¿Nuevos años locos? — letraese letra ese

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¿Nuevos años locos?


AAl cabo de un año de una pandemia por coronavirus al parecer interminable, se intensifica en diversos ámbitos de la vida social una inquietud recurrente: ¿qué formas habrá de revestir el eventual retorno a una actividad cultural presencial en nuestras ciudades? En un número especial reciente, el semanario francés Courrier International sugiere la posibilidad de que al término de la crisis sanitaria, la cultura occidental experimente de nuevo un periodo de excitación cultural tan frenético como el que se vivió en Europa durante los años veinte del siglo pasado. La hipótesis es tentadora, aunque polémica. La seducción mediática de las efemérides orilla a pensar que, a un siglo exacto de la efervescencia de los llamados “años locos”, hoy pudiera repetirse un episodio parecido de auge y liberación cultural. A continuación, una breve exploración de este fenómeno..

Una década prodigiosa

Entre 1918 y 1920 la epidemia de la gripe española dejó, como saldo global, entre 20 y 50 millones de muertes. En Europa esa catástrofe sanitaria agudizó el duro trauma continental por los más de 20 millones de decesos que dejó la primera guerra mundial (1914-1918). A este clima de desasosiego generalizado, le sucedió un largo periodo de recuperación económica que en Estados Unidos alcanzó dimensiones considerables, y en el que se produjo el fuerte impulso a una modernización industrial que incluyó la prosperidad de los medios de comunicación y entretenimiento (radio y cine), el arribo de novedosos aparatos electrodomésticos, la masificación del automóvil, y una revolución en el mundo de la moda que contribuyó a liberación moral de la mujer europea, antes literalmente prisionera del corsé clásico, ahora dispuesta a ensayar modelos de sobriedad en los diseños de ropa de Cocó Chanel o Elsa Schiaparelli.

La mujer moderna podía y solía ya beber y fumar en público. Si a ello se añade el acceso en diversos países al voto femenino y el relajamiento de nuevos códigos sexuales en los que la mujer era partícipe plena, el proceso de emancipación se antoja incontenible. Los cortes de pelo corto, à la garçonne, el abandono radical de vestimentas y sombreros aparatosos, y la presencia de figuras femeninas esenciales en la creación literaria y la industria editorial europea, todo forma parte de una revolución cultural en la que participan todas las artes, desde la música hasta la pintura, y cuyos emblemas artísticos más relevantes eran, por un lado, el jazz norteamericano, de popularidad inmediata en Europa, y por el otro, la novedad del Arte Decó que transformó el paisaje arquitectónico de las ciudades y el diseño de los interiores domésticos. Fueron los años del fuerte impulso de las vanguardias artísticas (surrealismo francés y belga, futurismo italiano, expresionismo alemán), pero también del embate y crecimiento de los autoritarismos políticos. Los años veinte, una década prodigiosa y compleja; un momento singular en la historia mundial que para algunos estudiosos guarda semejanzas con las vicisitudes del momento actual, un siglo después. Examinemos los alcances y las limitaciones de esos vasos comunicantes.

De un apocalipsis a otro

La liberación antes descrita concernía esencialmente a las élites culturales, pues la realidad era más compleja y contradictoria. Las mujeres y las minorías raciales, muy vistosas y atractivas en una época de rápida transformación, seguían padeciendo una fuerte discriminación social.

El protagonista negro que brillaba en los escenarios era duramente estigmatizado en el espacio público, y otro tanto sucedía con las mujeres explotadas en el hogar o en el trabajo. En la Europa de los años veinte coexistía la bonanza económica con un endeudamiento creciente que ataba a la región con una nación estadounidense a la que se le habían solicitado créditos de cooperación o ayuda. El pago de dicha deuda implicaba castigar todavía más a una Alemania derrotada que tenía que seguir pagando las sanciones de guerra. Esa humillación nacional generaría en el país germano un resentimiento social que pronto habría de producir un auge del antisemitismo y el fascismo.

En el 2020 la historia parece repetirse, aunque con algunos matices. El mundo occidental atraviesa por recurrentes crisis económicas y sociales a las que ahora hay que añadir el flagelo de una pandemia viral que afecta la vida de millones de personas. Pero contrariamente al crecimiento económico que suele producirse al término de las grandes guerras, en el caso de una pandemia tan devastadora como el covid, la producción se reduce, las desigualdades crecen, se atizan los disturbios sociales y cunde el aislacionismo. En la medida en que aumenta en la población la sensación de incertidumbre y zozobra, se afianzan también la cautela, el instinto de ahorro y la opción balsámica de la religiosidad.

Otras amenazas se ciernen sobre las poblaciones en los tiempos de pandemia: hay crisis del modelo democrático, polarización política y crispación social, se intensifican la tentación populista, la exasperación del clasismo y las tensiones raciales. Ante este panorama desolador, agravado por una gran crisis sanitaria, muchas personas buscan afanosamente argumentos para el optimismo, entre ellos la conversión masiva al teletrabajo, las formas siempre cambiantes de entretenimiento en plataformas y redes sociales, la premura de una investigación científica que culmina en la producción de vacunas en plazos inusitadamente cortos.

Hay una valoración nueva de formas de sociabilidad y gestos físicos que antes se daban por sentado y que ahora se ven restringidos. El miedo a los contagios, el tabú de la cercanía física entre dos personas, la desconfianza de los cuerpos y el temor de las caricias y los besos, han provocado una apetencia erótica muy contenida que, llegado el esperado momento del control de la pandemia, bien podría traducirse en un vigoroso deseo de recuperar todo el tiempo perdido.

El año en que vivimos peligrosamente

Nadie sabe a ciencia cierta si el anhelo colectivo de vivir intensamente cada momento reconquistado, dará paso a una efervescencia cultural tan vibrante como la experimentada en los años locos del siglo pasado. Tampoco si los valores democráticos sabrán resistir a las provocaciones y embates de los nuevos autoritarismos. Lo que sí se avizora es una cultura revitalizada que posiblemente girará en torno de la reivindicación de los placeres del cuerpo, la reinvención de una sociabilidad responsable, y un hedonismo vital, expresado también en las artes, que será el antídoto perfecto a la doble moral, a los excesos de la corrección política y a todo puritanismo.

Se contempla con emoción el pronto regreso a los estadios, a las salas de cine, a los teatros, a las reuniones con familiares y amigos, y a muchas otras festividades. Probablemente no viviremos el delirio de los viejos años locos, pero habremos tal vez despertado, mucho más aleccionados, de la locura de este último año en que aprendimos a vivir en un peligro permanente.

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