FIESTA GRANDE DE FEBRERO. LA CANDELARIA EN ATZACOALOYA — ojarasca Ojarasca
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FIESTA GRANDE DE FEBRERO. LA CANDELARIA EN ATZACOALOYA

MARTÍN TONALMEYOTL

La vida luz de muchos pueblos son las fiestas patronales. Para ello se sirven de algunos elementos como los danzantes, las flores, los músicos, los comerciantes, las botellas de alcohol, el refresco, la comida, los toros y castillos pirotécnicos, entre otras cosas. En Atzacoaloya la fiesta da inicio el 1 de febrero y concluye el día 11; eso es lo que se puede notar, sin embargo la fiesta inicia días antes. Las peregrinaciones comienzan ocho días antes del 1 de febrero donde los barrios de la comunidad se organizan y anuncian a partir de las tres de la mañana para concentrarse en algún lugar, y entre cuatro treinta o cinco de la mañana sale la procesión para visitar a la Virgen, en donde niños, jóvenes y adultos caminan bajo la fría madrugada con velas y flores en mano, todos cantan y caminan con dirección a la Iglesia de la Candelaria para cantarle las mañanitas.

Así recorren todas las mañanas hasta terminar con el último barrio. El día primero, un día antes de la fiesta mejor conocida como la víspera de la Candelaria, la gente sin distinción de barrios se reúne, alrededor de mil personas o más, en la capilla de San Martín de Porres, Ipanuitsio y Panteón de San Pedro y todos caminan con dirección a la iglesia. Al llegar se queman miles de cohetitos chinos y las campanas suenan para recibir a toda la gente. De la puerta de la iglesia hasta el altar, la gente avanza arrodillada, a excepción de unas cuantas personas que su físico no les permite. Después de un rezo y de la misa, la gente comienza a regresar a sus casas. En la puerta de la iglesia los encargados de este templo, regalan café caliente y pan a todos los peregrinos, muy pocos se niegan a recibirlo porque el frío por estas fechas siempre está presente y la luz del día aún no se asoma.

Los preparativos en otros espacios son similares porque los danzantes quince u ocho días antes de la fiesta llevan a cabo una actividad llamada Tivelaxiniaj, ‘tiramos las velas’, que significa ir a dejar una ofrenda y una promesa en los principales lugares sagrados de la comunidad ubicados en los cerros, ríos y al pie de los panteones. Aquí los capitanes o maestros de danzas son los guías, algunos acompañados de curanderos quienes piden y abogan por los danzantes para que durante las fiestas no tengan algún accidente, porque se dice que siempre habrá personas envidiosas quienes con sus hechicerías querrán echar el mal aire a los danzantes para avergonzarlos, por eso la protección es necesaria. Pasa lo mismo en la casa del mayordomo, en la casa del comisario, con los encargados de la iglesia, todos ellos ofrendan a los vientos, luego tienen que preparar la leña, conseguir a los ayudantes, preparar los tlacuaches para el pozole, el mole y todo lo necesario para la comida en esos días.

Todos, absolutamente todos piensan en la fiesta, en los familiares quienes visitarán a sus padres, hermanos e hijos, porque en los días de fiesta todos llegan del lugar donde están o viven y disfrutan de unos días del calor familiar. Así dan comienzo los días alegres para la mayoría, pero un poco pesado para quienes tienen que vender para obtener los alimentos básicos para sus hijos.

El recorrido del 1 y 9 de febrero se llevan a cabo a partir de las cuatro o cinco de la tarde, donde la gente va bailando y tomando al ritmo de las bandas. Esta tradición del recorrido es muy reciente en la comunidad y lo inició la señora Ángela Pérez, hace aproximadamente 15 años. Esta nueva costumbre fue traída de la costa grande de Guerrero e implementada en este pueblo con tintes propios como la vestimenta de las mujeres, las bandas locales, las danzas, los toritos pirotécnicos, el mezcal y los gigantes castillos.

Tiempo atrás, la fiesta era más sencilla. El día 1 de febrero, la fiesta daba inicio al caer la tarde noche. La banda con un grupo de personas pasaban de casa en casa a recoger las decenas o cientos de toritos, así mismo recogían el castillo. Éste no era tan alto ni tan grande porque era cargado por los comisiones (policías auxiliares), gente del comandante quienes por las mismas calles hacían el recorrido por la noche con danzantes, una banda y muchos niños. El recorrido tenía como fin llegar al atrio de la iglesia y en cuanto llegaban comenzaban a prender los toritos, después de quemarse cada uno de ellos como a la media noche, un caballito (artefacto de fuego pirotécnico) se prendía desde el cerro de Tekolokoros o desde la iglesia de San Lucas, y sobre una reata bajaba el caballito de esos dos lugares y caía en el primer canasto del castillo y daba comienzo la quema. En esos días se llegaban a quemar entre 8 a 15 castillos. Daba comienzo a partir de las nueve de la noche y terminaban de quemarse como a las tres de la mañana. Ahora todo ha cambiado, ya no se recogen los toritos casa por casa y los castillos no pueden ser cargados porque son del tamaño de las torres de la iglesia. En los recorridos de ahora, todos llegan a la iglesia, la mayoría de la gente llega al atrio muy alcoholizado y con cinco o diez bandas bailan mientras se queman los toritos y los castillos.

