UNA REFORMA JUDICIAL QUE NO COMPRENDE A TODOS
Se habla mucho de la reforma al Poder Judicial, como si fuera el gran cambio que México necesita. Pero yo me pregunto: ¿de verdad va a mejorar la justicia o sólo se va a mover el poder de un lado a otro?
Una parte de esta reforma propone que ahora el pueblo elija a jueces y magistrados con su voto. En teoría, eso suena bien, dicen que así se acabarán los privilegios y que la justicia estará más cerca de la gente, pero la realidad que viven millones de personas en este país es otra.
Mientras se discuten cosas en la televisión y en el Congreso, hay pueblos, comunidades indígenas y personas en las periferias que nunca han tenido contacto con el sistema de justicia; mucha gente ni siquiera sabe qué hace un juez o por qué esta reforma les debería importar, y no es su culpa, simplemente, nunca se les ha explicado. La información que llega es escasa, confusa o no llega. ¿Cómo se supone que van a tomar una buena decisión en una elección judicial si ni siquiera entienden de qué se trata? Decir que “el pueblo debe informarse” suena bien desde la comodidad de quienes sí tienen acceso a educación, internet y tiempo, pero no todas las personas pueden informarse igual, no es lo mismo vivir en una ciudad que en una comunidad donde ni siquiera hay señal de teléfono. Si queremos que la justicia sea para todos, primero tiene que ser entendible y cercana y eso empieza por respetar las condiciones de vida de cada quien.
Otro problema es pensar que con sólo cambiar a las personas que están en los altos cargos judiciales se va a arreglar todo. En muchos lugares, lo urgente no está en la Corte, sino en que un ministerio público levante bien una denuncia o que un juez escuche con seriedad a una mujer que está siendo violentada. Lo que no funciona es el sistema, no sólo las personas, si no se cambia la forma en que operan los tribunales, los juzgados y las fiscalías, entonces da igual quién esté al mando.
Claro que hay cosas buenas en esta reforma, se empieza a hablar del poder que ha tenido el sistema judicial como un espacio cerrado, lleno de privilegios. También es positivo que se proponga fortalecer la defensoría pública, porque hay muchas personas que enfrentan juicios sin tener quién las defienda, eso sí es un paso importante. Pero hay que decirlo con claridad, también hay muchos riesgos, uno de ellos es que la elección de jueces termine siendo controlada por partidos o grupos de poder locales, lo que puede empeorar la situación o que se use el discurso de “justicia popular” sin cambiar nada de fondo. Porque si no se toca lo estructural, el racismo, la corrupción, el clasismo dentro del sistema judicial, todo esto se queda en una buena idea, pero sin resultados reales. Además, estas reformas muchas veces se piensan desde la Ciudad de México, sin tomar en cuenta que México es un país muy diverso, pluricultural y multiétnico. Lo que se vive en una comunidad chol, en un pueblo maya o en una colonia popular en la frontera no es lo mismo que lo que se discute en el Senado; si no se incluye a los estados, a los municipios y a los pueblos originarios en esta reforma, entonces sólo se está cambiando el cascarón.
La justicia no se impone desde arriba, se construye desde abajo, desde lo que vive la gente en su día a día, y para eso necesitamos una reforma que transforme realmente el sistema, que lo haga más humano, más justo, más accesible. No basta con cambiar nombres o cargos, lo importante es que las juventudes en las periferias y los pueblos originarios enteros puedan tener una justicia que les escuche, no que los siga ignorando.
Hay muchos textos sobre esta reforma pero están escritos para “expertos”, para “intelectuales”, pero casi nadie escribe para la gente común, que también tiene derecho a entender, opinar y decidir. Si seguimos haciendo política sólo para unos cuantos, el cambio real nunca va a llegar.