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LA TIERRA BALDÍA DE LAUREANA TOLEDO / 324

RAMÓN VERA-HERRERA
La tierra baldía,
Laureana Toledo (autora y compiladora),
Quarentena Ediciones,
México, 2023

 

Invocar a T. S. Eliot es ya buscar una salida al desastre. Las palabras con que Laureana Toledo cierra su reflexión y su estudio de largos años sobre el devenir del Istmo de Tehuantepec, que resuenan con el autor inglés, ya lo declaran: “borrar la línea del tiempo entre entonces, el progreso traído por el tren a principios del siglo XX, y ahora, las consecuencias del progreso y el progreso equivalente de hoy en forma de parques eólicos y otros progresos. La riqueza siempre va a otras tierras, mientras que los habitantes de las tierras explotadas se quedan con las divisiones, conflictos y erosiones en todos sentidos. En lugar de la heroica águila del escudo nacional, la de la compañía de entonces: los zopilotes esperan, planeando en los aires calurosos por encima de los basureros, secando sus alas al sol. Esperan”. Y T. S. Eliot parece responder: “Deja que estas palabras respondan que lo que se hizo, no se haga otra vez”.

Y si el libro narra de modos diversos el despojo y las varias devastaciones entiendo que el gesto de Laureana es también un abrazo y una despedida que NO es despedida de su papá con quien conoció y comprendió ese Istmo donde se debaten tantas historias de tragedia y lucidez, de entereza, folklorismo desmedido y voracidad. Algunas invisibles y otras demasiado promocionadas que nos embarran los medios.

Por eso Laureana es aquí —en este estudio, inmersión, viaje imaginante— a la vez autora y editora que, junto a Ariadna Ramonetti, compilaron el trabajo de gente de la región que ha profundizado durante años de investigación la historia de los desfiguramientos que sobre la Península de Yucatán y el corredor interoceánico van mostrando el relato de las piraterías, el contrabando, los esclavismos, los secamientos, los desvíos de los cauces, la caída de bosques y vegetación, el arrasamiento de las milpas y la irrupción de la caña, los cafetales, la pesca industrial, la industria de la sal y las rutas que comenzaron a sacar esta mercancía con el advenimiento del primer ferrocarril transístmico.1

Después vino la industria eólica que nos pone a entender la globalidad del arrasamiento cuando la fabricación de las aspas de las torres eólicas destruye miles de hectáreas en la Amazonia ecuatoriana para hacerse de la madera de balsa que, exportada a China, podrá servir para las propelas de las torres por su ligereza relativa. Y ya de regreso en los cientos de torres de 70 a 150 metros se enseñorean de llanuras costeras, trastocan cursos de viento y semillas, matan polinizadores y pájaros, corroen los climas y las profundidades relativas en la costa y las lagunas de toda la región. Y eso sin hablar aún de los megaproyectos que abarcan el sureste en su geoposicionamiento peninsular, transoceánico, centroamericano.

Para mostrar tal complejidad el libro requiere ser un gran ejercicio de montaje en el sentido cinematográfico en reverberación de Eisenstein o Bresson que semeja moverse en los múltiples planos que maneja. Grabados, fotos, mapas, dibujos y documentos de una densidad histórica desde lo local y global que nos recuerdan en el formato a los trabajos del pensador John Berger con el fotógrafo Jean Mohr: A seventh man, Another way of telling o Fortunate man. Documentos cuya intención es abrazar la complejidad de la experiencia entre lo subjetivo individual y colectivo, y la objetividad de la documentación exhaustiva de muchas aristas.

En este ejercicio de montaje, el ensamblaje, el diseño y la edición alojan las historias, las repercusiones de tanto maltrato, pero junto resalta el retrato personal entreverado de fotos e ilustraciones con las series de fotografías que llamo “emocionales”, texturales, subjetivas con las que Laureana ha logrado reconocimiento por su obra porque retratan la interioridad apasionada del alma y la confrontan con la fotografía “realista” de relato o periodismo. Documentos que recogen la transformación y el trastocamiento territorial ocurrido entre el momento en que Porfirio Díaz quiso transformar totalmente el Istmo y el momento en que un gobierno, surgido de la revolución que lo derrotó, va a culminar la conversión del Istmo en tierra baldía como el mismo dictador Díaz no lo logró.

Estamos ante un documento que sistematiza la historia de la devastación territorial, no sólo de un despojo de la tierra de las comunidades, cierta y terrible, pero que no logra ser todavía una desfiguración total de los referentes nacidos de los territorios en su densidad de historia y cultura, por la resistencia de los pueblos.

