Villaurrutia es contemporáneo — letraese letra ese

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Villaurrutia es contemporáneo


A 120 años de su nacimiento, el poeta y dramaturgo mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950) mantiene viva la reputación de haber sido el representante más melancólico y secreto, sin duda el más renovador, del grupo literario llamado los Contemporáneos, un “grupo sin grupo”, archipiélago de mentes brillantes, que se constituyó como reacción a la ortodoxia cultural y política del nacionalismo revolucionario de finales de los años veinte. La obra poética que deja el autor de Nostalgia de la muerte es sorprendentemente escasa, apenas noventa de las mil páginas que reúnen sus escritos de teatro y su labor crítica (cine, literatura y artes plásticas).

Y sin embargo, en ella se concentra con mayor fortuna la inusitada intensidad lírica de este “amante secreto, víctima de su soledad, caballero citadino de la clase media o la pequeño burguesía, hijo de familia “bien” pero nacido poeta e interrogador de la Noche deseosa”, en palabras de José de la Colina. Esta figura dandy, un tanto anacrónica, suscita ahora un interés renovado. En una discusión cultural que hoy confronta los valores nacionales a un cosmopolitismo avasallador, Villaurrutia sigue siendo un referente muy atendible. .

Los contemporáneos

A lo largo de doce años, de 1920 a 1932, un grupo de jóvenes poetas mexicanos, la mayoría de ellos nacidos en la primera década del siglo, descubren tener como afinidad común su rechazo al clima cultural de la época marcado por un obtuso ensimismamiento nacionalista. Ellos se proclaman autodidactas, alejados de la solemnidad y los anhelos académicos, dóciles seguidores y puntuales continuadores de la propuesta cultural europea, en particular de la francesa. Tienen como mentor espiritual y faro crítico al escritor y secretario de instrucción pública José Vasconcelos, gran promotor de una manera nueva de entender y promover la cultura. Sin embargo, la inspiración mayor proviene de escritores más heterodoxos, André Gide, André Breton, Ezra Pound, Jean Cocteau o Jules Supervielle. Su propósito declarado es tomar distancias con una cultura nacional refractaria al espíritu transformador de las vanguardias, lo mismo en la pintura (donde el espacio central lo domina la escuela del muralismo), hasta la poesía, la música y la pintura. Para tal efecto fundan dos revistas importantes; primero La Falange y más tarde Contemporáneos (de cuyo nombre procede el del propio grupo). Fomentan la creación de grupos teatrales innovadores (Ulises, Orientación), y del primer cine-club del país. Proponen una manera nueva de entender el periodismo cultural, incorporando la intuición literaria, la crónica mundana e incluso la reflexión filosófica. Desechan la noción de una cultura centrada en el elogio de lo nacional y lo pintoresco, del logro revolucionario embalsamado en los muros de las nuevas instituciones, y el recelo viril ante toda manifestación de disidencia sexual. Algunos miembros del grupo son en efecto homosexuales y objetos de desprecio y sorna en algunos frescos murales que los satirizan. Esa homofobia es en realidad una expresión aguda de la desconfianza generalizada que la cultura oficial, y sus pregoneros en la prensa, reservan al grupo de artistas con actitud extranjerizante que incluye a Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet y Enrique González Rojo.

Villaurrutia, poeta y dramaturgo

En una carta de Xavier Villaurrutia escrita en 1938 y citada por Alí Chumacero en su prólogo a las Obras del poeta, se desprende lo esencial del espíritu que anima su creación artística. “El hombre —dice en ella— es un animal que puede sentir nostalgia, echar de menos aun su muerte, que vive y experimenta en formas muy misteriosas”. Esta voz que continuamente hermana en los poemas el deseo físico y la vivencia íntima de la noche, así como una conciencia aguda de la muerte, mantiene vasos comunicantes, muy señalados, con la poesía de Rainer Maria Rilke y con el propio Francisco de Quevedo. En este haz de influencias que van del norte al sur de Europa y cuyo epicentro literario pudiera ser la narrativa del francés Gérard de Nerval, Villaurrutia encuentra el estímulo creador más persistente. Carlos Monsiváis lo define como un “poeta de minorías”. Atiéndase a la conjunción que hace de lo celestial y lo nocturno en uno de sus poemas más célebres, Nocturno de los ángeles: “Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche/ Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto/ El secreto que los hombres que van y vienen conocen/ porque todos están en el secreto/ y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos/ si, por el contrario, es tan dulce guardarlo/ y compartirlo sólo con la persona elegida”.

Una vez establecido el vínculo entre la noche y lo celeste, conduce la metáfora hasta los confines de un erotismo estrechamente ligado a la muerte. Ningún poeta mexicano, contemporáneo suyo, había intentado antes una aproximación tan vertiginosa. Tan emparentada también a esos “placeres prohibidos” a los que alude con claridad el español Luis Cernuda en su poemario La realidad y el deseo. Villaurrutia afirma: “Amar es una insólita lujuria/ y una gula voraz, siempre desierta/ Pero amar es también cerrar los ojos,/ dejar que el sueño invada nuestro cuerpo/ como un río de olvido y de tinieblas,/ y navegar sin rumbo, a la deriva:/ porque amar es, al fin, una indolencia. El menguado volumen de la poesía del escritor —una brevedad intensa— contrasta notablemente con una producción teatral tan prolífica como insustancial.

Muchas obras de un solo acto son propuestas escénicas acartonadas, gusto por el decoro moral y las buenas costumbres, dramaturgia anticlimática, sin perdurabilidad ni gran peso, “letárgico dialogar discursivo” (De la Colina). Más interesante son sus comentarios críticos sobre la poesía de autores como López Velarde, Paul Valéry o Salvador Novo, o sobre los contrastes entre el lenguaje teatral y el cinematógrafo.

Villaurrutia, crítico de cine

Durante seis años, entre 1937 y 1943, Xavier Villaurrutia fue también crítico de cine para las revistas Hoy y Así. Antes que él los escritores Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán habían ya incursionado en ese oficio, bajo el seudónimo compartido de “Fósforo”, para el diario madrileño El Sol. La contribución del poeta mexicano fue dotar de mayor profundidad y de un contexto cultural muy variado a todos sus análisis fílmicos, en contraste con la superficialidad de que hacían gala muchos reseñistas de la época. En sus notas de cine, casi 200 ya recopiladas, abundan las referencias literarias, siendo él traductor y adaptador de novelas, pero sobre todo las teatrales, por su atención al desempeño actoral y a los aciertos o desaseos escenográficos.

Es él quien adapta para Fernando de Fuentes la novela de Rafael Muñoz Vámonos con Pancho Villa, y es dialoguista de Distinto amanecer (1943) y La mujer de todos (1946), ambas cintas de Julio Bracho, y de La mulata de Córdoba (Fernández Bustamante, 1945). En su ambición cultural todo abarcadora, el cine fue sobre todo un disfrute estético alimentado por su gran erudición y su sensibilidad poética. Un poeta polifacético que gana intensidad y agudeza en cada nueva lectura.

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