UNA INTELIGENCIA COLECTIVA / 324
Aunque los mass media tradicionales los ignoran siempre que no sirvan de ornato o nota roja —televisoras, radiodifusoras, agencias de publicidad, bien instalados en su México imaginario vivido desde el privilegio en la desigualdad—, los pueblos originarios poseen hoy en México una visibilidad y un prestigio inéditos. Es válido hablar de protagonismo en dos vertientes: la colectiva, donde lo comunal es la clave; y la individual, donde numerosos y numerosas artistas, escritores, pensadores, académicos, voceros, o bien depositarios del conocimiento ancestral, han conquistado cierta presencia mediática, editorial, cinematográfica, plástica, musical, gastronómica o política de manera personal, haciéndose de “un nombre”.
Que el alcance del nuevo escenario no resulte masivo no resta su presencia en donde resuena: redes sociales lo mismo que emprendimientos colectivos en un México discreto, sin reflectores, a nivel del suelo. Pero hoy abultan también los congresos estatales y federales, las burocracias del ramo, las candidaturas por duras o por cuota de género u origen étnico.
Que aparezca como una suerte de moda populista, folclorizante, nacionalista, políticamente correcta, no vuelve menores las presiones sobre los territorios y los recursos naturales de los pueblos originarios en distintas regiones del país, sea por el avance del desarrollo oficialista o por el control de rutas y enclaves del crimen organizado. Es lo que impacta al interior de las comunidades. Significa una presión íntima que hiere o desgarra los tejidos familiares y comunitarios, sumándose a los causados por denominaciones religiosas o partidarias de larga data.
En tales ámbitos sin embargo se viene generando, desde hace ya varias décadas, una red de resistencias bastante resistente, un ánimo colectivo para salvar las lenguas, sistematizar las sabidurías, conquistar el derecho a gobernarse. Lo reflejan las nuevas generaciones con elocuencia. Creadoras y creadores de todas las disciplinas artísticas de pronto “existen” y hasta “triunfan”. El ámbito literario se ha vuelto un bosque tupido, fronda donde se hallan buenas hierbas. Se han establecido estímulos oficiales y privados como nunca antes. Premios, becas, coproducciones. Los artistas plásticos, los cineastas, los músicos de tradición o contemporáneos, actrices, actores, danzantes que “existen”.
Hay quienes ven en estos éxitos individuales una suerte de pérdida de la esencia colectiva, protagonismo, vanidad. Aún si fuera cierto en ocasiones, lo relevante es que el hecho exista en presencia y obra, proyectándose a cierto nivel mediático, editorial, de espacios culturales y escénicos, y destacadamente en las reinvindicaciones de las mujeres, quienes con frecuencia aparecen al frente de las luchas.
Se trata de un triunfo sostenido que nadie regaló a los pueblos identificados como indígenas. Tantas hijas e hijos de vecino que hoy se expresan en voz alta. Casi siempre, incluso quienes se desenvuelven en ciudades del país o Estados Unidos, insisten en poner un pie en su tierra, su familia, tradiciones, gustos y luchas. En su gran mayoría ejercen una responsabilidad creativa y pública de dignidad y talento. Artistas y académicos cumplen cargos comunitarios si se los exige su pueblo. Maestros comprometidos y escritores promueven la lectura, la escritura, la recuperación histórica. Los acechan los partidos, el anzuelo de los “pueblos mágicos”, el turismo, el extractivismo a gran escala, la corrupción.
La vida cultural, política y espiritual de los mexicanos se enriquece de manera creativa y entrañable con las enseñanzas y los logros de la inteligencia colectiva e individual de los hijos y las hijas de los pueblos originarios. Hoy se piensan, se inventan y reimaginan, se musicalizan y poetizan, se atreven.
Hace no tanto millares de indígenas del sur y el sureste se alzaron en armas por causas justas, suyas. Muchos lo pagaron con cárcel, tortura o su vida. Hoy las colectivas en comunidades y regiones, organizaciones sociales, autoridades tradicionales y cooperativas se mueven y defienden lo más básico: el agua, la tierra, el aire, la vida. El caudal de sus expresiones enriquece nuestro presente.