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TOROS HUESOS DE ÁRBOL

MARTÍN TONALMEYOTL
A Gabriel Mucho Alonso, el hombre que amó nuestras tradiciones


Mis oídos aún tienen presente los choques pesados de las cabezas de los toros, los cuernos duros y huecos que se oían al golpearse y los gritos de niños apostando sus canicas, trompos de palo y nueces para el toro ganador. Recuerdo al Kapots, El Osko, El Meko y mi Toro Pinto, todos ellos grandes peleadores y alguna vez los toros más fuertes de la zona. Recuerdo las orejas cortadas y ensangrentadas, los ojos casi salidos, golpeados y grandes, los cuellos rayados o agujerados por las puntas de los cuernos, las frentes sin pelos por tantos golpes y mucho yugo durante el tiempo de la siembra. Todos los que conocí tenían nombre y el cuello grueso y duro con un tronco de árbol. Todos entendían las instrucciones en náhuatl porque así los nombrábamos y así les hablábamos sin que recibiéramos respuesta jamás. Quizá el lenguaje de toro más cercano al humano era lamernos los brazos, la cabeza o las orejas. Sus lenguas son rasposas y su saliva pegajosa pero su afectividad hacia nosotros, los boyeros, era totalmente sincera. Los lugares para medir sus fuerzas eran: Ipanuitsio, “el lugar de las espinas”, o Xokopixkan, “el lugar de guayabos reservado para cuidar animales”. En estos lugares hubo tantas peleas de toros y ahora sólo luce un pedazo de carretera pavimentada y carcomida, no existe ya la sombra del pino grande y espeso, ni el guamúchil dulce que dividía la carretera de Tlanikpatla y Tenanko. El lugar de guayabos luce solitario y triste como si los gritos y ecos de los niños nunca pasaran por ahí.

Olvidar una tradición es cerrarle la puerta a un mundo que te vio nacer y abonó tus raíces para luego negarlo, despreciarlo y arrancarlo de uno mismo. Esto sucede cuando no entendemos el porqué la gente se organiza para realizar una fiesta, un ritual, una ofrenda, un tipo de vestido muy particular que nos definen como seres de un pueblo con características particulares. Esto ha venido sucediendo en muchos pueblos, la gente por ignorancia, por una religión o simplemente por no entender la vida propia de una población pierde sus tradiciones y las transforma en otra cosa donde la identidad no tiene cabida y los rituales propios son tomados como actos bárbaros o del demonio.

La enseñanza siempre tiende a crecer, y cuando los padres enseñamos algo a nuestros hijos, ellos lo aprenden y lo reproducen con las siguientes generaciones. Nuestras tradiciones son como un árbol verde que nos dota de viento, agua, sombra, frutos y flores. Si a nuestros hijos les enseñamos a cuidar el árbol, a regarlo, darle tierra sana y demás, el niño aprenderá y reproducirá estos quehaceres; si al hijo le enseñamos sólo a cortar árboles y partir leña, eso mismo aprenderá y terminará destruyendo todo un bosque donde no sólo habitan los árboles sino también las hormigas, los pájaros, las nubes, los hongos, las lagartijas… y una larga lista de animales pequeños y grandes. Me duele decir esto, pero en el pueblo, muchas de las tradiciones han desaparecido, las han prohibido o las han dejado de reproducir por no entenderlas.

Nuestras tradiciones son los espacios primarios donde se guardan los saberes comunitarios heredados por los abuelos. Si enterramos una de ella, el pueblo, lejos de enriquecerse culturalmente, empobrece y se suma a un pueblo más como tantos que existen para copiar y reproducir una tradición que no es propia sino sólo imitada. Esto se puede mirar y observar en las grandes ciudades, en donde las tradiciones están moribundas y son un rompecabezas de todo. Cuando algo no practicamos lo olvidamos.

