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DESAFORTUNADO MOTÍN

MARCUS REDIKKER

Ya hemos descrito las penurias de las multitudes que, capturadas en los rincones del occidente y centro del continente africano, fueron transportadas prisioneras para luego esclavizarlas en todo el continente americano, sobre todo en lo que hoy es Estados Unidos, las Antillas (Cuba, Puerto Rico, Haití, sobre todo), México, Colombia, Ecuador, Uruguay y mayormente Brasil. Este relato tuvo una primera parte en Ojarasca 329: https://ojarasca.jornada.com.mx/.../el-barco-deesclavos...], una reseña que publicamos del texto de Marcus Redikker sobre los barcos de esclavos y lo que ocurría dentro. Al describir una embarcación mediana, “un buque o ‘cáscara’ de unas 140 toneladas, se decía que en la cubierta inferior se podían almacenar unas 240 personas (170 hombres, 70 mujeres) encarceladas durante 16 horas al día y a veces mucho más”.

Esto llevaba a los extremos de buscar el escape todas las veces que fuera posible. Tenemos que imaginarnos que, en esa cubierta, los sótanos del barco, no era posible que la gente estuviera de pie, por lo bajo de los entrepisos. En esas condiciones “la amenaza de insurrección estaba presente siempre y era seguro que la guardia que se mantenía abortaría cualquier esfuerzo de los esclavos, en cualquier circunstancia o intento de éstos por insurreccionarse”. El siguiente relato, incluido en el capítulo 1 del libro, nos da una idea de cómo ocurrían las cosas.

Ojarasca

Sobre el capitán William Atkins. Mientras el África, un barco de Bristol con esclavos capitaneado por William Watkins, se anclaba en el viejo río Calabar a finales de la década de 1760, en la bodega del buque sus prisioneros se ocupaban cortando sus cadenas en el mayor silencio posible. Un gran número de ellos logró liberarse de los grilletes, levantar las rejillas, y escalar hasta la cubierta principal. Intentaron llegar a la armería para tomar las armas que podrían usar para recuperar la libertad perdida.

No era inusual que los esclavos se alzaran, ya sea por “amor a la libertad o por un espíritu de venganza”, explicó el marinero Henry Ellison.

La tripulación del África fue tomada por sorpresa ya que no parecía tener ni idea de que una insurrección estaba en marcha —literalmente bajo sus pies. Pero justo cuando los amotinados intentaban abrir la puerta de la bodega, Ellison y otros siete tripulantes, bien armados con pistolas y sables, abordaron desde otro barco de esclavos, el Velo Nocturno. Ellos vieron lo que ocurría, treparon el parapeto, y dispararon sobre la cabeza de los rebeldes, esperando asustarlos hasta someterles; pero los disparos no los detuvieron, así que los marineros apuntaron directo y dispararon hacia la masa de insurgentes, matando a uno. Los prisioneros hicieron un segundo intento de abrirse paso, pero los marineros se mantuvieron firmes, forzándolos a retirarse aún más, y los persiguieron mientras huían. Los marinos armados presionaron, unos cuantos rebeldes saltaron al agua, y otros se quedaron en la cubierta a pelear. Los navegantes dispararon otra vez y mataron dos más.

Cuando la tripulación recuperó el control de la situación, el Capitán Watkins reinstauró el orden. Escogió a ocho de los amotinados para dar “un ejemplo”. Los amarraron y a cada marinero (los del África más los del Velo Nocturno) le ordenaron tomar turno con un látigo. Los azotaron hasta que no pudieron más. El capitán Watkins cogió un instrumento llamado “el atormentador”, una combinación de las pinzas del cocinero y un instrumento de cirujano que se utilizaba para separar yesos. El capitán lo calentó al rojo vivo y lo usó para quemar la piel de ocho rebeldes. Cuando terminó esta operación, los rebeldes fueron encerrados abajo de nuevo. Aparentemente todos sobrevivieron, explicó Ellison.

No obstante, la tortura aún no había acabado. El capitán sospechaba que uno de sus propios marineros estaba involucrado en el complot, y que había alentado a los esclavos a rebelarse. El capitán acusó a un marino negro sin nombre, cocinero del barco, de ayudar en el motín, dándole las herramientas del tonelero a los esclavos. Ellison cuestionó esta acusación llamándola, “una mera suposición, sin pruebas del hecho”.

Pero al capitán Watkins no le importó y ordenó que trajeran un collar de hierro, (normalmente reservado para los esclavos más rebeldes) y se le ciñó al cuello del marinero negro. Luego ordenó que lo encadenaran al mástil principal, en donde permanecería, noche y día, por tiempo indefinido. Se le debía dar únicamente un plátano y una pinta de agua. Sus prendas no eran sino unos pantalones largos, apenas suficientes para resguardarlo de las inclemencias de la noche. El marinero encadenado permaneció así por tres semanas, lentamente muriendo de hambre.

Cuando el África reunió su cargamento de 310 esclavos, y la tripulación se preparaba para navegar lejos de la Bahía de Biafra, el capitán Watkins decidió que el castigo del cocinero debía continuar, así que hizo un arreglo con el Capitán Joseph Carter para mandarlo a bordo del Velo Nocturno, donde fue nuevamente encadenado al mástil principal y le dieron la misma cantidad de comida y agua. Tras otros diez días el marino negro empezó a delirar “a causa del hambre y la opresión” que lo “transformaron en un esqueleto”, explicó Ellison.

Durante tres días hizo esfuerzos violentos por liberarse de los grilletes, provocando tallones en la piel de varias partes de su cuerpo. El collar de hierro incluso llegó hasta el hueso. El “desafortunado hombre” se había convertido “en un espectáculo impactante”, dijo Ellison.

Después de cinco semanas en ambas cubiertas, “experimentando miserias indescriptibles en ambas”, finalmente fue aliviado por la muerte. Ellison fue uno de los marineros encargados de tirar su cuerpo desde la cubierta hasta el río.

Los escasos restos del marinero negro fueron devorados de inmediato por los tiburones.

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Del libro The slave ship, Penguin Books, 2007

Traducción: Mateo Vera Villa y Ramón Vera-Herrera

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