LOS MOTIVOS DEL AGUA / 341
Así como “tierra” implica “libertad”, “agua” es “vida”. Si a más de un siglo de expresada la proclama zapatista sigue resonando en cada defensa territorial, en cada recuperación y cada lucha por la autodeterminación, los reiterados llamados civiles y científicos a proteger el agua viva no sólo pertenecen intrínsecamente a las defensas territoriales, sino que apuntan a salvar todo el planeta en esta era de cambio climático e intensificación de desastres ambientales. Ya ni las naciones prósperas están a salvo.
El planeta es azul y nosotros somos sangre y agua. Habitamos una solitaria gota en la escala sideral que gira en el vacío etéreo de la Vía Láctea. La superficie terrenal es mayormente líquida. Hasta donde sabemos, eso la hace única e inexplicable. Entre la inmensa “nada” intergaláctica, el polvo cósmico y el fuego de las estrellas se distribuyen planetas, satélites y aerolitos, la pequeña parte sólida y mineral de un Universo inorgánico e indiferente. En uno de tales “puntos” minerales florece un accidente cósmico, la cosa más rara: agua. De ella se derivan las todavía incontables formas vegetales y animales que hemos dado en llamar “vida orgánica” y nos incluye como especie. De hecho, somos la única especie con responsabilidad sobre los ámbitos vitales del planeta.
Pareciera que la amenazada existencia humana, así como de la fauna, la variedad vegetal y fúngica y los equilibrios que las posibilitan, enfrentan un doble y paradójico peligro. Por un lado, morir de sed ante la sequía y la desertificación de grandes extensiones continentales. Por el otro, diluvios, deslaves y el aumento del nivel de los mares que amenaza las costas del mundo. Lluvias inéditas desgajan cerros, arrasan ciudades y ahogan cultivos mientras las olas y mareas avanzan.
Aquí la paradoja: lo que más abunda y podría anegarnos fatalmente es también lo que menos tenemos. Si no ahogados, morimos de sed pero rodeados de grandes aguas. La sola imagen resulta tan apocalíptica como los pronósticos de la ciencia y las cotidianas noticias climáticas. Combustibles fósiles, monstruosos montos de desperdicio industrial, contaminación química de aire, mar y tierra, junto con las guerras y su inmensa cuota ambiental y el extractivismo en todas sus formas crean unas condiciones alarmantes.
En el colmo de la codicia y la deshumanización de las élites dominantes, los millonarios y los poderes fácticos vislumbran un mundo fragmentado, en su mayoría inhabitable pero con “islas” o “colonias” de privilegio supremacista. El “sobrevivientismo” (survivalism) de las élites y la extrema derecha, que Naomi Klein y Astra Taylor han llamado “fascismo del fin de los tiempos”, pretende organizar ciudades-Estado y colonias artificiales al margen de la chusma humana, que como sea seguirá produciendo para cubrir las necesidades de los ricos. Aquellas ficciones cinematográficas que suponen huir del planeta (algo imposible) se concretan en satélites sobre la misma Tierra. Puede ser en el Caribe (veáse el proyecto Próspera en la isla de Roatán, Honduras; pero hasta Holbox califica potencialmente) o en zonas exclusivas y cercadas tierra adentro, en boscosas alturas continentales.
El agua siempre encuentra cauce. Una vez que rebosa y corre, nada la detiene. Señorea el planeta y no nos necesita, mientras nosotros dependemos de ella. Defenderla es proteger a la humanidad de una minoría asquerosamente rica que se alucina inmune al fin del mundo hasta el abismo en la fase terminal del desarrollo industrial y tecnológico.
La humanidad ha de imitar al agua y no perder el cauce de la vida, como lo han hecho las civilizaciones y las diversas sociedades rurales. Parece inverosímil que en su momento de mayor destreza técnica, la humanidad se encuentre al borde de chupar faros por la codiciosa tontería de sus líderes y los dueños del dinero.