SOMOS AGUA
El planeta es azul y nosotros somos sangre y agua. Habitamos una solitaria gota en la escala sideral que gira en el vacío etéreo. La superficie terrenal es mayormente líquida. Hasta donde sabemos, eso la hace única e inexplicable. Entre la inmensa “nada” intergaláctica, el polvo cósmico y el fuego de las estrellas, se distribuyen planetas, satélites y aerolitos: la pequeña parte sólida y mineral de un Universo inorgánico e indiferente. En uno de tales “puntos” minerales florece un accidente cósmico, la cosa más rara: agua.
De ella se derivan las todavía incontables formas vegetales y animales que hemos dado en llamar “vida orgánica” y nos incluye como especie. De hecho, somos la única especie con responsabilidad sobre los ámbitos vitales del planeta.
La amenazada existencia humana, así como de la fauna, la variedad vegetal y fúngica y los equilibrios que las posibilitan, enfrentan un doble y paradójico peligro: morir de sed ante la sequía y la desertificación; ahogarse en diluvios, deslaves y altas mareas. Lluvias inéditas desgajan cerros, arrasan ciudades y ahogan cultivos
El agua siempre encuentra cauce. Una vez que rebosa y corre, nada la detiene. Señorea el planeta y no nos necesita, mientras nosotros dependemos de ella.
La humanidad ha de imitar al agua y no perder el cauce de la vida, como lo han hecho las civilizaciones y las diversas sociedades rurales. Parece inverosímil que, en su momento de mayor destreza técnica, la humanidad se encuentre al borde de chupar faros por la codiciosa tontería de sus líderes y los dueños del dinero.