El 2 de febrero es el día de la fiesta grande y desde temprano la Virgen es visitada. Como a la una de la tarde, las danzas comienzan a concentrarse al atrio para bailar. La gente de las comunidades aledañas a este pueblo comienza a llegar poco a poco y la Virgen recibe a sus visitantes, donde tres o cuatro rezanderos reciben las limosnas, velas y veladoras para pedir por el bien de ellos y sus familiares. Las peticiones hacia la Virgen retumban en ecos. Los pedidores entregan su confianza en ella y la lengua náhuatl se escucha de un lado a otro, suenan quizás las palabras más puras de esta lengua, metáforas, plegarias, comparaciones, onomatopeyas, todos los poderes de la palabra brotan en la boca de estos rezanderos, porque a la Virgen se le piden cosas buenas, cosas sagradas y promesas que solamente el corazón podrá cumplirlos porque ninguno de estos se prestan a pedir maldad o mala suerte al otro, en la iglesia no se permite y a ellos tampoco se les está permitido sembrar palabras malas dentro de la casa de Dios. Para algunos no es suficiente la petición que se le hace a la Virgen o a los santos expuestos en la iglesia porque muchas personas padecen de enfermedades, a veces curables y otras veces no se sabe, pero le confían toda la fe y la cura a la Virgen, por eso cada orador cuenta con un chicote bendecido y la gente pide uno, dos, tres o más chicotes y son azotados con gran fe donde el dolor es lo que menos importa. Hay familias enteras que piden por su bien y pasan a recibir estos chicotes desde el padre, la madre y los hijos que acompañan a la fiesta.

Afuera el viento juega con los cabellos largos de la danza de los chivos, hace papalotear los pañuelos, los listones amarrados sobre los brazos. El sol alumbra de pies a cabeza al maromero que brinca sobre una reata tendida sobre el viento a más de dos metros de distancia con la tierra. Sobre sus manos carga un palo de más de 3 metros que es el equilibrio del danzante. Debajo de él bailan una docena de maromeros entre señores, jóvenes y niños, quienes apenas están en proceso de dominar el baile con los pies sobre aire. A un lado de ellos se escucha otra banda y bailan otro grupo de maromeros, y más hacia el Este los pescados golpean el piso con sus machetes, y el lagarto junto con el Potetl, ‘niño pez’, se molesta y mueve la cola para golpear a los pescados malvados que quieren atraparlo o cortarle su cola hecha con pedazos de llanta de carro. A lo lejos se nota grande la boca de aquel lagarto y su cuerpo de huesos de palo. Todos los pescados usan sombrero y camisa de manga larga por si la cola del lagarto llega a golpear en los brazos a los hombres pescados.

Otra banda ameniza a la danza de las chinelas y otra más al de los diablos, donde un buen número de jóvenes, vestidos con pantalones negros, camisas rojas, sacos negros y sus máscaras de diablo levantan sus pies de manera uniforme mientras que su guía, La Loca, enseña los senos y nalgas grandes a los expectantes, busca entre la gente a quien besar o que niño abrazar, por eso todos le huyen. Del otro lado las Reymoras y los Reymoros se corretean con sus machetes y sus capas brillantes de colores, vuelan con el viento como si de verdad fueran a matarse.

La iglesia se llena cada vez más y las flores se notan amontonadas en todos lados porque ya no caben. En el atrio las sombras de los pinos aglomeran a cientos de personas quienes escapan de los rayos del sol. Neveros, paleteros, eloteros, algodoneros y demás ambulantes pasan una y otra vez y gritan cerca de los niños para que ellos jalen de sus rebozos a sus madres y ellas les compren esos productos. El atrio es un mar de colores que se mueve de manera distorsionada, sobresale el color negro porque la mayoría de las mujeres cubren sus hombros con sus rebozos negros con minúsculos puntos color blanco grisáceo. Alrededor de la iglesia las calles se notan llenas y cientos de pies levantan el polvo lentamente. En el pequeño kiosko del pueblo, los juegos mecánicos se amenizan con sus chillidos de freno y la música reguetón a todo lo que dan las bocinas. Alrededor, puestos de ropa y sobre la calle principal se guisan las carnes para los tacos de carnitas, al pastor y de otros nombres y mezclas, pero al final es carne de puerco.

La tarde comienza a guardar sus cabellos de luz y los focos del pueblo preparan sus pupilas para recibir a la noche.

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Martín Tonalmeyotl, poeta y escritor nahua de Atzacoaloya, Guerrero. Autor de varios libros y antologías que reúnen a hombres y mujeres que escriben en las lenguas originarias. También conductor de radio, promotor cultural y hasta hace poco comisario de su comunidad perteneciente al municipio de Chilapa. Concluyó el cargo precisamente en la fecha de la Candelaria, el pasado mes de febrero.

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