EJERCICIO INTENSO
En Gaza
respirar es una tarea,
sonreír es hacerse
cirugía plástica
en el propio rostro,
y levantarse por la mañana,
intentando sobrevivir
otro día, es regresar
de los muertos.
NÓMINA EN ESCOMBROS
¿Por qué para aumentar el salario del piloto
no se lleva unos escombros el avión
después de bombardear
una casa?
En conjunto, el acero y las piedras tienen más
peso
que las almas.
LETANÍA PARA “UNA TIERRA”
a modo de Audre Lorde
Para aquellos que viven al otro lado:
podemos verlos, y vemos la lluvia
cuando cae en sus (nuestros) campos, en sus (nuestros) valles,
y cuando se resbala por los techos de sus casas “modernas”
(construidas encima de las nuestras).
¿Pueden quitarse las gafas de sol y mirarnos acá,
ver cómo la lluvia ha inundado nuestras calles,
cómo se perforan los paraguas de los niños
con chubascos afilados camino a la escuela?
Nuestras lágrimas han regado los árboles que ven.
No dan fruto.
Las rosas rojas derivan el color de nuestra sangre.
Huelen a muerte.
El río que nos separa es solo
un espejismo que creasteis al expulsarnos.
¡ES UNA TIERRA!
Para aquellos que vigilan al otro lado
disparándonos, escupiéndonos,
¿cuánto tiempo estaréis parados ahí, encerrados por el odio?
¿Seguiréis usando vuestras gafas negras hasta
no poder quitároslas?
Pronto no estaremos aquí para que nos vigilen.
No importará si pestañeáis o no,
si podéis o no pararos.
No cruzaréis ese río
para coger más tierras,
porque se perderán en su espejismo.
No podéis levantar una colonia sobre nuestras tumbas.
Y cuando expiremos,
nuestros huesos seguirán creciendo,
hasta llegar y mezclarse con la raíz de los olivos
y de los naranjos, y bañarse en el dulce mar de Jaffa.
Un día, volveremos a nacer cuando no estéis.
Porque esta tierra nos conoce. Es nuestra madre.
Al morir solo descansamos en su vientre
mientras se desvanece la oscuridad.
Para aquellos que ya NO están,
hemos estado aquí siempre.
Hemos estado hablando, pero vosotros
nunca quisisteis escuchar.
LA PARED Y EL RELOJ
Ese reloj siempre está en la pared.
Cada vez que entro a mi habitación, siento
curiosidad, quiero bajarlo, ver
qué guarda detrás de su cara.
Quiero ver cómo le pasan los años.
Mi padre lo trajo cuando yo era niño.
Quiero contar su dentadura
para saber qué edad tiene.
Pero el reloj no envejece.
Los números nunca cambian.
El único que cambia soy yo.
Y luego está la mecedora,
y estoy sentado allí, solo
en la habitación, meciéndome,
sin hacer nada empero
imaginando la pared gritando al reloj:
«¡Basta ya del tictac! ¡Me duelen los oídos!».
Miro las grietas de la pintura en el muro.
Son más que el sonido del reloj.
Los huecos de las balas me miran
cuando entro en la habitación.
(El reloj no cayó herido en aquel ataque).
Me apresuro a sacarle las baterías.
Le susurro:
Te llevaré al médico,
aunque no eres el único que está enfermo.
La pintura no se descascara más.
Llevo el reloj al relojero;
le pido que lo enmudezca.
Le quita las cuerdas vocales,
lo enmienda hasta cerrarle la boca.
No vi los dientes,
ni pregunté al médico.
En casa, le vuelvo a poner las baterías.
El reloj funciona en silencio.
Se suma a la quietud de la alcoba.
Me siento en el sillón, leo algunos poemas en voz alta
para tirar de los hilos de silencio que cuelgan
del techo.
La brisa del frío nocturno entra por los huecos de la pared.
Rompo unas páginas que acabo de leer
metiéndolas en ventanas sin cerrar, deformes y pequeñas.
El próximo día llego dos horas tarde al trabajo.
El reloj quedó mal ajustado después del “tratamiento”.
Estoy seguro de que me habría advertido
si fuera capaz de hablar.
Se cae el número 4 de la cara del reloj
cuando intento ajustar la hora.
Como si se le hubiera caído un diente delantero.
A los cuatro días,
mi hermano Hudayfah
fallece.
NOSOTROS Y ELLOS
Quiero construir mi casa en un columpio.
No quiero caminar por esta tierra.
Les hablo sobre el bombardeo de las casas
de cuerpos
despedazados
en
trozos
diminutos,
de un cielo estridente y
un suelo sísmico.
Y ellos,
ellos me hablan de su afán por las florecitas
que no han regado durante horas,
por un canario afligido en la jaula,
por el programa televisivo que no verán esta
noche.
Les molestan los oídos al oír las sirenas;
a nosotros nos ensordecen las explosiones.
Sus músculos se tensan de miedo camino al
albergue;
a los nuestros los perfora la metralla al rojo
vivo.
Traducción del inglés de Joselyn Michelle Almeida
Banipal. Revista de literatura árabe moderna
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Mosab Abu Toha poeta y escritor de Gaza, fundador de la Biblioteca Pública Edward Said, la primera biblioteca en inglés de Gaza. En 2019-2020 fue poeta y académico invitado por el Departamento de Literatura Comparada en la Universidad de Harvard. Es autor de Cosas escondidas en el oído: poemas de Gaza (City Lights Books, 2022).
Tras ser arrestado, golpeado y encarcelado por el ejército israelí a finales de 2023, Abu Toha decidió irse de Gaza y ahora reside en Siracusa, estado de Nueva York. Con Forest of Noise, Mosab Abu Toha ganó el premio Pulitzer 2025 en la categoría de ensayo “por sus textos sobre la masacre física y emocional en Gaza, que combinan reportajes en profundidad con memorias personales que transmiten las vivencias del pueblo palestino tras más de un año y medio de guerra”. Israel ha matado al menos a 31 familiares de Abu Toha en Gaza. Publicados en Banipal.
Revista de literatura árabe moderna.