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LOLITA CHÁVEZ, EN TERRITORIO K’ICHE’

GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ

DOLORES Y RESISTENCIAS LA ACOMPAÑAN EN EL RETORNO A SU COMUNIDAD

Santa Cruz del Quiché, Guatemala. Las defensoras asesinadas Berta Cáceres, de Honduras; Bety Cariño, de México; Macarena Valdés, de Chile; Marielle Franco, de Brasil, junto a referentes de todas las batallas como Norita Cortiñas, de Argentina; la Comandanta Ramona, de Chiapas; y Bartolina Sisa, de Bolivia, fueron el eje ético, las que marcaron el camino del retorno colectivo, combativo y afectivo de Lolita Chávez a Ixim Ulew, mal llamada Guatemala, de donde hace siete años fue forzada a salir por las amenazas y criminalización por su defensa territorial.

Lolita regresó por la puerta grande. Lo dijo una y otra vez durante el recorrido por algunas de las luchas que hoy se libran en Abya Yala. La pedagogía del retorno, así se le nombró a esta travesía freiriana en la que participaron activistas de Argentina, Bolivia, Uruguay, Honduras, México, Kurdistán, Euzkal Herria, Italia y, por supuesto, de Ixim Ulew, quienes, en asambleas organizadas en el camino, contaron y recogieron dolores y resistencias. No se trató sólo del regreso de una compañera que fue desjudicializada, sino de construir un espacio de acompañamiento donde fueran nombradas las luchas en defensa del territorio y las de todas las migrantes y exiliadas que han tenido que salir de sus pueblos sin posibilidad del retorno.

En San Cristóbal de las Casas, Chiapas, a un ladito del territorio zapatista, inició un camino que fue creciendo en colectivo e integrándose con las demandas recogidas hasta llegar a territorio k’iche’. Las realidades de los pueblos sumaron sus urgencias: “la denuncia de la criminalización de defensoras y defensores, de la militarización de los territorios, la lucha por la libertad de los presos y presas políticas, la fragmentación y cooptación de las organizaciones populares, la mercantilización de las luchas, la instrumentalización y la institucionalización de algunos feminismos, la crítica al rol del Estado, de la academia, de la cooperación internacional, y del sistema de justicia patriarcal, corrupto y de orden criminal”.

Los dolores fueron duros y concretos, al igual que las denuncias que se hicieron llegar a las asambleas y espacios espirituales con el fuego al centro. Desde Paraguay se escuchó la demanda de justicia por los infanticidios de las niñas Lilian Mariana y María Carmen Villalba y la desaparición forzada de Carmen Elizabeth Oviedo Villalba (Lichita); de Honduras se ventiló la desaparición forzada de cuatro defensores de la comunidad garífuna Triunfo de la Cruz, integrante de OFRANEH; de México se habló claro sobre la militarización, la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa y el actual hostigamiento a sus padres y compañeros, de la desaparición de Lorenza Cano, madre buscadora en Guanajuato, y, de manera contundente, durante todo el recorrido se exigió la libertad de José Díaz Gómez, base de apoyo del EZLN, y la libertad de los cinco defensores del territorio de San Juan Cancuc, Chiapas.

Justicia para Lesvy (México), para Keyla Martín (Honduras) y para las víctimas de la masacre lesbicida en Barracas, Argentina, y para todas las víctimas de feminicidios, fue otro de los gritos, junto a la protesta por el feminicidio empresarial de Macarena Valdés Muñoz y el transfeminicidio de Emilia Bau en Wallmapu (Chile), que se unió a la exigencia de libertad para presos y presas por movilizarse en Argentina contra la Ley Bases.

Para Berta Cáceres, defensora lenca omnipresente en toda la travesía, asesinada en Honduras por su defensa del río Gualcarque, se demandó la ratificación de la sentencia de los responsables materiales y del coactor intelectual del crimen. Libertad para las presas y presos políticos mapuche, la desjudicialización de las y los integrantes del Malón de la Paz en Jujuy, Argentina, y la libertad para Maricruz Paz Zamora, presa política de Michoacán, México, fueron otras de las exigencias del caminar político.

En la renombrada Plaza de las Niñas, centro de Guatemala, la hermana de Lolita representó no sólo a toda su familia, sino a su pueblo que le da la bienvenida. “La tuvimos lejos por mucho tiempo porque la lucha social tiene su costo. La familia Chávez Ixcaquic está aquí presente, recibiéndola con los brazos abiertos, admirándola como siempre en su caminar”, dice mientras le entrega un enorme ramo de flores.

Aquí, en esta plaza, en marzo de 2017 conocí a Lolita Chávez. Habían pasado un par de días del incendio que calcinó a 41 niñas de un hogar institucional que supuestamente las cuidaba. El Estado las encerró y permitió que las llamas las consumieran. Sus gritos de pánico fueron criminalmente ignorados por sus custodios y por amplios sectores de una sociedad racista y clasista. Lolita llegó a la plaza con una sola acompañante para hacer un fueguito colectivo, una ceremonia no sólo para pedir por ellas, sino para exigir justicia. Meses después, ese mismo año, Lolita tuvo que salir del país bajo amenazas de muerte. Siete años más tarde, en medio de la ceremonia que la recibe, se acerca una mujer vestida de amarillo. Se funden en un abrazo y, por primera vez, Lolita rompe en llanto. Se trata de María del Carmen Urías, madre de Mayda Haydée Chután, una de las 41 niñas víctimas por las que hoy se sigue exigiendo justicia. Carmen acompañará el resto del viaje hasta el territorio k’iche’. Su retorno es también el suyo.

“Nuestros fuegos nos acompañaron en todos nuestros territorios, estuvimos con nuestros fuegos sagrados… Retorno con alegría y con una gran fuerza. Me siento profundamente guerrera. Creo que con palabras no podemos expresar la gran energía que siento por estar en Q’umarkaj, que ha sido también un territorio cuidado y defendido con la sangre, con la vida. Porque recordemos que aquí quemaron a mis ancestras en la época de la colonización”, dice Lolita en entrevista con Ojarasca, unos momentos después de pisar la tierra de la que fue expulsada por las transnacionales aliadas al gobierno. Su familia llora de emoción. La tienen en casa. El Consejo de Pueblos K’iche’ por la Defensa de la Vida, de la Madre Naturaleza, Tierra y Territorio la recibe en el seno de su organización; las abuelas la abrazan y le brindan protección. “Lolita retornó, y no retornó sola”, es el grito alegre de un camino que no termina.

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