Protestar con el baile — letraese letra ese

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Protestar con el baile


Alrededor de 60 cuerpos morenos, queer y no binarios se reúnen en un espacio para “voguear”. Van con pelucas, maquillajes color neón y brillantina, ropa tipo mesh y zapatos de plataforma. No se trata de un salón de baile en Harlem, Nueva York, sino un ballroom en la Ciudad de México.

El vogue es un baile que nació en la década de los setenta en Estados Unidos, donde comunidades marginadas como las latinas, negras y LGBTIQ+ encontraron en esta expresión una forma de protesta ante las inequidades de género y, unos años después, la epidemia del VIH.

Lo que nació como un baile con movimientos rectilíneos y poses de revista de moda se convirtió en un arte que poco a poco se ha ido posicionando en comunidades de muchas regiones del mundo. México no es la excepción, apropiándose de este movimiento como una forma de manifestar las diversidades sexogenéricas propias de lo latino y lo mexicano.

El ballroom

La temática del viernes por la noche es “fantasía neón”. El salón ubicado en las instalaciones del Hotel Selina en la colonia Cuauhtémoc tiene como pintura de fondo en sus paredes un color negro, lo que hace parecer a las personas con vestimenta fluorescente como estrellas en un cielo en plena oscuridad.

Para encontrar el ballroom pueden seguirse dos opciones: prestar atención a la vestimenta de las personas (maquillaje extravagante, plataformas y ropa neón) o prestar atención a la música (melodías que van de lo electrónico a lo pop; uno de los grandes referentes es Madonna).

La casa que ha convocado se hace llamar Kiki House of Rebel, quienes han organizado la noche en segmentos de tiempo para que la mayoría de las personas puedan pasar a la pista de baile.

El costo de entrada es de 50 pesos y dentro del lugar se pueden consumir bebidas como cervezas o cocteles de diferentes bebidas alcohólicas. Los llamados ballrooms, en su traducción al español “bolas”, son espacios organizados y gestionados por las llamadas “casas”, grupos de jóvenes que han formado familias no consanguíneas que se reúnen para voguear y que fuera de la escena de la danza, forman un lugar de cobijo entre comunidad LGBTIQ+. Ejemplo de ello es apoyar a una persona de la diversidad que haya sido expulsada de su hogar debido a su orientación sexual o debido a diagnóstico reactivo a VIH.

Esto convierte a las casas es sus refugios, sitios para demostrar que fuera de los lazos de sangre, se pueden formar familias alternativas.

El ball mexicano se inclina hacia lo Kiki, es decir, una modalidad de casas que prioriza las actividades de protesta y activismo, a diferencia del mainstream, que en la cultura ballroom está focalizado en competencias de baile. Es así como se invita a casas o familias a voguear, donde cada grupo puede buscar la gloria o el goce en igualdad de oportunidades.

“Para entender el voguing se tiene que entender su sistemas de casas. Nosotros bailamos donde se pueda. Comenzamos en la Alameda Central, en la calle, pero vamos a donde se abran las oportunidades. Nosotros, por ejemplo, ya tenemos un espacio en el Injuve (Instituto Nacional de la Juventud)”, comenta Xicali, de Kiki House of Lovas, una casa invitada.

“La razón por la que yo y muchos de nosotres vogueamos es porque aquí podemos existir y tener una familia. Estamos en las buenas y en las malas, aun cuando nuestra familia nos rechaza o discrimina. Yo creo que la mayoría lo hacemos para existir y resistir”, compartió Guadalupe, de Kiki House of Lovas.

 

Lo que nació como un baile con movimientos rectilíneos y poses de revista de moda se convirtió en un arte que poco a poco se ha ido posicionando en comunidades sexodiversas de muchas regiones del mundo. México no es la excepción, apropiándose de este movimiento como una forma de manifestar las diversidades sexogenéricas propias de lo latino y lo mexicano.

 

El baile

Un joven entre los 18 y 20 años se desliza sobre una pista de baile rectangular de aproximadamente 10 metros de largo. Está en cuclillas, avanzando de puntas al ritmo de la música, mientras que con sus manos hace movimientos angulares y rectilíneos a la altura del rostro, copiando poses de modelaje. Tiene un vestido color naranja neón por arriba de las rodillas, usa tenis color blanco. Se observa que su cabellera es larga y los rasgos de su cara son más masculinizados. Lo que más llama la atención es su forma energética de apropiarse del ballroom. La música que acompaña el baile tiene cortes tenues y repentinos, permitiendo que el artista en ese lapso haga alguna pirueta, un split o un movimiento que anime al público. Entre más extravagante y pensado el movimiento, mejor. Cuando se logra la conexión, los espectadores pueden corear frases como “¡Pose!”.

