Las aficiones peligrosas — letraese letra ese

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Las aficiones peligrosas


Pocas figuras tan polémicas y heterodoxas en el canon literario estadounidense como la novelista Patricia Highsmith, autora de exitosos libros de suspenso, algunos adaptados al cine, y de una novela semiautobiográfica, escrita bajo seudónimo, titulada primero El precio de la sal y más adelante Carol, cuando al fin se revela la identidad de su creadora. Entre sus libros más populares figura la serie de cinco novelas que tienen como personaje central al seductor profesional y embaucador inescrupuloso Tom Ripley, a quien la escritora hace madurar de una novela a otra, durante varias décadas, sin que éste jamás abandone del todo su naturaleza amoral y su carisma turbio, características indisociables ya de su magnetismo y encanto. La escritora que siempre reivindicó la influencia que sobre ella ejercieron las novelas policiacas de Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, y de Graham Greene, o la huella inevitable de Agatha Christie, toma distancias evidentes con esos autores británicos al despojar a sus personajes de cualquier componente edificador o moralizante. Los libros de Patricia Highsmith son a menudo perturbadores, casi siempre apasionantes. El estreno en México del documental Loving Smith, de la alemana Eva Vitija, es una buena ocasión para una relectura de su obra.

Los inicios literarios

Patricia Highsmith, cuyo nombre verdadero es Mary Patricia Plangman, nace en Fort Worth, Texas, en 1921, y desde una edad muy temprana, revela un talento inusitado para fabricar historias, muchas de ellas relacionadas con sus compañeros de escuela, ante quienes se muestra, sin embargo, especialmente reservada. No participa mucho en sus juegos ni en otras actividades escolares, concentrándose en lo que de modo precoz constituye ya una obsesión: la lectura. Cuando poco antes de cumplir los doce años, su madre y su padrastro deciden abandonar Texas e instalarse en Nueva York, la joven tendrá un primer atisbo de un clima de libertad y de bohemia hasta entonces insospechado. El divorcio de su madre dos años después y el regreso de las dos a Texas intensifican en la adolescente una sensación de soledad y desarraigo que sólo se atenuará pocos años después con su regreso a Nueva York para inscribirse en la prestigiosa Universidad Barnard y dedicarse de lleno a los estudios literarios. Sus héroes intelectuales serán casi todos escritores europeos, de Goethe a Maupassant, Thomas Mann y Baudelaire, también Marcel Proust, pero sobre todo Albert Camus, un escritor moderno que le intrigará al advertir en él una inquietud singular que comparte plenamente: el gusto por explorar la marginalidad existencial y el destino de personajes alienados de la sociedad y, en ocasiones, de sus propias identidades. La lectura de El extranjero es al respecto decisiva, y su huella estará muy presente en la recreación de atmósferas meridionales y en la construcción de algunos de sus personajes masculinos, en especial el emblemático Tom Ripley.

Para algunos lectores, las propuestas narrativas de Highsmith, particularmente sus desenlaces de ambigüedad perturbadora, resultarán incómodos. Tal es el caso de la novela El talentoso Ripley (1955), primera de una saga cuyo final abrupto prescinde de la noción de rendición de cuentas o de castigo por los crímenes cometidos. A tal punto que en su primera adaptación al cine (A pleno sol, René Clément, 1960), memorablemente estelarizada por Alain Delon, se tuvo que remplazar el último tramo de la novela, tan cínico como el propio Ripley, por otro más convencional en donde el malhechor se encaminara casi a un patíbulo reparador de daños sociales. Otro desenlace delicado, el de la novela El precio de la sal, se mantuvo intacto, en tanto final feliz, en Carol (2015), la versión fílmica de Todd Haynes, alejando así a esta historia de amor lésbico entre una mujer madura y otra más joven del tipo de reprimenda moral o embestida punitiva que se le habría añadido cuatro décadas atrás.

