Una feminista libertaria
El antiguo director de la CIA, John Edgar Hoover, evocó por los años cuarenta del siglo pasado la figura legendaria de Emma Goldman, escritora, ideóloga anarquista y pionera feminista, definiéndola con fervor paranoico como “la mujer más peligrosa de Estados Unidos”. Para muchos de sus contemporáneos, la militante de izquierdas, nacida en Rusia en 1869 y emigrada a los 14 años a Norteamérica, representaba, tanto en sus escritos como en su activismo político, la apología más clara de la violencia popular como forma de protesta frente a la pretendida legitimidad de la violencia de Estado. Esa apuesta por una beligerancia política al margen de la ley tuvo como máxima expresión la serie de atentados perpetrados por anarquistas a finales del siglo XIX que culminaron con múltiples bombas y con el asesinato del presidente estadunidense William Mc Kinley en 1901.
La ejecución sumaria en 1886 de un grupo de anarquistas, los llamados mártires de Chicago, defensores del derecho a las ocho horas laborales, había ya afianzado la postura de la escritora en favor del radicalismo.
Una figura controvertida
La personalidad camaleónica de Emma Goldman, mujer entregada desde muy joven a la militancia política, se benefició en diversas épocas de cuatro nacionalidades distintas (lituano/rusa, estadunidense, francesa y británica), muy convenientes todas para sus múltiples desplazamientos y actividades. Asimismo practicó todo tipo de oficios y profesiones, desde enfermera y escritora hasta promotora de los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales. En 1892, habiéndose incorporado a las filas anarquistas, Goldman respaldó, junto con su compañero sentimental y camarada de luchas, Alexander Berkman, el atentado contra la vida del empresario Henry Frick, crimen finalmente fallido por el cual Berkman, sólo en parte responsable, fue condenado a veintitrés años de prisión. Por su parte, su infatigable compañera continuó la lucha anarquista promoviendo acciones antimilitaristas y posturas en favor los derechos femeninos. Considerada una militante política incómoda y extremista, Goldman es expulsada en 1919 a Rusia. Siempre inconformista, la escritora tuvo una actitud muy crítica frente a la joven nación bolchevique, denunciando el autoritarismo y la concentración del poder en un partido único.
En 1922 abandonó Rusia y refirió su experiencia en un libro, Mi desilusión en Rusia, en el que comentaba: “Durante los primeros años que siguieron a octubre, los bolcheviques toleraron la expresión de las fuerzas populares y dejaron que el pueblo desarrollara la revolución en el seno de organizaciones con poderes cada vez más amplios. Pero en cuanto el Partido Comunista se sintió lo suficientemente instalado en el gobierno, comenzó a limitar las actividades del pueblo con métodos de represión y persecución, y mediante el terror y la liquidación de otros grupos políticos. El Partido Comunista debía encarnar la vanguardia del proletariado, y como tal la dictadura tendría que quedar en sus manos”. Esta postura disidente le valió a Emma Goldman la animadversión de algunos de sus camaradas de lucha, pero también el reconocimiento de la originalidad y vanguardismo que significaba defender con tanta claridad y energía los derechos de las mujeres y homosexuales, en lo que habría de ser la aportación más significativa de la escritora y militante a la causa del anarquismo: su carácter eminentemente libertario.
Feminismo y liberación sexual
Algunas de causas primordiales de la Goldman militante relacionadas con el feminismo fueron el derecho a la contracepción y a la maternidad libre (dos ideas muy ligadas al derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo), la práctica del amor libre (concepto subversivo para la moral de la época), la homosexualidad entendida como la libre elección del género o del cuerpo deseado, y la reivindicación de la igualdad de oportunidades laborales entre hombres y mujeres –posturas libertarias que sólo podían ser defendidas y garantizadas por el anarquismo. Para la autora del libro Vivir mi vida: una anarquista en el tiempo de las revoluciones, el patriarcado era una jerarquía muy parecida a la del Estado capitalista. Con respecto a la institución del matrimonio su juicio es severo: “Una y otra vez se ha probado, de modo irrefutable, que las viejas relaciones matrimoniales reducen a la mujer a las funciones de ser sirvienta del hombre y procreadora de sus hijos. Y sin embargo nos topamos con mujeres emancipadas que prefieren el matrimonio, con todas sus imperfecciones, al aislamiento de una vida de celibato”.
Por otro lado, Goldman consideraba que los homosexuales y las lesbianas debían participar plenamente en todo proyecto de liberación social. En 1895 la escritora se solidarizó de modo muy activo con la defensa de Oscar Wilde durante su proceso, exigiendo siempre justicia hacia quienes padecían la opresión por su orientación sexual disidente. En palabras del sexólogo Magnus Hirschfeld, “Goldman realizó una campaña valiente y vigorosa por los derechos individuales. Fue la primera y única estadunidense que defendió el amor homosexual frente a grandes auditorios”.
El argumento antimilitarista
La lucha contra los poderes establecidos, ya fuera el Estado concebido como aparato represor y defensor del capitalismo y la propiedad privada, o instituciones como la Iglesia o el ejército, cuestionadas siempre por los ideólogos del anarquismo (¡Ni Dios ni amo!), fue reivindicada por una Emma Goldman con vocación pacifista. Su crítica al militarismo nacía de su rechazo visceral del patriotismo, el cual exhibía, según su opinión, tres elementos fundamentales: el desprecio, la arrogancia y el egoísmo. Para ella, todo patriotismo inculcaba en la mente el recelo o rechazo a todo lo extranjero en tanto posible portador de amenazas o de oscuros propósitos desestabilizadores para una nación. Era por ello preciso defenderla siempre, mostrar un nacionalismo intransigente y recurrir a la fuerza militar como barricada protectora. Sin embargo, esa actitud pretendidamente heroica tendría consecuencias desastrosas. La escritora lo señala: “El militarismo destruye los elementos más sanos y productivos de cada nación. Derrocha la parte más importante del ingreso nacional bruto. El Estado gasta así muy poco en la educación, arte, literatura o ciencia en comparación con las sumas considerables que destina al armamento en tiempos de paz. Durante la guerra todo lo demás no tiene ya importancia: la vida languidece, todos los esfuerzos quedan bloqueados, el sudor y la sangre de las masas sólo sirven para alimentar al monstruo insaciable de un militarismo cada vez más arrogante, agresivo y seguro de su importancia. Para mantenerse en vida, requiere siempre de una energía suplementaria. Por ello buscará siempre un enemigo y, si llegara a faltarle, terminará por crearlo artificialmente”. Por sus posicionamientos políticos y la coherencia moral con la que supo sostenerlos, Emma Goldman, la anarquista irredimible, no sólo fue una de las figuras feministas más lúcidas de su tiempo, sino también la más visionaria de todas.