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UN BESO AL CIELO

JANETH JACOBO HERNÁNDEZ

Fue en febrero, estaba en casa con clima fresco. Recuerdo que mi casita estaba cobijada de árboles verdes y grandes. Mi padre había regresado de una jornada muy larga, se sentó junto a mí para cenar a las seis de la tarde. Lo sé, es avaricia. Mi mamá hacía tortillas en el comal de barro mientras enfriaba mi atole de cacao. Cómo me gustaba disfrutar de estos momentos en familia, ya sólo faltaba mi abuela. Se había pasado a vivir hace algunos meses; acostumbraba a salir por las tardes. No se había aparecido aquel día, hasta cuándo terminamos de cenar, a eso de las siete de la tarde.

Llegando vi que mi madre y mi abuela habían discutido, justamente mi madrecita Lupita me susurró al oído:

–Escóndete el atole, no quiero que le des.

La verdad no me importó, quería remediar todos esos malos ratos con mi abuela de alguna u otra manera, sentía que no me quería tanto, y a veces discutíamos por eso. Tomé una taza de barro, de esos que compraba en Papantla, y le puse atole de cacao. Se negaba, no quería recibirme.

Comenzó a decirle a su hijo que iba a trabajar de veladora, le dije que no fuese porque era muy peligroso, siempre me sorprendía su valentía. Tan sólo diez minutos después escuché que colocó su taza en la mesa.

–Bueno, tengo que irme a trabajar, tal vez venga mañana. ¡Pero te cuidas!

Caminó hacia la puerta, dándome un mal presentimiento, esa noche no quería que se fuera, sólo necesitaba platicar más con ella. Al día siguiente, mi tía avisó a mi padre que la abuela se había puesto muy mal, estaba vomitando, no queriendo mi madre le hizo un atole de maíz tostado y se lo llevó. Mi abuela no quiso ir con el médico, así se mantuvo un día.

Un día después, le avisan a mi papá que tenían que llevarla al hospital, él corrió a buscar su sombrero blanco y se fue. No sé qué me ocurría, no sentí remordimiento, sabía muy dentro que se iba a recuperar, mi abuela con 72 años era fuerte y ágil. Mi madrecita dijo que no iba a pasar a mayores, no era gran problema, ya le darían de alta.

Pasó una semana, no vimos mejora, hasta que el miércoles 11 de febrero, mi papá me mencionó que su madre había preguntado por mí, ¿que si la quería ir a visitar?, cometí el error de decir que no me interesaba ir, en mí pensé: ¡que vayan sus otros nietos, quienes eran los más consentidos!

Falleció el día 14, la noticia fue impactada por toda la familia, miré que todos lloraban, hasta mi padre que siempre fue el más duro. Era la única que no tenía lágrimas en las mejillas.

Pasaron los velatorios, todos sufrían su pérdida, comenzaron a organizar la cruz en ese mismo momento, consiguieron padrinos y mi papá se miraba atormentado, como si hubiese trabajado un mes seguido sin descansar.

Hasta mi bisabuela de 98 años que estaba postrada en cama, la madre de mi difunta abuela, nos dijo que en esa mañana su hija la había visitado, pero que no le platicó nada, sólo fue a mirarla y se fue. Me pareció muy extraño, quizá sólo se despidió.

Al tercer día de su muerte la llevaron a descansar al panteón, mi segundo error fue no haber ido, sentía mucho rencor y también no me había creído que ella ya no estuviera. Cuando todo acabó me fui a acostar para ya dormirme, tuve un sueño muy extraño, mi abuela y bisabuela estaban juntas sentadas con las mismas naguas blancas con un babero verde floreado. Al despertar le conté a mi madre, predije que mi bisabuela se iría al cielo a visitar a su hija.

Quince días después de la muerte de mi abuela, mi bisabuela falleció, mi predicción era real, sentí el pesar de mi alma pero jamás lloré, sólo acepté que ella se encontraba en el cielo.

Los meses fueron pasando, mi corazón se destruía, qué mal que aquella noche no lloré, cada que me acostaba en la cama comenzaba a extrañar, mi abuela me traía pan todas las tardes, se sentaba a platicar conmigo, cargaba mi gallo favorito en aquella ventana donde entraban los finos rayos del sol, me arrepiento de haber perdido aquella foto de la ventana. Aunque no le di un beso en la frente, todas las noches que la recuerdo le mando un beso al cielo.

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Janeth Jacobo Hernández, originaria de Zozocolco de Hidalgo, Veracruz.

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