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EL RETORNO A ABYA YALA COMO GESTO DESCOLONIAL

ALONDRA TORRES TRUEBA

AMÉRICA NO SIEMPRE SE LLAMÓ ASÍ

El nombre “América” ha sido durante mucho tiempo aceptado como la designación de los continentes actualmente conocidos como América del Norte y del Sur. Sin embargo, su origen está arraigado en la historia colonial europea, específicamente en el explorador italiano Américo Vespucio, cuyas expediciones fueron clave para moldear la comprensión europea del “Nuevo Mundo”. Esta denominación ignora las civilizaciones milenarias que florecieron antes de la llegada de Vespucio. En los últimos años, ha surgido un llamado creciente —particularmente desde movimientos indígenas y pensadores descoloniales— para renombrar el continente como Abya Yala, un término del pueblo Guna de Panamá y Colombia que significa “tierra viva y sabia” o “tierra de sangre vital”.

Este cambio no es meramente simbólico, sino que representa una transformación profunda en el reconocimiento histórico, el respeto cultural y la conciencia política.

 

RECONOCER LAS HISTORIAS Y CIVILIZACIONES PRECOLONIALES

El nombre “América” centra la narrativa desde una perspectiva eurocentrada, marginando a los pueblos indígenas que habitaron estas tierras durante milenios. Civilizaciones como la maya, la mexica, la inca y muchas otras desarrollaron sistemas complejos de organización, religión y conocimiento. El término Abya Yala antecede a la conquista y está enraizado en una cosmovisión indígena, ofreciendo un marco más preciso y respetuoso para reconocer esta presencia preexistente.

 

UN ACTO DESCOLONIAL DE RECUPERACIÓN DE IDENTIDAD

Renombrar el continente como Abya Yala es un gesto descolonial poderoso. Desafía la visión eurocéntrica que ha dominado la historia, la educación y la geopolítica durante siglos. Así como se han renombrado países, ciudades e instituciones —de Bombay a Mumbai, de Rodesia a Zimbabue— el renombramiento continental representa una afirmación de soberanía cultural y una forma de contrarrestar el silenciamiento histórico que impuso la colonización.

Un ejemplo destacado es el caso de Denali, la montaña más alta de América del Norte. Originalmente conocida por los koyukon athabaskan como “Denali”, fue renombrada como “Mount McKinley” en 1896. En 2015, tras décadas de presión, el gobierno de Barack Obama restauró el nombre indígena. Sin embargo, el 20 de enero de 2025, el presidente Donald Trump firmó la Orden Ejecutiva 14172, “Restaurar nombres que honran la grandeza estadunidense”, que ordena restablecer el nombre “Mount McKinley” y cambiar el nombre del Golfo de México a “Gulf of America” en documentos federales. Este episodio reciente ilustra cómo el control de los nombres es también un control de las narrativas, con implicaciones simbólicas y políticas que afectan la memoria colectiva, la legitimidad cultural y la geografía del poder.

 

AMÉRICA COMO RELATO HEGEMÓNICO: LA NECESIDAD DE UN NUEVO HORIZONTE SIMBÓLICO

Uno de los efectos más persistentes de la colonialidad no es sólo la ocupación territorial, sino la imposición de relatos que nombran y dan sentido al mundo. El término “América” ha sido apropiado históricamente por el poder imperial de los Estados Unidos. En este proceso, “América” dejó de nombrar un continente diverso y vivo para convertirse en sinónimo de una potencia mundial, de un modelo de desarrollo y de un imaginario civilizatorio centrado en el progreso, la modernidad y el excepcionalismo.

Esta apropiación simbólica no sólo ha eclipsado la pluralidad de historias que habitan el continente, sino que ha consolidado una narrativa que margina a los pueblos del sur, a las memorias indígenas y afrodescendientes, y a las formas de vida que no encajan en los moldes neoliberales o extractivistas. “América” se ha transformado en una etiqueta cargada de jerarquía, que ordena el mundo desde una cumbre geopolítica y cultural autoproclamada.

