“EL CAMINO DE LA SERPIENTE” EN EL MÉXICO PROFUNDO
Entre los actuales pobladores de El Cielo en el sur de Tamaulipas aún persisten relatos orales acerca de una de las especies de serpientes venenosas más temidas a lo largo de toda su distribución natural: la Nauyaca real o Cuatronarices (Bothrops asper). Cuentan específicamente los campesinos cortadores de palmilla camedor (Chamaedorea radicalis) que en las zonas más remotas en donde suelen encontrar este “oro verde” —con el que además presuntamente “los gringos pintan de verde a los dólares”— habitan también estas serpientes consideradas mortales para el ser humano, las cuales además cuando ya son muy viejas suelen “echar plumas en la cabeza y cantar como una guajolotita en tiempos de lluvias”. De acuerdo con el testimonio de estos ejidatarios que llegaron en tiempos relativamente recientes a poblar la zona, dada la intensa explotación forestal de la concesión en manos de los Diez Coleman, este tipo de animal además posee una especie de “mal aire” al que le llaman “bao”, con el cual éstas pueden “apendejar” no sólo a sus presas naturales, sino también a sus enemigos naturales, como el ser humano. Cuentan que en estas zonas lejanas es común perder la orientación y extraviarse, ello atribuido a las entidades guardianas de estos sitios en los que la naturaleza suele ser inviolable. Este tipo de historias antiguas aún presentes en la memoria colectiva de los pueblos originarios y mestizos nos remiten a la mítica y emblemática figura de la deidad mesoamericana conocida como Quetzalcóatl.
También entre los comuneros zoques de Santa María Chimalapa (ang pøn) en el Istmo de Tehuantepec, persiste la creencia de que esta misma especie de serpiente venenosa y de importancia médica conocida localmente como Yumit sajin o víbora sorda emite vocalizaciones, es decir, que “canta” como una guajolotita en temporada de lluvias. En la zona prístina y remota conocida como La Gloria, en donde hay una selva alta perennifolia casi intacta, regularmente se escuchan por las noches lluviosas los cantos de las víboras sordas, lo cual indica innegablemente la presencia de algún ejemplar que ya es muy grande y viejo; canto al cual acuden luego los comuneros chimas para intentar dar muerte, con la intención de evitar así futuros encuentros fatales. Por suerte esta especie de serpiente es abundante y además por evidencia anecdótica se ha observado que se ha logrado adaptar perfectamente a su entorno cambiante por causas antropogénicas.
Sería finalmente en la comunidad de origen chinanteco de Santa Cruz Tepetotutla, en la región de La Chinantla en la vertiente del Atlántico en la Sierra Madre de Oaxaca, que escucharíamos, en una noche lluviosa en el bosque mesófilo de montaña, el canto atribuido a esta especie. Don Pedro Osorio Hernández, guía comunitario de Tepetotutla, nos llamó la atención acerca de este canto o vocalización, el cual sin lugar a dudas remite al canto de algún tipo de ave nocturna o quizá algún anfibio aún desconocido, es decir no identificado a ciencia cierta. Por su parte los biólogos y afines, específicamente los herpetólogos, especializados en el estudio de los anfibios y reptiles, se han mantenido escépticos al respecto, pues la ciencia occidental no había podido demostrar, sino hasta hace muy poco, que las serpientes —las cuales carecen de oídos internos y externos— pudieran además emitir vocalizaciones. Fue en Sudamérica en el año 2021 que finalmente algunos investigadores encontraron y publicaron evidencia científica de lo que se considera el primer registro formal de una serpiente emitiendo vocalizaciones. Con esto se derrumba esa postura arrogante y chocante de parte de la clase científico-académica, la cual suele denostar y descalificar las fuentes orales, los relatos e historias que son parte del imaginario, la sabiduría popular y la tradición oral de los siempre menospreciados y discriminados pueblos originarios, guardianes no sólo de todo este bastión o cúmulo de sabiduría, también custodios del 80% de la biodiversidad remanente sobre la faz de la Madre Tierra.
Las serpientes en general fungen un rol simbólico, biológico y cultural primordial en Oaxaca. Desde tiempos prehistóricos las encontramos presentes en representaciones iconográficas en sitios arqueológicos y en el arte rupestre, así como en mitos, leyendas y relatos orales propios de los pueblos originarios y grandes civilizaciones mesoamericanas. Entre los mitos fundacionales mesoamericanos, tenemos el caso de la comunidad originaria ayuujk (mixe) de Santa María Tlahuitoltepec en la Sierra Madre de Oaxaca. La serpiente lechera, cincuate (serpiente del maíz) (Pituophis lineaticollis) es de acuerdo con la tradición oral la que ovipositaría un par de huevos de donde nacerían el Rey Kondoy y su hermana Tahëëw, dos de las deidades más importantes en la cosmovisión a nivel regional. Esta especie de serpiente inofensiva para el ser humano está bien representada en el mural en el palacio municipal y físicamente preservada en el museo comunitario. El Rey Kondoy, al cual además deificaron, también es conocido como el “Rey Bueno” y fue quien enseñó a pelear y a defenderse históricamente al pueblo ayuujk en contra de sus enemigos invasores, de tal manera que ni mexicas ni españoles lograrían jamás someterles militarmente. Los pueblos ayuujk se autoadscriben hasta el día de hoy como “los jamás conquistados”. Sobre el Rey Kondoy se dice que aún vive escondido en las muchas cuevas del cerro sagrado conocido como Zempoaltépetl (Veinte Puntas), al cual acuden regularmente los pobladores y autoridades comunitarias en casi toda su área de influencia a ofrecer tributo, así como a hacer pedimentos de salud, buenas cosechas y en general buena fortuna.
Por su parte, las comunidades de origen zapoteca o binni zaá (la gente de las nubes) de la Sierra Madre de Oaxaca mantienen la creencia popular de que la víbora de cuernitos o víbora cornuda mexicana (Ophryacus undulatus) es la entidad guardiana de los últimos espacios sagrados bioculturales de esta región, reconocida como uno de los 20 hotspots de biodiversidad a escala global. En Santa Catarina Lachatao, donde se ha adoptado la figura de la serpiente como emblema comunitario, cada mes de mayo se celebra el Festival de Tierra Caliente, un evento académico, simbólico y ritual en el que se refrenda el compromiso de estos pueblos-nación serranos, unidos históricamente por la defensa de sus territorios y bienes naturales comunes, en contra de la minería y otros megaproyectos ecocidas y etnocidas que atentan contra la continuidad de la vida.
En plena sexta extinción masiva de las especies resulta esencial reconocer y reivindicar los saberes colectivos de los pueblos-nación; en sus cosmovisiones, creencias populares y relatos orales podríamos encontrar la clave para reconciliarnos como especie humana con la Madre Naturaleza dadora de sustento y vida. Las serpientes han sido, son y serán siempre parte del imaginario y memoria histórica colectiva de los pueblos-nación en resistencia y pie de lucha en favor de la vida. Procuremos y promovamos una sana relación sociedad- naturaleza más estrecha, antes de que el Apocalipsis socio-ambiental nos alcance definitivamente.