¿SE ENCOGE EL FUTURO? / 321
En el alarmante crisol de nuestros días, con su extraña oposición autoritarismo-caos, proliferan los espacios del mundo actualmente en guerra. Alguna clase de guerra. Países, regiones, fronteras bajo fuego y la gente contra los muros, abra las piernas, no voltee, papeles.
Trauma extremo para millones de los infantes que son nuestro futuro. A su miedo y el que respiran de los adultos, se añaden hambre, sangre, fiebre, pérdida. Justamente ahora, mientras usted lee esto en, digamos, enero de 2024, decenas de niños y niñas son asesinados cada día. O cien. Centenares de infantes sufren secuestro, abusos brutales, abandono. Al paso de las semanas suman miles. Las cárceles, abarrotadas de hombres y mujeres, de hecho las gobiernan los peores, los más peligrosos.
Además de los miles de bombas que se tiran a diario sobre Gaza, Ucrania, Siria, Líbano, la Bomba en manos de Estados Unidos, Rusia, Israel y Gran Bretaña pende directamente sobre millones de personas en Medio Oriente y Europa. En América Latina y el Caribe las definiciones políticas se diluyen en Estados nacionales desafiados por pandillas criminales que equivalen a ejércitos y combaten cada día a las fuerzas del orden y a la población civil que se les atraviesa. ¿Cuántas personas, tan sólo en México (ya no digamos Honduras, Haití, etcétera), hogares, negocios, pagan derecho de piso al que se les pare enfrente con una pistola? Con sus particularidades, nuestros países se debaten entre el desorden cuasi terrorista y el autoritarismo, mientras la militarización y los narcoestados derivan hacia la descomposición de los lazos comunitarios, acanallan hábitos y principios, y “justifican” el espionaje omnímodo, el control, los retenes, las restricciones.
En materia telúrica, la Tierra se encuentra aquejada de un cambio climático de orden industrial y global que mata, si no de calor, de frío, terremoto, sequía, inundación, derrame tóxico o epidemia. 2023 fue el más caluroso de la historia del planeta, y probablemente el más cálido de los últimos 100 mil años, informó el Servicio de Cambio Climático Copérnico (C3S) de la Unión Europea (Reuters).
La suma de estos ingredientes, apenas bocetados, no sólo arrebata muchas vidas. En un número todavía mayor tenemos a los sobrevivientes que en masa o pequeños grupos huyen hacia el norte a través de ríos, Darienes y desiertos del infierno, aso lados por traficantes y bandas criminales, sometidos a las restricciones migratorias de los países clave: Estados Unidos (jerarca en la materia), México, la Unión Europea. Las naciones de trayecto y destino se ven obligadas a “enfrentar” el fenómeno: pueblos que se desangran —Palestina, Haití, Siria, Yemen— física y demográficamente.
También la demografía es campo de batalla, saca cuentas fríamente de los que huyen a través de fronteras, mares, ríos, continentes, en busca de refugio y trabajo. Papeles.
En Ecuador y El Salvador, por ejemplo, la confrontación con los criminales dicta la razón de Estado. Colombia y México sostienen una frágil detente con los grupos criminales que en todo caso se matan entre ellos, como decía Vicente Fox. Si el capitalismo salvaje y corrupto sostiene al Estado en Guatemala, el socialismo acorralado y agujereado de Venezuela, Cuba y su caricatura nicaragüense también experimentan el éxodo crónico de familias que sueñan con una prosperidad que su tierra no les ofrece. Para mayor perversidad en la situación, estos tránsfugas se convierten en base de la economía en sus lugares de origen, ya que lo mismo rifan las remesas en América Latina que en África.
Las migraciones internas, a veces igual de dolorosas, son permanentes en Perú, Chile, México. Nuestro país ocupa un sitio peculiar: produce migrantes a manos llenas (internos y hacia Estados Unidos) mientras recibe fugitivos terrestres del sur continental, unos de paso, otros en busca de asilo. Para todos, la verdadera barrera es el Bórder. Millares se quedan varados acá. Los “afortunados” caen en el guante de la Migra, se convierten en negocio de políticos y particulares gringos que los traen de un lado al otro como ganado, hasta que los regurgitan.
Hoy que todo se fragmenta, también lo hacen las bolsas de resistencia. Y sin embargo su importancia es mayor que nunca. Aun si son pequeñas es tanto lo que depende de ellas.
Sin las organizaciones regionales, las cooperativas, los pueblos autónomos, los comunes, los mancomunados, los que se rigen por usos y costumbres; sin sus productos y sus prácticas comunitarias, agrícolas y ambientales, no existirían alternativas viables, sensatas y probadas de reacomodo humano planetario.
En una civilización global dominada por la acumulación de ganancias, la manipulación masiva y el entretenimiento, adquieren inmensa importancia simbólica, pedagógica y práctica la recuperación de las lenguas originarias, los hábitos alimentarios y las dignas prácticas tradicionales de salud y buen vivir.
Los pueblos y sus organizaciones son guardianes indispensables de la vida, aunque ningún Estado o empresa los reconozca como tales. No les conviene.