Frente a este relato dominante, Abya Yala ofrece otra posibilidad de nombrar y de imaginar. Su fuerza no radica sólo en su origen indígena, sino en lo que simboliza: un continente vivo, ancestral, plural y aún por recontarse. Migrar hacia un término como Abya Yala es reabrir el sentido de lo común desde la diferencia, y desplazar el centro simbólico desde donde se han escrito nuestras historias. Es una forma de volver a mirar el territorio sin filtros coloniales y de afirmar que la identidad continental no puede seguir anclada a un nombre que ha sido cooptado para justificar hegemonías y silenciamientos.

Abya Yala no borra “América”; la des-centra. La cuestiona, la amplía y la resignifica. Permite que otras voces, otros saberes y otras memorias entren en escena con dignidad. No se trata de un simple cambio de nombre, sino de una reconfiguración del relato, del imaginario y del horizonte desde el cual pensamos quiénes somos y qué continente queremos habitar.

 

RESPETO A LAS LENGUAS Y SABERES INDÍGENAS

El lenguaje no es neutral; es un portador de mundo. “Abya Yala” representa una tierra viva y madura, desde una lógica distinta a la del colonialismo. Adoptar este término implica reconocer las epistemologías indígenas, frecuentemente negadas por los sistemas occidentales, y contrarrestar siglos de asimilación cultural. Como señala Silvia Rivera Cusicanqui, el gesto descolonial debe comenzar con un “desencantamiento del saber colonial” para abrir paso a otras formas de conocimiento que no han sido suficientemente valoradas.

 

UNIFICACIÓN DEL CONTINENTE MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS COLONIALES

“Abya Yala” propone una visión común, basada en la historia compartida de resistencia, dolor y sabiduría. Lejos de ser una utopía, se trata de una construcción colectiva de justicia, donde caben todas las identidades formadas en este territorio, incluyendo las mestizas, migrantes y afrodescendientes. Reimaginar el continente desde este marco implica cuestionar los modelos extractivistas y recuperar el valor de la reciprocidad, la autonomía y la diversidad cultural. Implica también cuestionar las fronteras impuestas que fragmentaron territorios ancestrales y separaron pueblos con criterios coloniales.

 

AFRONTAR LA INJUSTICIA HISTÓRICA

El renombramiento forma parte de un proceso de confrontación con el legado del colonialismo: genocidio, esclavitud, despojo cultural. Aunque simbólica, la adopción de “Abya Yala” refleja un deseo de afrontar este pasado con honestidad. Como señala Fanon, la descolonización comienza por el pensamiento, y renombrar el mundo es parte de esa tarea. En palabras de Enrique Dussel, es necesario “trascender la modernidad” desde una lógica de la exterioridad, donde los pueblos históricamente marginados sean reconocidos como sujetos epistémicos plenos.

 

UN BENEFICIO PARA TODA LA HUMANIDAD

Renombrar el continente como Abya Yala no sólo beneficia a los pueblos indígenas, sino que representa una oportunidad para toda la humanidad. Las cosmovisiones ancestrales albergan conocimientos profundos en agricultura, medicina, filosofía, formas de organización comunitaria y relación con la tierra, que pueden ofrecer respuestas valiosas a las crisis contemporáneas. Sin embargo, para que estos saberes sean realmente escuchados y valorados, es fundamental que se los reciba desde una base de igualdad, no desde un lugar de subordinación o exotización. Reconocer la dignidad epistémica de los pueblos originarios implica abandonar la mirada colonial que los reduce a objetos de estudio o folclore, y empezar a verlos como interlocutores plenos en la construcción de futuros más justos, sostenibles y humanos.

Renombrar el continente como Abya Yala es un llamado a la justicia histórica, al respeto de las culturas originarias y a una nueva relación con la tierra. No se trata de borrar el pasado, sino de ampliar nuestra mirada hacia un futuro plural, consciente y humano. Al abrazar Abya Yala, afirmamos la madurez, sabiduría y dignidad de la tierra y de sus pueblos, ofreciendo un nombre que no nace de la conquista, sino de la continuidad y la vida. En el eco profundo de Abya Yala, resuena la promesa de un mundo más plural, más justo, más humano.

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