Las amistades peculiares — letraese letra ese

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Las amistades peculiares


En palabras del filósofo francés Michel Foucault, la amistad “brinda instrumentos para ensayar relaciones polimorfas, variadas, individualmente moduladas. Tienes así a dos individuos, uno frente a otro, sin armas, sin un discurso consensuado, sin nada que los oriente sobre el sentido de la pulsión que los lleva a juntarse. Deben inventar, de la A a la Z, una relación que aún no tiene forma; es eso la amistad: la suma de todas las cosas a través de la cuales los dos puedan procurarse placer”. A menudo se ha querido contrastar los conceptos de amor y amistad, como si se tratara de dos formas de afecto antagónicas y excluyentes.

En realidad, el segundo concepto podría liberar al primero, según la reflexión foucaultiana, de las presiones y obstáculos que una institucionalización del mundo afectivo suele imponer normativamente a los individuos, sobre todo a través del matrimonio y la procreación como trámites indispensables para una armonía amorosa aceptable. La amistad puede ser, al respecto, una forma de disidencia social y de expresión libertaria.

Sartre y Beauvoir

En una época como la actual, en que la noción tradicional de un amor romántico basado en la monogamia y la fidelidad tiende a resquebrajarse, dando paso a formas novedosas de entendimiento afectivo como las llamadas relaciones poliamorosas, y a situaciones como las de jóvenes reacios a un compromiso conyugal, cabe recordar que hace un siglo, una pareja de intelectuales franceses, Jean Paul Sartre, nacido en 1905, y Simone de Beauvoir, tres años más tarde, habían ya decidido, por iniciativa e insistencia de la joven, ceñirse a un pacto mediante el cual ambos se comprometerían a vivir su relación amorosa en completa libertad, lejos de toda idea de matrimonio y procreación, transformándola en una ilustración coherente de las ideas existencialistas de responsabilidad y libre arbitrio que los dos compartían.

La autora de El segundo sexo (1949) anticipaba así, veinte años antes, su idea del matrimonio como una institución enajenante y peligrosa, diseñada para colocar a las mujeres en una situación de dependencia moral y económica en la que el hombre conserva la posibilidad de deshacerse de ellas, como objetos ya inservibles, al cumplir éstas los cuarenta años. Peligrosa también para los niños, quienes deben soportar las desavenencias y frustraciones de sus padres, incluso a veces su odio mutuo, con consecuencias psicológicas deplorables.

Esta visión pesimista la resumía y remataba en una frase: “Cualquier institución capaz de soldar a una persona con otra obligándolos a dormir juntas cuando ya no lo desean, es una mala institución”.

De este modo, Sartre y Beauvoir acordaron vivir juntos y dormir separados, tolerar sin reparos sus respectivas infidelidades sexuales, que en ambos casos fueron muchas, incurriendo incluso en escándalos públicos, como los notorios abusos a mujeres menores de edad por parte de la escritora bisexual o la reputación de donjuanismo del autor de La náusea (1939).

La relación afectiva e intelectual entre estos dos personajes se prolongaría por 51 largos años, hasta la muerte en 1980 de Sartre, seguida del deceso de su pareja seis años después.

La evolución de esta peculiar y fecunda relación de amistad amorosa ha quedado reseñada no sólo en las biografías que han inspirado los dos escritores, sino en el conjunto de los seis tomos de escritos autobiográficos de Simone de Beauvoir a los que el año pasado se añadió, un libro inédito, Las inseparables, en el que la novelista y filósofa revela su primera pasión amorosa por su amiga adolescente “Zaza” (Elizabeth Lacoin), un personaje recurrente en sus novelas.

La conocida militancia de izquierda que Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir compartieron toda la vida se completa con ese combate secreto que consistió en hacer de la amistad una alternativa libertaria frente a las certidumbres del contrato marital, y también un estilo de inteligente convivencia amorosa, a la vez heterodoxo y paradójicamente ejemplar.

Gertrude Stein y Alice B. Toklas

Por esos mismos años veinte del siglo pasado, en los que Sartre y Beauvoir iniciaban su fértil amistad amorosa, la escritora estadounidense Gertrude Stein recibía en su salón artístico y literario de París a dos de sus amigos y protegidos favoritos: el novelista Ernest Hemingway y el pintor Pablo Picasso, así como a múltiples miembros de la bohemia artística del momento.

Para nadie era un secreto que la autora de Tres vidas (1909) y Ser norteamericanos (1925), compartía su vivienda de la calle de Fleurus, y cada minuto de su vida íntima, con Alice B. Toklas, una mujer también estadounidense y de sus mismos cuarenta años, que era a la vez su secretaria, ama de llaves, amante, administradora, confidente y cocinera. Una factótum indispensable.

Inútilmente intentó Stein convencer a su discípula y pareja sentimental de que ella también escribiera un libro. La debilidad de Alice era hablar incansablemente. Tanto así que en sus vanos esfuerzos por hacerla callar, tuvo, entre sus célebres hallazgos verbales, el ingenio de dirigirse a ella con un retruécano fonético: Alice Be Talkless (Alice, guarda silencio), y en el colmo de la impaciencia, decidió (otra idea original suya) escribir, en lugar de la indolente Alice, una larga confidencia íntima de su protegida, misma que tituló La autobiografía de Alice B. Toklas (1933), libro en el que, previsiblemente la autora terminaría hablando sobre todo de sí misma. Juntas vivieron durante 39 años, hasta la muerte de Gertude Stein en 1946.

Alice le sobrevivió 21 años más y ya liberada de la dulce y pesada presión moral e influencia literaria de su amante, decidió escribir en 1954 un libro propio de memorias, El libro de recetas de Alice B. Toklas, cuyo tema central era la cocina y en el que destacaba su creación más propia y definitiva: el fudge de hachís, hecho a partir de diversos cereales mezclados con marihuana, y que convertiría al libro y al platillo en efímeros éxitos contraculturales, inspirando incluso una jocosa comedia en 1968, I love you, Alice B. Toklas, de Hy Averback, estelarizada por Peter Sellers.

Nada permitía imaginar que la mujer parlanchina que había compartido la existencia con la cómplice de figuras como Apollinaire, Cézanne o Scott Fitzgerald, terminaría convirtiéndose en el tema principal del libro más conocido de Stein, y también en la autora de un libro en el que reivindicaba un arte culinario considerado menor en ese mismo círculo intelectual en el que había convivido –como figura igualmente menor– durante largos años. La amistad no habría sido aquí, en sentido estricto, el producto de una fructífera complicidad intelectual, sino de algo más peculiar: una convivencia amorosa hecha de grandes contrastes.

Colofón

Michel Foucault parecía tenerlo claro: la amistad, argumentaba en su Historia de la sexualidad (“El cuidado de sí”, tercer y último volumen), posee un campo de expansión muy vasto y culmina con “el surgimiento de una personalidad singular, capaz de hacer el mejor uso de su cuerpo y de ese espíritu suyo armoniosamente educado para asumir las funciones políticas a las que está destinado”.

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