Cuando termina su turno de bailar, en la punta de la pista ya alguien más se prepara para entrar en escena, siguiendo las reglas de un escenario de modelaje. La persona que está por iniciar su partida viste con pantalones cholos, usa una playera de talla mucho más grande que él y tenis negros. Entra con pasos muy sensuales, estirando las piernas por delante y pasando sus manos alrededor de su rostro en movimientos circulares. Busca impresionar en mayor medida con sus movimientos a los asistentes, y que sus poses puedan ser mejor calificados que la persona que los precedió. Está dinámica lleva el nombre de “runaway”, una categoría en la cultura del ballroom que se traduce como “pasarela”.

El animador del evento toma el micrófono para presentar a cada bailarín que tiene aproximadamente 4 minutos para recorrer la pasarela. Esta es la parte más extensa de la noche, que puede variar entre una hora o dos.

Otras categorías que preceden son: butch queen o femme queen, que consisten en que los participantes hagan su mejor esfuerzo por personificar a un hombre heterosexual o una mujer cisgénero; face (la cara más bonita y expresiva), hands (que tenga la capacidad de mantener la atención del público con las manos y pueda contar una historia) y mejor vestido, que premia el mejor vestuario.

Cabe mencionar que en categorías como runaway, las personas no bailan por competencia, ya que es una actividad de apertura de la noche que pretende que las personas experimenten con sus técnicas de baile y calentar el ambiente para subir de nivel hasta terminar en la pasarela estelar, la coronación de la mejor vestida.

 

Los ballrooms son espacios organizados y gestionados por las llamadas “casas”, grupos de jóvenes que han formado familias no consanguíneas que se reúnen para voguear y que, fuera de la escena de la danza, forman un lugar de cobijo entre la comunidad LGBTIQ+.

 

Nace una nueva reina

Son más de las diez de la noche y la gente ya quiere una nueva reina del ballroom. Gritan: ¡cero, cero, siete, siete! Lo que quiere decir que la persona que se encuentra en la pasarela no pertenece a ninguna familia; viene de fuera y quizá es una espía, sin embargo, puede participar en la competencia, e incluso, si pone su mayor esfuerzo, ganar el ball.

Alrededor de cinco personas se anotaron para competir y ser la mejor vestida y la reina del ball. Solo hay espacio para una ganadora. Las personas que tienen la decisión de poner la corona son tres jueces miembros de Kiki House of Rebel.

Uno de los competidores opto por usar un pasamontaña color neón, deja caer sus largas trenzas y debajo de su traje amarillo, que asemeja un material inflable, muestra sus mejores pasos a los jueces. Termina con un split en el centro de la pista, dejando como recuerdo de su performance, su chamarra a los pies de los jueces.

Se acumulan vestuarios extravagantes con plumas, brillos y figuras disputándose el primer lugar. Después de casi 40 minutos de pasarela, se tiene el resultado del o la ganadora. ¡Misterio! El nombre ganador.

La falda le queda por arriba de las rodillas, tanto que casi puede verse sus glúteos. El color y estampado de la prenda es neón en tonalidades azules, amarillas, rosas y verdes. Va en conjunto con una blusa pegada que tiene una capucha. Es como una versión neón y LGBTIQ+ de la Caperucita Roja. Para acompañar sus piernas largas, usa unas botas del mismo estampado de su vestimenta por arriba de las rodillas y de plataforma de más de 15 centímetros.

El ball tiene nueva reina, no pertenece a ninguna casa, pero se lleva la gloria de la velada. Los asistentes aplauden fervientemente y dicen otras palabras en alabanza como “¡reina!”, “¡irresistible cero, cero, siete, siete!”.

Son casi las 11:30 de la noche y una felicidad y calma abraza a los asistentes. Algunos ya con unos tragos de más deciden seguir la celebración en otros sitios. Otros tantos salen del lugar y regresan a sus casas con una sensación de alegría de saber, que, por esta noche, alguien de la comunidad de la diversidad ha sido coronado, aunque en el día a día, las noticias sigan informando sobre crímenes de odio a la comunidad LGBTIQ+.

Por esta noche, la comunidad se celebra a sí misma entre baile, furia y gozo. Los jóvenes ya organizan el próximo ballroom, llevan el baile al espacio público, con el fin de nombrar con el cuerpo lo que existe, pero día con día se discrimina.

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