DE LA CREATIVIDAD DEPENDE / 325
De la creatividad depende. De lo que se aprende, no sólo de lo que obliga a la adaptación al grado incluso de negación de la identidad. Ya pasó el neolítico para la más alejada de las comunidades originarias en el país. Ya pasaron los imperios antes y después del 1500, la catequización a fuerzas, las encomiendas, las bulas reales, los pueblos libres, la persecución a escala íntima de la indiada por los liberales del siglo XIX (quizás el único periodo histórico donde la Nación buscó abiertamente su desaparición). El siglo XX hizo malabares con ellos. A partir de la Revolución los ensalzó, los humilló, los usó, los olvidó, los recordó, les cumplió, los traicionó, los expropió, los acarreó, les hizo algunas guerras, les patrocinó algunas fiestas, les puso escuelas, con suerte clínicas, les chupó los votos que pudo. La actual encrucijada de los pueblos, transcurrido un cuarto del siglo XXI, no se ubica lejos de eso, y menos aún de la desigualdad que hace pobres a los mexicanos, no sólo indígenas, para enriquecimiento de un mugre millón de millonarios que son quienes, en justicia, deberían desaparecer (en su condición de millonarios).
El campo está castigado pero vive y produce. Lo acechan sequías, agrotóxicos, contaminación letal por el extractivismo, especulación inmobiliaria y megaobras viales e industriales. Con harta frecuencia se encuentran sitiados o invadidos por bandas criminales. Tal es su realidad. Han pasado ya varias décadas del despertar que los reposicionó en la escena colectiva nacional. Han demostrado capacidad de organización, resistencia, conservación de sabidurías irremplazables, son artistas en sus lenguas y con sus sueños en lienzo y mantas, profesionistas, constructores, defensoras del territorio. Discursivamente, los que se preocupan por el porvenir del planeta en riesgo de colapso ambiental y social ven en los pueblos originarios una esperanza, pero sus saberes ancestrales y su apego a la vida no bastan ante la avalancha del capitalismo desbocado que nos educa en el fatalismo y la aceptación. La construcción social, la creación artística y cultural, las labores agrícolas de los pueblos originarios están en la hora de evolucionar mejor que el mundo, enseñarnos cómo le hacen y, sí, salvarnos de la locura postrera del gran capital con sus ilusiones postatómicas, transgénicas, de geoingeniería, inteligencia artificial, maltusianismo brutal y colonias en el espacio mientras la Tierra se enfría. El futuro es hoy.