Una cineasta irreverente — letraese letra ese

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Una cineasta irreverente


Durante el mes de agosto MIC Género, Muestra Internacional de Cine con Perspectiva de Género, presentará en su edición número 12 una retrospectiva de la realizadora argentina Albertina Carri. No es poca la polémica que desde hace años suscita la figura siempre incómoda y provocadora de esta autora, también guionista, dramaturga y novelista que ha sido la voz femenina más significativa de la corriente artística que desde principios de los años noventa se conoce como Nuevo Cine Argentino.

Discípula de cineastas tan influyentes como Lita Stantic (Un muro de silencio, 1993) y de María Luis Bemberg (Yo, la peor de todas, 1990), y compañera de ruta de los directores Adriano Caetano (Bolivia, 1999), Martin Rejtman (Silvia Prieto, 1999) y Pablo Trapero (Mundo grúa, 1999), la joven Carri, nacida en Buenos Aires en 1973, protagoniza una de las rupturas formales más decisivas con el tipo de cine social adocenado que se producía en Argentina en la década de los años ochenta del siglo pasado.

Su apuesta, como la de muchos de sus colegas, es por una expresión muy personal ligada a la corriente artística del minimalismo.

Una reconstrucción de la memoria

Los rubios (2003), posiblemente la obra más emblemática de la directora bonaerense, es un documental que plantea, en clave autobiográfica, una suerte de crónica social e histórica de los años de la dictadura militar en Argentina, y lo hace recurriendo a formas muy variadas de representación escénica, desde cine de animación e imágenes intervenidas, hasta material de archivo, fotografías familiares y utilización de personajes de plástico y maquetas.

La narradora de este filme es la propia cineasta en una la trama entre policiaca y criminal que narra el secuestro de su padre, el militante de izquierda Roberto Carri, y de su esposa, Ana María Caruso, cuando Albertina tiene cuatro años de edad. La reconstrucción de la memoria acude a una estrategia narrativa de thriller político y de indagación al estilo clásico de la cinta Rashomon (1950), de Akira Kurosawa.

Una actriz interpreta el papel de la directora mientras los espectadores siguen paso a paso sus contactos con los habitantes sobrevivientes de aquella represión contra ciudadanos acusados de ser terroristas propagadores del caos. Ninguna película argentina había acometido antes una revisión histórica que propiciara, de tal forma, la participación de quienes habían presenciado de modo directo los actos criminales de la autoridad castrense, sus burdas maniobras propagandísticas, su continua incitación al odio contra los disidentes políticos.

Los rubios tiene como complemento otro documental de gran fuerza expresiva: Cuatreros (2016), en el que la cineasta evoca la figura del militante izquierdista Isidro Velázquez, y con él una época inmediatamente anterior a la instalación de la dictadura. Cabe destacar la recuperación que hace Carri de la labor didáctica reaccionaria que emprendieron diversos medios audiovisuales en esos años, como la animación que explica la invasión de un cuerpo humano sano por microbios patógenos que van minando el organismo y la compara con la acción de personas que el régimen de derecha considera elementos subversivos antisociales, subrayando la urgencia de exterminarlos para preservar la buena salud del país. El cine político de Albertina Carri evita el tono panfletario y de protesta muy obvia acudiendo a las fomas más originales y diversas de la experimentación cinematográfica.

Lo personal es político

El cine de ficción de la directora tiene una eficacia similar, a veces incluso superior, a la del documental. Así, en Géminis (2005), un duro drama familiar se va gestando en el seno de una familia burguesa dominada por la figura materna. Los dos hijos menores, la joven Meme y Jeremías, apenas pueden ocultar la fuerte atracción sexual que les avasalla y que ha dejado ya de ser una experiencia infantil de juego.

A medida que otro hermano mayor se percata del escándalo que encierra ese hogar en apariencia tranquilo y que a su vez la madre descubre la perversión innombrable que amenaza con devastar la respetabilidad social que tanto atesora la familia, se instala en casa un clima de decadencia y el desvarío mental materno expone la fragilidad extrema de una doble moral en crisis. No alcanza el cine de Carri las atmósferas enrarecidas del cine minimalista de su connacional Lucrecia Martel (La ciénega, 2001), inclinándose más por un tratamiento melodramático casi paródico, en el estilo de las telenovelas, pero en cambio sí describe bien el núcleo familiar burgués como microcosmos de una sociedad en la que persisten el desdén racista y el clasismo. Esa crispación social, soterrada y venenosa, alcanza un grado mayor de virulencia en La rabia (2008), cinta ambientada en una finca rural donde dos familias se declaran una guerra sin cuartel por suspicacias y mal entendidos jamás aclarados.

Como fondo y referente metafórico, hay la violencia ejercida contra animales inermes y presentada como elemento indisociable de la conducta de estos nuevos cuatreros, la cual se rige por un código moral al margen de todo entendimiento social civilizatorio. En esta cinta los niños asisten a la fornicación abierta de los adultos de igual modo que al apareamiento de las bestias de carga, aceptando como natural y generacionalmente reconducible toda violencia ejercida contra las mujeres.

Pudiéndose detener en esta constatación pesimista de los estragos de la moral patriarcal, Albertina Carri elige en cambio aplicar a esta opresión de género un tratamiento satírico en cortometrajes muy paródicos como Barbie también puede estar triste ( 2002), cinta pornográfica de animación donde la muñeca estelar descubre una sorpresiva liberación al apartarse de su condición de fetiche complaciente para asumir una sexualidad gozosa ya no con el manipulador Ken, sino con una empleada doméstica que lo remplaza ventajosamente. Una propuesta queer en el estilo del corto de Todd Haynes Superstar: la historia de Karen Carpenter (1987), estilizada extravagancia musical interpretada por muñecas Barbie.

Las guerrilleras porno

Las hijas del fuego (2018), la cinta de ficción más reciente de la directora, es una relectura irerverente de un género pornográfico dominado hasta la fecha por la mirada masculina. Se trata, de hecho, de una inversión jocosa de esa mirada, desplazada ahora por el punto de vista colectivo de varias mujeres que durante un viaje en auto desde Tierra del fuego hasta Buenos Aires se libran, entre ellas, a todo tipo de fantasías y prácticas eróticas. Quedan derribados los estereotipos clásicos de sensualidad femenina: las protagonistas, se muestran indiferentes al concepto tiránico y dominante de belleza y armonía física, son gozadoras combatientes, guerrileras de un placer lésbico-feminista, decididas a ampliar el concepto de pareja hasta incluir a varias participantes nuevas.

El sexo es aquí explícito, la vocación orgiástica, y el tono ininterrumpidamente celebratorio. Algo poco común en el cine político latinoamericano. Una irreverencia artística difícil de digerir.

La retrospectiva se exhibe en la sala 6 de la Cineteca Nacional. Mayor información: www.micgenero.com

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