En mi caso, mis oídos y mi ser habían olvidado la música tradicional de don Tino Ramón amenizando las fiestas del Jueves de Corpus. Los cohetes rompiendo los tímpanos del viento durante el mes de junio, el sonido creado al enfrentarse los toros de verdad y los hechos con corazones de palos duros como el tepeuaxkojtle, ‘tepehuaje’, o kouajtle, ‘árbol de palo morado’, entre otros árboles de hueso duro y macizo. Estos troncos duros se les escogía por una característica principal que es el de haber crecido torcido y ahí donde se dobla, se usa como la cabeza de un toro, se le colocan cuernos de verdad, se le pintan los ojos, su boca y su columna vertebral del mismo palo, se le cubre con petate. La cola por lo general se le hace de hilo rafia. Cada toro llega a pesar entre 15 a 20 kilos. Recuperar las tradiciones es como regresar a esa vida de niño donde uno es parte de los rituales sin preguntarse del porqué, sino sólo ser parte de ella y caminar con ellas porque no importa el porqué se hace, sólo importa el significado y la fe que uno pone dentro de ellas.

Don Gabriel Muchacho, hombre de respeto y tradición, fiestero de corazón, entendió todo aquello heredado por sus ancestros primarios, padres, abuelo y tíos, pero también por aquellos otros ancestros del pueblo, grandes hombres de la comunidad quienes hicieron estas fiestas sin pensar si se perdía o no en lo económico. Las fiestas son para compartir la alegría.

Don Gabriel, quien por desgracia fue golpeado por la violencia del crimen organizado en el 2024, siempre estuvo al pendiente para que esto siguiera sucediendo, para que los toros de palo o el Tamponatsin, ‘teponastle’, siguieran vivos. Cuando fui autoridad en el 2023, fui a verlo y platicamos sobre nuestras tradiciones y él estuvo más que dispuesto a revivir la fiesta del Jueves de Corpus. Así le hicimos y él tomó el papel de Medino (sinónimo de mayordomo para esta fiesta), y en conjunto, la comisaría municipal y él revivimos esta costumbre tan apreciada por la comunidad, además de que don Pedro Ramón y sus hijos aportaron otros toros para hacer grande la fiesta. Ese jueves 8 de junio en la casa de don Gabriel dimos de comer mole y tamales para todos los invitados, recorrimos la comunidad con banda y con los toros adornados con flores de cempaxúchitl, papel crepé y banderas de papel de china, y al llegar al zócalo de la comunidad, nosotros como principales con nuestras esposas tomamos los toros y abrimos la fiesta para la pelea de esta tradición. La respuesta de la gente mayor como de los jóvenes y niños fue muy grande, en minutos se llenó el lugar para admirar esta fiesta que estaba a punto de morir. Nos dimos cuenta de que era de las más apreciadas porque es única en la región y sin tintes religiosos. Bandas, mezcales, quema de toros pirotécnicos, baile y más completaron esta tradición que da apertura, el inicio de la siembra del maíz. Esta fiesta da fruto a otra más que también estaba desapareciendo y se llama Kijkisa Mayantle, ‘cuando sale la pordiosera o el hambre’, y Kijkisa Tekuane, ‘cuando sale el jaguar’. La primera es una viejita (sinónimo de pordiosera, hambre o pobreza) que se viste con harapos viejos, un sombrero y con una escoba en las manos, pasa barriendo la pobreza casa por casa y recoge elotes y calabazas. Esto sucede el 28 de septiembre y el 29 pasa de nuevo un hombre vestido de jaguar que recoge los mismos productos. Ya hablaré de estas y otras danzas en un siguiente artículo, pero esto significa que si tú como autoridad siembras en Jueves de Corpus, tienes derecho a cosechar, si no lo haces, no puedes recoger los frutos porque no hubo tiempo de siembra. Afortunadamente después del 2023, las últimas autoridades de Atzacoaloya han realizado esta fiesta relacionada con la petición de lluvia, el tiempo de la siembra y el tiempo de la cosecha, todo el ciclo de vida del maíz.

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