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EL ACERCAMIENTO A LA MÚSICA FUE GRACIAS A MI HERMANO JUAN / XÍ NIGÚÁMBAÀ, ATHIÁXI NE NÑAWUA, A RA’KHA MARAKA JÁYA NE’

BARTOLOMÉ ESPÍNDOLA GÁLVEZ (MÚSICO MÈ’PHÀÀ)

Corre el año 1994, en una asamblea comunitaria, el comisario (thúnga), profesor Sebastián Mendoza, planteó a los vecinos que era necesario germinar una banda filarmónica para musicalizar fiestas y despedidas de difuntos, así también para representar el rostro de Monte Alegre, en el municipio de Malinaltepec, y compartir la ofrenda musical con otros pueblos (xtaja, trabajo musical colectivo o mano de vuelta). Al igual que otros señores, mi padre “entregó” a mi hermano Juan siendo un adolescente para darle vida a ese proyecto musical. Cuando llegó el maestro de música a enseñar, todas las noches veía a mi hermano leer y cantar unas figuras raras (parecían frijolitos) sobre un papel con 5 líneas y 4 espacios (pentagrama). Siempre alumbrándose con ocote, movía una mano hacia abajo, a la izquierda, a la derecha y hacia arriba (marcando el compás 4/4), y entonaba “doooo”, “reeee”, “miiii”…

Con el tiempo, cuando se repartieron los instrumentos musicales, a mi hermano le dieron la trompeta; es común otorgar este instrumento al alumno que ha avanzado más con las lecciones del Método de Solfeo Hilarion Slava, y se le denomina “Xàbò ikha” o “Xàbò guinii”, músico guía o músico primero, y como vivíamos en el monte lejos del pueblo, en un atardecer, cuando ya se enterraba el sol sobre la montaña, yo vi cuando mi hermano llegó a la casa con un estuche negro y misterioso, y nos dijo que le habían otorgado la trompeta, y yo con la curiosidad inocente deseaba ver el contenido de esa caja misteriosa. Cuando la abrió, vimos entre todos una hermosa trompeta dorada, hasta brillaba. Mi madre exclamó orgullosa: “Atuti ralo, maphú kuitsiì, athiawuan la a’jún xabo xuaje taà” (Atuti ralo,1 está bellísima, hijo cuida mucho el instrumento del pueblo).

Una vez cuando mi hermano había ido al campo a las labores, yo muy emocionado me quedé solito en la casa, y aproveché para abrir el estuche de la trompeta, temeroso a la vez de que mi hermano regresara y me encontrara infraganti, pero luego me despreocupé por la emoción, y además el terreno de cultivo estaba lejos. Entonces coloqué la boquilla, sostuve la trompeta como pude y le soplé “phssssssss”, “phssssssss”, “phstuuuuu”, “tuuuuuuuu”, sonó por fin una nota media pintada, en ese entonces ni por la mente se me atravesaba la idea de que existían siete notas y que cada una tiene un nombre como nosotros para identificarnos. Todo esto ocurría en presencia del mbatsú,2 el único testigo de mi travesura en la choza que se encontraba en medio de la milpa. Y cuando agarré más aire para soplar de nuevo, escuché una segunda nota, “miiiììììì”, la de la puerta de madera que se abría y ¡justo va entrando mi hermano! ¡Puff! Me había descubierto “con mano en la masa”, de pronto esa emoción se desvaneció y “fròò”3 hizo mi piel, esperaba un regaño fortísimo, porque resguardar la trompeta nueva del pueblo en nuestra choza era una responsabilidad muy grande, y mi hermano Juan pronunció: “Xí niguambaà, athiáxi ne nñawua, a ra’kha maraka jáya ne’” (En cuanto termines de tocar, guárdala con mucho cuidado, no se te vaya a caer). Lo recuerdo como si fuese ayer escuchar esas palabras bonitas de mi hermano, a lo mejor algo nos advertía que yo un día sería músico, y las demás notas cuchicheando entre la milpa me miraban.

Actualmente, cada vez que voy a mi comunidad me llevo mi trompeta para acompañar a mi hermano en sus andanzas con la banda del pueblo, donde toca junto con su tocayo Don Juan Carlos Cristino y Don Meño “El Paisa”, que recientemente dejó huérfana su tuba por trascender a otra dimensión de la vida. Ellos aún resisten en tocar las piezas y el estilo que les enseñaron sus maestros, piezas que poco a poco van perdiendo el aliento, porque actualmente por la influencia de diferentes medios de comunicación que imponen y desplazan acervos musicales, los jóvenes músicos van eligiendo otros gustos y prefieren tocar temas de estilo sinaloense, y lo propio se va extinguiendo. Yo creo que mientras existan músicos con espíritu musical como el de estos señorones, que siempre alientan a retomar el estilo de antaño, estilo que dio fama a la Región Montaña por sus encuentros de Bandas Filarmónicas, tendremos aún la esperanza de ver y escuchar germinar nuevamente las piezas, marchas, chilenas, jarabes, corridos que bailaron nuestros abuelos en las fiestas del pueblo.

Mientras tanto, mi hermano Juan seguirá escuchando de mi boca decir: “¿Náá mathandíí xé’ rá? ¿A magoo’ ma’ngá tsuda dxe?” (¿A dónde tocarás ahora? ¿Puedo ir en tu hombro/junto a ti?). Siempre ha dicho, mientras él viva aún, seguirá haciendo música como lo ha hecho siempre durante todos estos años, ya sea con trompeta, tuba, trombón, saxor o bombardino. Ahora, he decidido retomar ese camino de resistencia musical como la que han realizado ellos durante muchos años, para que nuestra memoria musical permanezca y nuestros hijos la abracen y se convierta en aliento de todos.

Por ello actualmente me dedico a componer canciones en mè’phàà e impartir talleres de creación de cantos, guitarra, violín, etcétera, a niños y jóvenes de La Montaña de Guerrero, para que el día de mañana tengamos un ejército de músicos cantando al unísono “Aquí estamos, aquí vivimos, somos la piel de La Montaña”. Para homenajear ese gesto de mi hermano que me indujo a este maravilloso mundo de los sonidos, siempre me he atrevido a pedirle que me ayude con personajes en mis producciones audiovisuales, así inmortalizarlo y recordarlo siempre por lo que hizo por mí, y él nunca me lo niega. Ahora gustosamente acepté ser su compadre. Luego les contaré otra anécdota de cuando hice la primera producción visual con él.

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Notas:

1. Exclamación que se usa para acariciar con palabras a algo
hermoso, bello y único.
2. Deidad fuego.
3. Sonido del miedo.
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