Colaboran Ariadna Ramonetti, la notable y entrañable Josefa Sánchez Contreras, reconocida en el Istmo y fuera, el descifrador del Istmo Héctor Luis Zarauz, las investigadoras Fernanda Lataní Bravo, Roselia Chaca, Olinca Valeria Avilés, Emiliana Zolla Márquez, Deborah Root y Cuauhtémoc Medina. Destaca el tejido de voces que colectan Gloria Muñoz Ramírez y Paula López, voces de las mujeres istmeñas acerca de la desterritorialización y el despojo y la experiencia de las y los migrantes que ahí enfrentan el país en toda su enormidad. Y el texto de Elisa Ramírez, que profundiza en la crucial importancia de lo sagrado en la vida cotidiana actual y transgeneracional, al abordar las tradiciones ikoots de San Mateo del Mar y el papel de los montioc y sus saberes ancestrales en los sueños “con los que pueblan a la gente”. Tal vez las fotos subjetivas de Laureana, en su fuerza expresiva plena de sensaciones y sentimientos, memorias no reconocidas o no asumidas, estén evocando esos sueños que se cuelan desde lo sagrado a este territorio abigarrado.

Y el libro va de mano en mano, de voz en voz, proponiendo una geografía binnizá desde la mirada de Fernanda Lataní, que nos relata: “De la sal a la pesca, de la caña de azúcar al sorgo, de las danzas ancestrales al turismo, del maíz a los parques eólicos” y cómo la historia del Istmo es la desfiguración continua del sentido y la memoria de lo histórico de los pueblos, de lo que configura el territorio en sí, siempre entretejido con las comunidades que habitan con éste (no en éste).

Para Josefa Sánchez Contreras es la organización de los pueblos de acuerdo a sus cauces y la orografía, mientras para Héctor Luis Zarauz es la indagación del papel que han jugado los cauces en la historia de las transformaciones territoriales y de la mirada propia de los pueblos.

Finalmente, Emiliano Zolla y Deborah Root amalgaman Península e Istmo y nos confrontan con la avasalladora realidad actual que conjunta megaproyectos, trasiego y encierro migrante, corredores multimodales, y el tejido de resistencias y defensas territoriales en continua reconfiguración.

Fue desde el siglo XIX que se recrudecieron los agravios. En el momento en que las corporaciones y el gobierno ambicionaban un paso que conectara ambos océanos, Europa, Estados Unidos, África, por un lado, y el enorme continente asiático por la vertiente del Pacífico. Ese sueño lo alcanzó el canal de Panamá, que ahora comienza a caducar en su eficacia, y nunca lo pudo concretar la oligarquía nicaragüense con el llamado “estrecho dudoso” que relatara Ernesto Cardenal en un notable libro del mismo nombre, hoy casi olvidado, cuyos “cantos” han sido revalorados de manera muy notable por Modesta Suárez en un texto notable: Historia de un piloto que va echando la sonda: Ernesto Cardenal y El estrecho dudoso, texto que al igual que el que nos ocupa, recurre a cartas, crónicas, textos antropológicos, diálogos, para narrar la saga de un paso interoceánico por Nicaragua, aprovechando sus lagos y cauces. Modesta Suárez entendía que el tejido de voces y enfoques del libro de Cardenal confrontaba “la visión monolítica de la historia y de la poesía”.

El libro de Laureana emparenta con el recuento del misterioso “estrecho” y otros textos que buscan comprender ese espacio del Golfo de México que hoy le dicen “Mediterráneo mexicano”. Un intento por acuerpar ambos océanos, Centroamérica y el espacio marítimo de múltiples cauces y corrientes, pozos de petróleo y pesca comercial para conformar un espacio de confluencia entre Estados Unidos y México con miras a controlar el “triángulo del genocidio” [como lo nombrara Andrés Barreda] entre Colombia, Centroamérica y México-Estados Unidos.

En ese territorio intermedio, nos cuenta Tierra baldía, tarde o temprano lo que menos importa son las líneas férreas o las carreteras que crucen o circunden los diversos territorios. Es el desmadramiento territorial, el borroneo de la memoria y la expulsión masiva de miles de seres humanos de sus vidas individuales y colectivas. Se suma el trastocamiento total de los sentidos, naturales y culturales de la región en su totalidad, desde lo más microscópico hasta lo más globalizante: todo ello siempre arrasador.

Por fortuna, existe la memoria y la resistencia de las comunidades istmeñas, y libros como Tierra baldía, que no nos dejan olvidar.

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Nota:

1. “Las voces reunidas en esta publicación fueron convocadas por Laureana Toledo para reflexionar a propósito de las rutas críticas que traza la obraba Orden y Progreso (2013-2023), una investigación artística que evoca en su título el lema de la dictadura de Porfirio Díaz para cuestionar la falacia del progreso como paradigma de la modernización actual del Istmo de Tehuantepec”, dice Ariadna Ramonetti en la presentación de Tierra baldía. Las fases o procesos de la investigación Orden y Progreso se han mostrado en la Cisneros Fontanais Art Foundation en Miami, en el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad de México, en CAST Cornwall en Helston, Reino Unido y en el Centro de las Artes de San Agustín Etla.

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