Detrás de Foucault
Un joven ensangrentado tirado en los pasillos de los dormitorios de la Escuela Normal Superior de París a mediados de la década de los cuarenta llamó la atención de varios asistentes y de docentes del centro educativo. La mayoría de quienes lo conocieron lo recordaban por tener la puerta de su dormitorio decorada con reproducciones de pinturas de Goya, por tener ciertas conductas violentas y algunas actitudes suicidas, como la de esa noche.
También llamaba su atención el ahínco con el que estudiaba, la sed de conocimiento de los autores más actuales de la época, los estudios de ciencia de Gaston Bachelard, los trabajos de su mentor Jean Hypolite, o de su profesor Maurice Merleau-Ponty o la política de Louis Althousser. Entre sus conocidos estaban Pierre Bourdieu y Jean Paul Sartre.
Salido de Poitiers, una ciudad enclavada en el camino entre Burdeos y París, heredero de una educación católica, alejado de la efervescente vida intelectual y artística parisina, Michel Foucault desembarca en la capital francesa atraído por las lecciones de filosofía, pero también inquieto por el funcionamiento de la mente y la psicología. Su ímpetu fue tal que culminó los estudios en ambas disciplinas. Incluso, sus primeras oportunidades académicas fueron en el campo de la psicología, donde Jacques Derrida fue su alumno.
Embebido por el conocimiento, en la escritura sobre las tradiciones psicológicas y las corrientes críticas psicoanalíticas, así como los planteamientos filosóficos de los alemanes Hegel y Husserl, pasó la década de los cincuenta entre libros, clases y sus apuntes. A la vez, quedó anonadado con la historia teatral de Estragon y Vladimir, quienes pasan grandes lapsos Esperando a Godot. Una representación teatral que le influenciaría a lo largo de su vida y le detonaría varias reflexiones intelectuales, y seguramente, de corte sexo-afectivo, ante la apertura que comenzaba a vivir en una ciudad en restauración, después de la Segunda Guerra Mundial, pero con algidez de ideas.
Túnez y sus rupturas intelectuales
Parte de los inquietos años sesenta transcurrieron pacíficamente para su vida, en las calles de Sidi-Bou-Said, en Túnez, donde era profesor, pero más bien estaba imbuido en la escritura de uno de sus libros pilares, La arqueología del saber. Quienes describen esa época lo dibujan como un hombre tranquilo, dado a la reflexión, aprovechando la vista de sus ventanales desde temprana hora, quien solía dar a largas caminatas por los alrededores. A la par estuvo siguiendo los pasos de Daniel Defert en la nación norafricana, ese joven con el que se inmortalizaría en una fotografía consumiendo hachís juntos.
Desde allí impartía conferencias y daba seguimiento a las movilizaciones sociales en su país natal, se dedicaba a la reflexión y a la escritura con mucho ahínco. Tras algunas experiencias de movilizaciones universitarias, despertó su deseo de regresar a Francia para sumarse a las protestas del 68, con las agrupaciones estudiantiles, y ser parte de un experimento de universidad libre en Vincennes, donde estuvo involucrado en una trifulca con la policía. Esa escena se repetiría años después frente a la fábrica de automóviles Renault, donde un policía le abrió la cabeza de un golpe.
A pesar de haber convivido con Jean Paul Sartre desde la juventud, en su época estudiantil, lo detestaba porque no quería asumir la postura de “ser el filósofo”, como se había autoproclamado el autor de La náusea. A pesar de compartir ideas y apoyar las mismas causas, nunca hubo amplia simpatía entre ambos. Incluso, se rumora sobre la injerencia sartriana para evitar la publicación de Locura y civilización en la editorial Gallimard. El autor de El ser y la nada llego a calificar parte del trabajo de Foucault como un “pastiche”.
Mientras estaba en su impasse tunecino, en la metrópoli francesa se elaboraban múltiples preguntas derivadas de la publicación de Historia de la locura y Las palabras y las cosas y su sintonía con el estructuralismo. Pero más aún, con esa influencia nietzscheana del ser humano sin estar sujeto a ninguna atadura, para dejar lo mundano y convertirse en filósofo. Esta idea cimbró al mundo intelectual parisino, pues rompía con el paradigma sartreano de la libertad, ya que consideraba que el ser humano siempre estaba ceñido a algo, incluso el lenguaje.
En 1970 fue elegido para ocupar la cátedra de Historia de los sistemas de pensamiento en el Colegio de Francia, una de las máximas distinciones en el mundo académico francés. Sin embargo, de manera alterna, una de sus mayores aportaciones intelectuales surgiría a partir de la formación del Grupo de Información sobre las Prisiones, totalmente alejado de las instituciones académicas, centrado en comprender las formas de convivencia del interior de las cárceles, donde se manifiesta el poder en su esencia absoluta. De allí saldrían algunas de las ideas del famoso panóptico foucaultiano.
Hablar de Michel Foucault es hablar de una de las figuras más significativas de la filosofía occidental del siglo pasado. Su pensamiento, siempre interesado en subvertir las formas de control y poder, sembró una revolución al manifestarse enteramente por la libertad, a veces con perspectivas polémicas.
El departamento
En la década de los setenta, el departamento de Foucault en París solía estar lleno de jóvenes escasamente mayores a los 20 años. Llegaban ahí para hablar de amor, placeres y sexo. Se había convertido en el lugar más selecto y exclusivo de la diversidad.
