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LA MANO CLANDESTINA. GRAFFITI INDÍGENA NOVOHISPANO EN HIDALGO

JUSTINE MONTER CID

En el suroriente del estado de Hidalgo hay dos poblaciones de suma importancia para los estudios novohispanos y para uno que otro aficionado de la historia colonial y prehispánica: Tepeapulco y Zempoala. Ambas localidades son atractivos de la denominada Ruta de las Haciendas Pulqueras hidalguenses, sin embargo su historia resulta más interesante que eso, pues estos sitios fueron lugares de origen prehispánico que tuvieron un devenir cultural único en la Nueva España.

De nomenclatura nahua, Tepeapulco (junto al cerro grande) y Zempoala (lugar de la veintena o lugar de veintes) fueron asentamientos chichimecas encabezados por el guerrero Xólotl. Con la llegada de los españoles, estos lugares fueron habitados y reclamados por Hernán Cortés. La región geográfica que comparten estas localidades hidalguenses es parte de la altiplanicie pulquera, por tanto abundan en el paisaje hileras de magueyes pulqueros y de otras especies menos conocidas. Se observan también los altivos nopales con las tunas bien rojas y, ante tanto valle, los chivos apretujados corren levantando polvaredas.

Pero hay un detalle que hace de estas localidades de particular interés para los arqueólogos y novohispanistas y son sus denominados graffitis novohispanos. El ex Convento de San Francisco ubicado en Tepeapulco alberga joyas artísticas en sus guardapolvos. Fundado en 1528 y siendo guarida de Bernardino de Sahagún, este convento preserva varios de los graffitis más importantes para los estudiosos, que datan del siglo XVI aunque se pres

ume que en realidad son más cercanos al siglo XVIII, y eso se mira en la estilística de las escenas trazadas. Tepeapulco es una localidad de poco más de 50 mil habitantes, ubicada cerca de la frontera entre el Estado de México e Hidalgo, con un centro histórico colorido y pequeño, como en cualquier poblado del país. Sin embargo, es su Convento de San Francisco el que realza este lugar como auténtico y, sobre todo, a la región hidalguense en general. Comparte el espacio geográfico con la zona arqueológica de Xihuingo. Detrás de su convento están los restos de lo que fue en algún momento una plaza de toros construida en el siglo XVIII, lo que indica una fuerte presencia de la cultura de la tauromaquia.

El claustro del ex Convento de San Francisco en Tepeapulco guarda en sus paredes escenas con voladores de palo, toros, jinetes y caballos, animales diversos, escenas bélicas, astros, figuras geométricas, edificaciones. A través de ellos podemos deducir la vestimenta, ser testigos de alguna batalla o la diversión durante alguna festividad. Simplemente miramos lo que miraban aquellos, pero sobre todo a través de los ojos de la clandestinidad novohispana.

Pensemos un momento lo que significa un graffiti para nuestro siglo. Durante el Virreinato de la Nueva España la marginación social estuvo muy acentuada en las castas más bajas: indígenas, negros, mestizos. Por lo tanto se presume, según el atento guía del recinto, que estos graffitis o marcas fueron realizadas por el vulgo como una respuesta al clero y a sus normas. Podemos interpretarlos como una mofa de las circunstancias.  Otro sitio de interés es Zempoala, que lleva por apellido “Pueblo mágico”, aunque la localidad no es más que una aproximación a este desagradable concepto turístico. Menos mal. En Zempoala hallamos el ex Convento de Todos los Santos, construido también en el siglo XVI y perteneciente a la orden de los franciscanos que, al igual que el convento de Tepeapulco, tiene en sus muros parte del registro clandestino y artístico de la época. Su importancia también reside en haber sido casa de uno de los religiosos más importantes e ilustres de la Nueva España: fray Francisco de Tembleque.

En el ex Convento de Todos los Santos encontraremos escenas similares a las del ex Convento de San Francisco: astros, animales, figuras geométricas, formas antropomorfas. Sin embargo, un aspecto importante de estas marcas o graffitis es que se les adjudican, no sólo al vulgo, sino también a la masonería. La certeza está en los trazos, pues vemos en el convento figuras geométricas que remiten a la enseñanza masónica. ¿Qué graffitis son éstos? Vemos en las paredes del convento marcas que representan los símbolos masones: el compás, pentagramas, escuadras, nudos, suásticas, estrellas, círculos y demás formas de la geometría sagrada.

En este mismo municipio, a unos cuantos minutos del centro de Zempoala, está ubicado el Acueducto del padre Tembleque. En el poblado de Santiago Tepeyahualco se ubican los kilómetros más llamativos de esta magna obra de la arquitectura colonial. Los arcos del padre Tembleque se construyeron como un sistema para abastecer de agua a la comunidad de Otumba que padecía por la escasez. Durante 17 años se fue levantando esta obra arquitectónica con mano de obra indígena. No resulta extraño que en sus columnas también se puedan visualizar graffitis. Probablemente sean los más vistosos de la región por su tamaño. En la simpleza de las formas de estos graffitis se encuentra su importancia, pues son realmente marcas hechas para ser vistas en el tiempo póstumo, talladas firmemente sobre la piedra.

Al igual que en el ex Convento de Todos los Santos de Zempoala, los graffitis del Acueducto son en su mayoría figuras geométricas, sobre todo circulares. Podemos deducir que se trata de graffitis hechos por masones, pero también por indígenas, pues hay detalles que delatan su mano artística. Por ejemplo, uno de los arcos del padre Tembleque tiene una marca que aparenta ser un escudo con flechas incrustadas. Pareciera sacada de un códice indígena.

No está de más decir que en los recintos religiosos de Hidalgo abundan los graffitis novohispanos. Los hay en Tula, Epazoyucan, Actopan, Tezontepec, por mencionar algunas localidades. Con siglos de antigüedad, estos graffitis perduran (y perdurarán) como un registro artístico de lo que fue la Nueva España, pero, sobre todo, como registro de la clandestinidad y la marginación del arte.

Hay que rayar las paredes.

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