I
Frente a Tehuantepec, aquel noviembre
El embate del mar calmó a la noche
Y en el día de verano desbordó la cubierta.
Y uno evocó los chocolates rosas,
las doradas sombrillas. Un verde del edén
dio suavidad a la perpleja máquina
Del océano, que reposa como agua cristalina.
¿Quién es esa latitud de la ambrosía,
extrajo de la luz capullos móviles?
¿Quién percibió en las nubes la floración marina
que aroma la quietud del Pacífico?
C’etait mon enfant, mon bijou, mon áme.
Bajo la calma albearon nubes del mar
cual flores desplazándose en el verde que fluye
y en su esplendor del agua; en tanto, los colores
del cielo vibraron en un reflejo antiguo
en torno a las flotillas. El mar, en ocasiones,
derramó iris brillantes sobre el azul centella.
II
Frente a Tehuantepec, aquel noviembre
el embate del mar calmó a la noche.
En el desayuno, la jalea alumbró la cubierta
y uno evocó chocolates caseros
Y engañosas sombrillas. Y un verde fingimiento
Cubrió el falso verano sobre la tiesa máquina
Del océano, en siniestra planicie.
¿Quién vio ascender las nubes?
en el brillo maligno sumergidas?
¿Quién contempló los macizos de flores
mortales agitándose en el fondo del mar?
C’etait mon frére du ciel, ma vie, mon or.
Retumbó el gong y el trueno de los vientos
estremeció la flora en lo oscuro.
Arreció el gong. El cielo azul.
dispersó al mar sus conchas cristalinas;
de las flores del agua lo macabro
en una vasta ondulación fluía.
III
Frente a Tehuantepec, aquel noviembre
el embate del mar calmó a la noche
y palidez planteada modeló la cubierta,
y en chocolate de porcelana uno pensó.
Y en sombrillas polícromas. Un verde incierto,
pulido como un piano, del océano la máquina
arrobada contuvo, como un preludio interminable.
¿Quién, al ver planteados pétalos de blancas
flores abriéndose en el agua, se sintió seguro
de la leche en tártago de sal, y oyó
al mar desplegarse entre nubes hundidas?
Oh! C’etait mon extase et mon amour.
Tan hondamente estaban sumergidas
Que mortajas, y amortajadas sombras, ennegrecieron
pétalos que el cielo fugitivo volvió azules.
De un azul que trasciende el jacinto
Lluvioso, y al macerar el nervio de las hojas,
con un azul zafiro colma el agua.
IV
Frente a Tehuantepec, aquel noviembre
El embate del mar duró una noche.
Una mañana malva dormitó en la cubierta
Y uno evocó chocolate almizcleño
y frágiles sombrillas. Un muy fluido verde
insinuó la malicia en la reseca máquina
Del océano, los húmedos ardides ponderando
¿Quién contempló las formas de las nubes?
¿Cual flores confinadas en la densa marina?
¿Como flores? Como damascos desprendidos
de fajas inseguras en el brillante moho
C’etait ma foi, la nonchalance divine.
La desnudez que asciende, aportaría de pronto
saladas máscaras en donde vociferan barbas y bocas.
La desnudez… Pero, con giro aún más rápido, lanzó el cielo
Sus nubles más azules hacia el verde pensante
y las flores vastísimas fueron la desnudez
de una malva extensa que un sol de malva adula.
Frente a Tehuantepec, aquel noviembre,
cesó la noche el embate del mar. El día,
genuflexo y voluble, descendió a la cubierta.
Buen payaso… Uno evocó el chocolate china
y sombrillas enormes. Y un verde muy variado
prosiguió a la deriva de la obesa
Máquina del océano, y esmeró su indolencia.
¿Qué amante de pistaches, ingenioso y festivo,
halló una trampa en las nubes reinantes
Y vio en el mar a eunuco de turbantes turquesa,
diestro en platos revueltos –mar mágico nublado?
C’etait mon esprit bátard, I’ignominie.
Juntas vinieron las nubes soberanas. Engañó
el caracol de los fieles conjuros. El viento
De flores verdes logró quebrar el tinte
de clara opalescencia. Después, el mar
y el cielo se fugaron unidos, engendrando
las transfiguraciones del más reciente azul.
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Wallace Stevens (1879-1955), estadunidense, es uno de los poetas mayores de la lengua inglesa.
Traducción del inglés: Carlos Monsiváis