Los amantes de la diosa Ishtar
Mesopotamia es considerada el principal punto de partida en la historia de las civilizaciones humanas. Establecida por los sumerios en el actual territorio de Irak y partes de Siria, Turquía y Kuwait, esta región fue el escenario donde surgieron avances que sentaron las bases de la vida en comunidad y el progreso de las sociedades.
En el año 3000 a. C., en la antigua ciudad sumeria de Uruk, los primeros reyes de Mesopotamia adoraban a Ishtar, una gran diosa de la guerra y el amor, cuya imagen aparecía acompañada de leones, como explica el historiador Christian-Georges Schwentzel, de la universidad de la Université de Lorraine, en Francia.
Ishtar revelaba a los enemigos de los reyes y los acompañaba al campo de batalla. Se creía que luchaba como una leona desatada protegiendo a sus crías, en este caso, al pueblo sumerio. Este era su deber sagrado.
Pero la diosa también tenía su lado sensual y sexual. Más que simplemente adorarla como deidad, los reyes de Uruk afirmaban ser los amantes de Ishtar, quien, según himnos reales de la época, los recibía en su cama y ellos “araban la vulva divina”. Para el rey en turno, recibir los favores sexuales y militares de una diosa favorecía su agenda política, legitimaba su reinado y lo convertía en un héroe excepcional para su pueblo.
De acuerdo con Schwentzel, en su artículo “Selling sex: Wonder Woman and the ancient fantasy of hot lady warriors”, las relaciones sexuales divinas también se mencionaban entre los antiguos palestinos y babilonios, aunque los estudiosos no han podido confirmar lo que realmente sucedía en aquellos templos.