35 AÑOS DE ACOMPAÑAR A LOS PUEBLOS ORIGINARIOS / 330
“Algunos lectores se preguntarán: ¿por qué Ojarasca? Quizás porque la aparente falta de ortografía esa palabra no significa nada, y puede convertirse en una palabra nueva. Quien sabe” Umbral de Ojarasca número 1, octubre de 1991.
Entre el quién hubiera dicho y la constatación inopinada de que hay proyectos que nacen sin pronta fecha de caducidad, Ojarasca cumple 35 años, que ya suman un buen rato. Estas páginas han caminado con los pueblos originarios y sus derivaciones en México y las demás naciones del continente. Con frecuencia ellos mismos desfilan, se expresan y retratan aquí, cuando la resistencia, la consistencia, el dolor, la fiesta, la rabia y la creatividad lo han demandado.
Hemos tenido tres épocas. De octubre de 1989 a septiembre de 1991 fuimos México Indígena (Nueva Época), como un desprendimiento del Instituto Nacional Indigenista (INI), que pretendía descentralizarse a la llegada del salinismo. Como la cosa les resultó al revés y el INI se centralizó poderosamente para los fines del régimen, de sus contrarreformas constitucionales y sus programas clientelares, se rompió el convenio existente para liquidar el experimento. Aunque fundada hacía mucho por Juan Rulfo, no nos gustaba el nombre, reflejaba un pasado paternalista. Tampoco a ellos les gustaba el resultado de la revista.
Inmediatamente, en octubre de 1991, el proyecto continuó como Ojarasca. La memorable portada del primer número retrataba a Genoveva, joven estudiante del conservatorio indígena fundado desde 1977 en Tlahuitoltepec Mixe, Oaxaca: el Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe (CECAM), que pronto tuvo alcance nacional. En la foto de Mariana Rosenberg, la chica empuña alegremente un saxofón. Recientemente, el compositor e instrumentista ayuuk (mixe) Benjamín Kumantuk Xuxpë revivió aquella portada en su página de Facebook, celebrando a su hermana Genoveva, quien ha llegado a ser una gran saxofonista.
El reportaje sobre la experiencia liberadora de Tlahuitoltepec, cuyo pensador clave fue Floriberto Díaz, y su protagonista es toda la comunidad, sigue, mes con mes, en muchas otras coberturas y notas. De Cuetzalan a las montañas rebeldes de Chiapas, de la Sierra Tarahumara a la península de Yucatán, por todo Oaxaca y Guerrero, la Meseta Purépecha y la Sierra Norte de Veracruz, la Amazonia, los Andes, Centroamérica, nuestras dos fronteras, los litorales y las comarcas del México profundo, Ojarasca ha tenido el privilegio de registrar la torrencial creciente de sus voces.
La construcción de autonomías, siempre a contracorriente de los Estados nacionales, no deja de expresarse aquí. Pero también la poesía en las lenguas donde nacen versos tanto como denuncias y testimonios de mujeres, agricultores, defensores de los derechos y los territorios. La constancia de fotógrafos e ilustradores de distintas generaciones aporta el registro visual.
El retrato tomado por Mariana hace 33 años encuentra un eco en la serie fotográfica de Damián Dositelo en el mismo poblado mixe, pero en 2024, con su serie de retratos de la Tejas Band, un moderno grupo femenil que encarna la continuidad de la vida y la música. Elegimos ambas fotografías para ilustrar el cambio y la continuidad alimentados por las estaciones de la naturaleza y de la Historia. Con este espejo en el tiempo queremos celebrar el recorrido de Ojarasca.
En 1997 iniciamos nuestra tercera época, ahora como suplemento de La Jornada, desde entonces también nuestra casa. Se trata del único diario nacional en el mundo que durante 40 años ha prestado atención comprometida y permanente a los pueblos originarios del campo, la ciudad y las veredas de la migración. En 2016 pasamos a salir sólo en versión digital dentro de La Jornada y aquí estamos.
Los pueblos vivos, con raíces irreductibles en México y el resto del continente americano, son la razón de nuestras páginas. Sus procesos hacia la liberación, la soberanía y la dignidad. Sus desgracias y victorias, ejemplares para nuestros países, donde resisten y aun florecen guaraníes, mapuche, quechuas, aymaras, wayuu, ñgobe, mayas, nahuas, zapotecos, mohawk, inuit y tantísimos más, con su vasta constelación de lenguas, naciones, tribus y comunidades. Los territorios que cultivan y defienden, las selvas que protegen, sus extraordinarios conocimientos agrícolas. Verdaderos guardianes de la Tierra resultan hoy, como nunca antes, indispensables para el planeta. Negados, perseguidos, arrasados, cooptados por los Estados del continente, resisten y buscan el buen vivir en sus propios términos. Ojarasca aspira a seguir sirviendo como casa para la palabra originaria y las alternativas sociales que alimenta. Se han multiplicado las casas y las ventanas para la palabra indígena, afortunadamente. Con la puerta abierta, los ojos y los oídos atentos, la palabra verdadera es siempre bienvenida. Agradecemos a los admirables voceros, artistas, luchadoras, trabajadores y trabajadoras, ensayistas y defensores que desde sus regiones y trincheras nos permiten acompañarlos.