PALESTINA LOS NIÑOS DE OSAMA
Son muchas las historias que se cuentan alrededor del mundo sobre los niños de Palestina. Conocemos ya sus llantos, sus sollozos, sus heridas, su hambre. Pero los Estados se flagelan quitándose los ojos para no ver. La bien llamada ceguera del sionismo. Hoy quiero contar una historia de TikTok, app donde puedes ser todo menos ciego. De tanto scrollear, llegó a mí un live, en altas horas de la noche, de asama1, nombre de usuario. En escena aparece un hombre joven frente a la cámara con una bandera mexicana de papel detrás suyo, ya maltratada por el tiempo. Quiero pensar en lo azaroso del destino, que ahora es más bien el algoritmo de las redes sociales. asama1 se mira triste y cansado y tose frecuentemente y en un español raquítico pronuncia apenas algunas palabras: “gracias México, gracias”, “viva México”. Al menos dos lives al día hace asama1, con la radical diferencia de hora.
Los usuarios nos manifestamos dando “me gusta”, comentando “hola” o simplemente viendo, expectantes. asama1 no está sólo, detrás de su voz se oye la de un niño, diciendo lo mismo, pero en chiquito. El soundtrack del campamento donde están es ahora el Himno Nacional mexicano, canciones variadas de Los Temerarios y Los Bukis, y así se repite en espiral hasta el final del live. Nunca había presenciado la desgracia de Palestina tan cerca, tan en la comodidad de mi casa. Algunos usuarios comienzan a “regalar” figuritas: rosas, ositos, corazones, pulpos, capibaras. Me uno a ese carnaval digital. En TikTok, regalar esas estampas genera ingresos para el usuario, pocos, pero pueden ser mucho para un niño palestino refugiado, como lo son los siete niños que cuida asama1.
Tres niñas y cuatros pequeños, de entre cuatro y doce años. Ahed, Amira, Jawad, Moatasem, son algunos de sus nombres. Refugiados en la frontera entre Líbano y Siria, Osama Abdullah y sus niños llevan cinco meses estancados en un campamento improvisado con apenas lo humanamente necesario. Osama me cuenta, ya por otro medio, que ante el asedio del ejército israelí decidió irse de la Franja de Gaza, dejando todo atrás, su hogar, su trabajo (que era apenas suficiente) y su familia. Consigo trajo a través del mar palestino a los niños que ahora cuida él solo, sin ninguna ONG ni ningún respaldo, más que una cuenta de PayPal en Líbano. Él quiere entrar a Siria, porque es más seguro, dice. Todos los pequeños son huérfanos, víctimas de la “guerra” (más bien del genocidio). Fueron desterrados y exiliados de su tierra, sin más cobijo que Osama.
Preguntándole sobre el día a día de los niños, Osama cuenta que es muy desgastante, pues el día empieza buscando qué comer. Abdullah manda fotografías y videos de los niños buscando comida en el basurero común de los campamentos improvisados, en donde, dice, hay más de 200 niños en la misma condición. “Una comida al día”, “sólo pan y algunas verduras, nada de carne”, escribe Osama en un español de Google Translate. “No hay escuelas, ni carreteras, ni agua, ni casas”, “duermen en el piso” y los niños apenas “juegan con la tierra y palos”, pues ni juguetes hay en esa región olvidada del mundo.
Miro las fotografías y, a pesar de todo, los niños sonríen. En uno de los videos aparece comiendo un gatito del plato de Osama. Dice que era de uno de los niños, pero murió de hambre hace no mucho. Silencio en el chat. La muerte y las enfermedades acosan a sus niños. A la pregunta de si tienen al menos las medicinas básicas, Osama responde “sólo quedan unas pocas, pero usamos medicina a base de hierbas”. Qué hierbas serán, si todo está marchito en esa tierra.
Osama Abdullah tiene 33 años y estudiaba agricultura antes de la invasión israelí, pero no pudo concluir su licenciatura. “Ropa, materiales de calefacción, juguetes y un hogar para aliviar su cansancio”, es lo que necesitan sus niños, además de la comida. Si no es ya suficiente sufrimiento para sus cuerpecitos, Osama dice que también padecen la exclusión y la violencia, pues no dejan acercar a sus niños a las pocas áreas de juego que hay entre los campamentos. Quiero pensar que eso cambiará algún día, o tal vez cambie cuando ellos dejen de ser niños. Así la cruda realidad y deshumanización de la infancia palestina.
Al final pregunto a Osama el porqué de sus motivos mexicanos y responde: “son un pueblo que ama a los palestinos”. Contesto que sí y que siempre están en nuestras oraciones. Lo agradece. Los niños de Osama Abdullah quieren una “vida segura y disponibilidad de vivienda”. Sólo eso. Un derecho universal negado desde hace más de 70 años por el Estado israelí. Antes de terminar la conversación, Osama la remata con “no tienes algo para darles algo de desayuno a los niños”. Me quiebro el cuello y le digo que no, pues no estoy en mi mejor momento. “Bueno”, dice. Nos despedimos.
Escribo esto porque quiero que mañana sí tengan algo para comer dignamente. Espero que llegue a buenas manos el mensaje en una botella lanzado por Osama desde el mar Mediterráneo, en una parte donde la humanidad ha sido abandonada.
Pero Osama no está solo. Como él hay otras decenas de usuarios en TikTok cuya vida es grabar la destrucción de Gaza, de sus hogares, de sus escuelas, de sus hospitales. Eso y la miseria de buscar comida y de correr de las balas y bombas del ejército israelí. Jóvenes todos, estos usuarios nos enseñan las entrañas de un infierno creado por el estado sionista. Al igual que Osama, piden donaciones por vía PayPal o GoFundMe. @abood_vpi, @abotim98, @hosam.gaza, @mustafa07_ 05, son algunos de los tantos necesitados palestinos. Algunos ya no vuelven a aparecer detrás de cámara. Estamos ante los sobrevivientes.