La vertiente cinematográfica

A pesar de los cambios que introdujo René Clément en A pleno sol, Patricia Highsmith siempre consideró que esta cinta era la que mejor capturaba la esencia oscuramente angelical del Tom Ripley original. Poco tuvo que objetar años después a la fiel adaptación que hizo el alemán Wim Wenders de otra aparición de Ripley en El amigo americano (1976), basada en El juego de Ripley, novela de 1974, excepto que el criminal estafador era allí interpretado por un Dennis Hopper que nunca agradó a la escritora. Ya no tendría ella la oportunidad de juzgar la caracterización de ese mismo personaje a cargo de Matt Damon en la segunda versión de El talentoso Ripley (Anthony Minghella, 2002), con Jude Law como coestelar, pero es posible suponer que el desencanto habría sido casi igual que en el caso de Hopper. Ni que decir de la versión realmente desafortunada que propone la italiana Liliana Cavani en El juego de Ripley (2002), con John Malkovich en el papel del polifacético delincuente amoral.

Considérense las tramas en que se ve envuelto el notable embaucador: en una de ellas, El talentoso Ripley, un hombre millonario encomienda al ambicioso joven partir a la Costa Azul francesa para rescatar a su hijo Dickie Greenleaf de una vida ociosa y disipada y traerlo de vuelta a su hogar californiano, y esto desencadena complicaciones imprevistas y juegos de poder y seducción homoerótica que culminan en una tragedia. Más adelante, en El juego de Ripley, el delincuente, incorporado ya a la alta sociedad francesa mediante un matrimonio de interés, contrata a un hombre desahuciado por el cáncer para que asesine a miembros de la mafia italiana a cambio de un pago cuantioso que ya no podrá cobrar él, sino la familia que le sobrevivirá. Un arreglo macabro en el que se lucra con las flaquezas humanas, la desesperación de un moribundo y donde un apetito de ambición coloca también en un mismo plano al hombre evidentemente vulnerable y a un manipulador sin escrúpulos.

Ripley no es, con todo, el único protagonista amoral memorable en la obra de Highsmith. También está Bruno Anthony (Robert Walker), el célebre tenista que en Pacto siniestro (Strangers on a Train, Alfred Hitchcock, 1951), propone a un admirador suyo, Guy Haines (Farley Granger), ayudarle a asesinar a su esposa incómoda a cambio de que Guy, a su vez, ponga fin a la vida del padre de Bruno. De nueva cuenta, una serie de circunstancias adversas complican la posibilidad de dos crímenes perfectos, orillando a los dos personajes a un juego de masacre del que ambos serán víctimas. A partir de una novela aguda, de ritmo muy eficaz, el también director de Psicosis (1960) firma aquí una de sus mejores obras de suspenso. Para Patricia Highsmith, esta cinta por fin combinaba a la perfección su propia intención narrativa y una impecable factura artística. El éxito comercial llegaría por añadidura.

Una incontinencia fértil

Si bien el éxito de Highsmith en el cine se beneficiaba de la solvencia artística de quienes adaptaban algunas de sus obras, en el terreno de la literatura las ventas en Estados Unidos eran mucho más modestas que en Europa, lugar donde la novelista gozaba de una gran fama. Lo que parecía inhibir a los lectores norteamericanos era el manejo que hacía la autora de la ambigüedad moral en sus escritos. Sus personajes solían ser infractores impunes de la moral tradicional. Tanto o más que la novelista misma en la esfera de su vida privada. No sólo eran conocidas ampliamente sus preferencias homosexuales, sino también la manera incontinente en que acostumbraba pasar, en poco tiempo, de una pareja a otra. Sus viajes a Europa alimentaban la crónica mundana que reportaba haberla visto en los bares lésbicos semiclandestinos de París, librándose inmoderadamente al alcohol, rodeada siempre de un buen número de seguidoras complacientes. A ello había que añadir una sexualidad hiperactiva, libre de culpa y complejos, y una afición, poco común en una escritora, por las acciones criminales recurrentes en sus más de veinte novelas.

Patricia Highsmith escandalizaba en su país por la manera en que trasladaba a sus tramas noveladas elementos claves de su vida íntima, apenas disimulados, aunque por esa misma razón fascinaba en cambio a su público europeo, muy inclinado a apreciar el género de la novela negra y las turbiedades y transgresiones morales de las que a menudo ésta se alimenta. Un retrato notable de esta novelista se desprende de un libro indispensable: Beautiful Shadow: A Life of Patricia Highsmith, del periodista británico Andrew Wilson. Una invitación a explorar la existencia muy cinematográfica de una gran escritora.

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