Paradójicamente, muchos de los reclamos de la escena local hacia el pensador se enfocaban en su negativa a posicionarse más públicamente a favor de la homosexualidad. Esto a pesar de que el autor publicó varios textos en la revista Gay Piede, una de las primeras revistas gay francesas. El enojo pudo haber provenido de su afirmación pública de que la homosexualidad era una categoría tardía y de la incitación a las personas a liberarse de su propia sexualidad para vivir un verdadero placer, más allá de una etiqueta.
En este espacio era posible filosofar, hablar de política, consumir drogas, tener relaciones sexuales, experimentar, cuestionar los discursos vigentes y las hegemonías, y de cierta manera, vivir sin sujeción a ninguna ley o intento de forma de poder. Sus cuestionamientos hacia las normas eran tales que, en 1977, firmó un manifiesto para cuestionar las leyes en contra de la pedofilia. También estaba a favor del consumo de drogas, algunas muy fuertes, y de prácticas sexuales combinatorias de dolor y de placer.
Al lugar acudían, Thierry Voeltzel, militante de los movimientos de liberación homosexual, a quien entrevistaría para un libro anónimo sobre las preocupaciones de las juventudes, y que sería su acompañante en algunos viajes. También estaban Didier Eribon, uno de sus biógrafos, y quien ha desmentido las versiones de otros; Mathieu Lindon, autor de Prince et Léonardours, novela censurada en la década de los ochenta por su contenido homoerótico; Hervé Guibert, literato y narrador en primera persona de sus vivencias con el VIH por medio de sus novelas, y por supuesto, Lefert, guardián de su legado.
En esa época, los agitados setenta, trabajó en uno de sus proyectos más conocidos, relacionado con la sexualidad, una serie de –ahora– cuatro volúmenes de historia de la misma, y de la cual, casi al final de su vida, diría que es aburrida, debido a que lo interesante son las técnicas del yo.
Las visitas de Foucault a un monasterio zen o a comunas taoístas fueron sin duda otro tipo de experimento y, a nivel colectivo, sus dos viajes a Irán lo iban a ayudar a observar una “espiritualidad política” desde hacía tiempo olvidada en Occidente, pero viva en una suerte de liturgia de autotransformación sacrificial como una contraconducta frente a Occidente, su Estado y su modernización.
Una de sus obras más conocidas es la Historia de la sexualidad. Sobre ella, casi al final de su vida, diría que es aburrida, debido a que lo verdaderamente interesante son las técnicas del yo.
El polémico final
Contrario a su apertura a múltiples temas, el 26 de junio de 1984 se dijo que había muerto como consecuencia de una enfermedad en el sistema nervioso. Días después comenzó el rumor de su muerte provocada por el sida. Una de sus mayores aficiones en la década de los setenta era la práctica sadomasoquista en los vapores de la californiana San Francisco, por lo que se sospecha que ahí adquirió el virus.
Sobre el sadomasoquismo, llegó a opinar: “es la verdadera creación de nuevas posibilidades de placer de las cuales la gente no tenía antes la menor idea, un placer completo, total, relacionado con la muerte”. Él era un gran lector del Marqués de Sade por lo que, seguramente, intentaba llegar a niveles insospechados de satisfacción.
Algunas amistades cercanas definirían a estos últimos años de Foucault como “años de experiencia”, en los que realizó varios viajes a San Francisco, y en donde incluso, a pesar de saber de la situación del VIH, pues desde 1981 se conocían casos en esa ciudad, no cesó de frecuentar las salas de baño, en posible coherencia con la delgada línea entre la vida y la muerte planteada en varios episodios de su obra.
En aquel momento, ni siquiera se conocía bien al VIH y mucho menos había posibilidades terapéuticas. Su familia pretendió borrar los rastros de un posible síndrome de inmunodeficiencia. Muy en secreto, él había acudido al médico desde el 83, debido a múltiples molestias. Aún no había pruebas de diagnóstico y él respondía favorablemente a los antibióticos. Previo a su muerte, dictó un curso y algunas conferencias.
En una entrevista otorgada en mayo de 1981 dijo que “después de la locura, la enfermedad, el crimen y la sexualidad, la última cosa que me gustaría estudiar es el problema de la guerra, estudiar la institución de la guerra en lo que cabe denominar dimensión militar de la sociedad”.
Hasta el momento no se sabe si había comenzado a desarrollar esta idea, lo que si se supo fue que dejó inconcluso su compendio sobre historia de la sexualidad y algunos otros apuntes más, en concreto, miles de fojas, las cuales pidió que se destruyeran tras su deceso. Su deseo jamás fue cumplido, por lo cual, hoy en día, continúan publicándose textos inéditos y las transcripciones de gran parte de sus lecciones impartidas en el Colegio de Francia.
Curiosamente, no se conoce un posicionamiento público del pensador sobre el VIH. Las causas de su muerte estuvieron puestas a discusión en muchos círculos, pero fue a partir de ésta que se creó la primera organización francesa y europea de respuesta al virus, Aides, encabezada originalmente por su novio Lefort y varios amigos más de la pareja.
“En cada momento, paso a paso, uno debe confrontar lo que está pensando y diciendo con lo que está haciendo, con lo que uno es”, fue una de las frases dichas por el intelectual francés, quien consideró que su obra y su pensamiento siempre estaba en movimiento y desentrañaba aquello que la sociedad prefería encerrar e invisibilizar.