento, más brutal, profundo, que no permite que las comunidades sigamos en este proceso de lucha en condiciones normales”.

Por eso se pide “la reconstitución de los pueblos, estrategias de articulación”, cuidar, dicen, “a costa de lo que sea, nuestro territorio porque de ahí nos sostenemos, obtenemos el agua, todo lo que nos da vida. Si no nos aferramos a cuidar lo que es nuestro no vamos a lograr nada”.

Va cayendo la claridad de la preeminencia otorgada a los megaproyectos. Los ven llegar, van sintiendo cómo los operadores se cuelan en sus ranchos. “Pero no nos tiene que ganar el pesimismo, sino esa fuerza de los pueblos que siempre nos anima”. Desde varios rincones cunde la alarma por “el crecimiento de la violencia (en particular contra las mujeres), la búsqueda del control político desde los rincones más pequeños”, “el aumento de la conflictividad agraria”, “la jornalerización de la vida comunitaria”, la “criminalización de los defensores de la tierra y el territorio”, “cómo se busca interferir en el trabajo de toda persona que defienda su vida y su tierra”.

Y se preguntan, “cómo volver a mirar la milpa, la propia producción de los alimentos, saber que de la alimentación depende el estado de salud y que eso también va a ser un gran contrapeso para salir de la pandemia, por eso nos damos a la tarea de recuperar semillas”. La gente está muy clara también de la deforestación: nomás en Hopelchén, según Global Watch, se han perdido 186 mil hectáreas entre 2001 y 2019.

Hay otras palabras más urgentes: “En nuestras asambleas hemos decidido defendernos ante las amenazas del gobierno y empresas privadas porque no se hacen responsables de todos los daños y contaminación que provocan; dañan los bienes naturales que nos heredaron nuestros antepasados. Es una lucha que no termina. Porque la tierra, los bosques, el agua, los manantiales, las costas de agua nos relacionan y nos dan vida”. En casi todos los casos, resalta que “los cárteles son brazos de las empresas para desmovilizar a las comunidades”. Un embate muy próximo para mucha gente es el empeño de la Procuraduría Agraria por terminar con las asambleas, cuando “aumentan las rentas de tierras por 30 o 40 años, por lo que ya no hay motivo o razones para que los ejidos se reúnan y tengan asamblea”, lo que a su vez debilita el ánimo comunitario de las mismas.

Parte de esta sabiduría desde los rincones, se vuelca entonces en entender los embates que les van pesando y de pronto, al sentir la urgencia de expresarlo, lo hacen como en la declaración que desde 16 entidades del país hacen comunidades, ejidos, movimientos y organizaciones que diario ven al país desde sus entrañas.

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