Madres en el cine — letraese letra ese

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Madres en el cine


Entre lo ejemplar y lo heterodoxo. Posiblemente una de las representaciones más persistentes de la mujer en el cine sea la imagen de la madre como depositaria de las mejores virtudes morales del ser humano. Esto difícilmente sorprende en una sociedad patriarcal interesada en mantener vigente una estricta división de géneros que atribuye a hombres y mujeres características muy específicas y valores contrastantes rara vez cuestionados. En el cine la concepción más difundida de la madre ha sido la que alude a su inherente abnegación moral, a su entrega total al interés y educación moral de los hijos; en suma, al mantenimiento de la unidad familiar. Existe sin embargo la faceta para algunos más sombría de una madre rebelde y competitiva, cuyo comportamiento suele corresponder al de una mujer independiente que vive al margen de las convenciones sociales.

Las abnegadas madres

Ante la profusión de imágenes fílmicas que ilustran el desprendimiento moral atribuido sin reservas a toda madre obsesionada con el bienestar de los hijos, cabe destacar el papel primordial que siempre ha jugado el género del melodrama, desde las películas mudas del estadounidense D.W. Griffith (El nacimiento de una nación, 1915), donde las madres eran forjadoras invisibles, testigos silenciosos, del temple moral de los constructores de un nuevo país, hasta aquella progenitora que durante la segunda guerra mundial, en los momentos más duros del exterminio nazi, tuvo que elegir entre dos hijos, uno de los cuales pagará en la cámara de gases por la sobrevivencia del otro (Meryl Streep en La decisión de Sofía, Alan Pakula, 1982).

Son muchos los casos de una abnegación materna llevada a los extremos, aunque tal vez el más singular de todos sea Imitación de la vida (1958), de Douglas Sirk, un maestro indiscutible del melodrama norteamericano. En esta cinta, una actriz blanca acaudalada (Lana Turner) y su sirvienta negra (Juanita Moore) representan dos polos opuestos de la maternidad. Mientras la madre anglosajona vive con relativa calma la relación con su hija adolescente, la mujer afroamericana deberá soportar la excesiva incomprensión, incluso el desprecio, de su hija de piel clara (white negro) avergonzada de sus orígenes raciales, quien culpa siempre a su madre por la discriminación social que padece en la escuela y en su vida sentimental.

Otra cinta interesante, Madre (Stella Dallas, King Vidor, 1937), muestra también el sacrificio de una mujer (Barbara Stanwyck), quien habiéndose casado con un hombre rico que luego la abandona, debe educar sola a su hija y renunciar después a ella cuando advierte ser un obstáculo para los prospectos matrimoniales de la joven. En otro clásico del género, Mildred Pierce (1945), de (Michael Curtiz, director también de Casablanca (1942), una mesera (Joan Crawford) trabaja arduamente y prospera como comerciante en su afán por brindar a su hija un porvenir exitoso, hasta el momento en que la joven decide seducir al amante de su madre y enfrentarse a ella como un rival sentimental inesperado. En el empeño de sacrificarlo todo hasta el final por su hija, el mundo de Mildred se derrumba inexorablemente. Pero tal vez la mística de sacrifico materno más grande la ofrece el cine mexicano en incontables melodramas que casi canonizan el papel de la progenitora abnegada. Las abandonadas (1944), de Emilio Fernández, es una cumbre del género, con Dolores del Río interpretando a una mujer que conoce un vertiginoso ascenso social para luego precipitarse en la prostitución y la miseria en su empeño por garantizar el triunfo profesional de su hijo como abogado. Éste último ignora no sólo los sacrificios, sino la identidad misma de esa mujer, anónima protectora suya, creyendo que su madre ha muerto. Al cruzarse un día con una menesterosa por la calle, e ignorando que es su progenitora, la recompensa con una limosna.

 

El melodrama ha sido siempre el género que mejor ha explorado la complejidad del comportamiento materno. En fechas recientes ese género incluye a minorías raciales y sexuales en representaciones heterodoxas que lo enriquecen todavía más.

 

Las censurables madres

De modo significativo, el cine ha multiplicado en las últimas décadas los retratos de madres alejadas de un cómodo arquetipo conservador. Aunque la presencia de madres castradoras, posesivas, incestuosas o incluso homicidas, no es algo nuevo, como lo muestra la Medea, de Pier Paolo Pasolini, que en 1969 interpretó María Callas, o su propio Edipo Rey (1967) con Silvana Mangano como Yocasta, el cine ha ampliado el espectro y la variedad de las representaciones de mujeres a las que el rol socialmente asignado de ser madres, les resulta abrumador, cuando no indeseable.

El prejuicio y el abuso patriarcal que conciben la maternidad como el horizonte máximo o único de toda realización femenina, ha generado figuras perturbadoras que rompen con la imagen de la buena madre. Piénsese en los tormentos de una hija víctima del fanatismo religioso de su madre (Carrie, Brian de Palma, 1968), o el desasosiego de la joven esposa de un pastor (Liv Ullmann) ante el frío narcisismo arrogante de su madre pianista (Ingrid Bergman) en Sonata de otoño (Ingmar Bergman, 1978).

Las madres censurables para la moral conservadora, suelen ser mujeres posesivas con fantasías incestuosas (El soplo al corazón, Louis Malle, 1971; La luna, Bernardo Bertolucci, 1979; Mi madre, Christophe Honoré, 2004), o francamente psicópatas (Mamá es una asesina, John Waters, 1994).

Algo notable ha sido la devoción de algunos cineastas por sus propias madres, como el caso de Pedro Almodóvar (Todo sobre mi madre, 1999), de Xavier Dolan (Yo maté a mi madre, 2008) o de Alexsandr Soukorov (Madre e hijo 1997). Hay también la figura del hijo que reconstruye para su madre enferma una vieja sociedad perdida (Adiós, Lenin, Wolfgang Becker, 2003) o la madre que busca proteger a un hijo, todavía en su vientre, de una conjura diabólica (El bebé de Rosemary, Polanski, 1968).

Esas devociones tienen un punto culminante en Mia madre (Nanni Moretti, 2015). Toda esa entrega incondicional muestra no obstante un cruel contraste en el cariño no correspondido que le profesa un niño (Alfonso Mejía) a su madre displicente (Estela Inda) en Los olvidados (Luis Buñuel, 1950). En esa cinta el rechazo de esa madre “censurable” es sólo el reflejo dramático de una modernidad social basada en la desigualdad y en el abandono de esos seres marginales a los que alude el título de la cinta.

Un pequeño universo materno

En este breve acercamiento al tema de la madre en el cine, el recuento es forzosamente incompleto. Japón lo ha abordado en su disección de los lazos familiares en el cine de Yasujiro Ozu (Historia de Tokio, 1953) o el de Shohei Imamura (La balada de Narayama, 1983 ).

Otro tanto han hecho India e Italia en melodramas intensos (Madre India, Mehboob Khan, 1957; Mamma Roma, Pasolini, 1962; o Bellisima, Luchino Visconti, 1951). Por su parte, el cine mexicano sería inconcebible sin su continua referencia a esta figura ya mítica, tanto en el drama como en la comedia, con madres tan intensas como las que interpretan Sara García, Silvia Derbez, Dolores del Río o Libertad Lamarque. Tanto es así que su exploración cabal requiere de otro artículo. El tema es inagotable.

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