El paria literario
De la llamada Generación Beat (beat por ritmo, beat por latido), tendencia cultural surgida en los años cincuenta del siglo pasado, integrada por escritores y poetas como Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Gregory Corso o Lawrence Ferlinghetti, ninguna figura más relevante y polémica que la del novelista y artista visual William Burroughs (1914-1997). Autor de una veintena de novelas y relatos breves, ensayos y escritos autobiográficos, títulos entre los que destacan el célebre Almuerzo desnudo (Naked Lunch, 1959), y sus primeros dos relatos, Yonqui (Junkie, 1953 y Marica (Queer, 1985), así como dos trilogías de escritura experimental, Burroughs se convirtió rápidamente en un poderoso icono del movimiento de la contracultura, floreciente en la década de los setenta.
Sin embargo, los aspectos más notorios de su personalidad fueron, para muchos, su larga adicción a los opiáceos y drogas duras como la heroína y la morfina, el asesinato involuntario de su esposa, y su homosexualidad, los cuales acentuaron la leyenda urbana que él encarnó y que nutrieron poderosamente el contenido de su obra.
Un aventurero desclasado
El nombre completo del escritor delata orígenes y signos de nobleza: William Seward Burroughs II. Nace al inicio de la Primera Guerra Mundial en el seno de una familia acaudalada de St. Louis, Missouri, y su padre es William Seward Burroughs I, fundador de la compañía de máquinas sumadoras Burroughs, convertida luego en una gran corporación de máquinas escribir. La temprana curiosidad intelectual del joven William le lleva a estudiar literatura inglesa en Harvard, a procurar allí un posgrado en antropología, e incluso a realizar más tarde estudios de medicina en Viena. Luego de su fallida incorporación a las fuerzas armadas, Burroughs se inicia en el consumo de la heroína, sustancia a la que será adicto el resto de su vida.
En 1943 toma distancia con su familia y su ciudad de origen en el cinturón bíblico norteamericano, para mudarse a Nueva York, lugar donde se libra abiertamente a las drogas y a la frecuentación de bares homosexuales en el barrio bohemio de Greenwich Village. Es durante esa temporada cuando entabla amistad con los escritores Allen Ginsberg, autor del célebre poema Aullido (Howl, 1956), y Jack Kerouac, quien poco después publicará En el camino (On the Road, 1957), novela autobiográfica, en clave de monólogo interior, imprescindible para entender el espíritu y andanzas de los integrantes de la generación beat. Un atisbo al itinerario espiritual y libertario de los personajes de esa novela lo presenta el road movie homónimo del brasileño Walter Salles, de 2012, donde el actor Viggo Mortensen encarna a Burroughs bajo el nombre de Old Bull Lee, y Sam Reilly al propio Kerouac. La inquietud nómada del joven Burroughs se irá precisando con el tiempo. La experiencia neoyorkina será inspiración de su primera novela, Junkie, en 1953. En ese mismo año publica Queer, relato ambientado en parte en la Ciudad de México, lugar donde residió el autor largo tiempo, y que será reditada, por razones de censura y en su versión final, hasta 1985, siendo inspiración del film homónimo del italiano Luca Guadagnino en 2024.
Un viaje más, esta vez a Marruecos, estimulado por la lectura del novelista Paul Bowles, será el origen de la redacción del libro más emblemático de Burroughs, El almuerzo desnudo, una despiadada disección de la sociedad de consumo a partir de un alucinante itinerario por el mundo de las drogas en un espacio ficticio que el autor denomina la Interzona. El estilo literario es aquí caótico y magistral, con frases entrecortadas –técnica suya del cut-up, similar al collage en pintura– encaminadas a desenlaces inciertos que siembran la zozobra en el lector e inauguran una revuelta cultural a través de la implosión del lenguaje.
Una realidad aparte
Los periodos sucesivos en la escritura de Burroughs estarán marcados por la experimentación con el lenguaje y por la exploración esotérica. Pero el impulso mismo de escribir tiene su origen, según el autor de La máquina blanda (The Soft Machine, 1961), en una experiencia personal traumática sucedida en la Ciudad de México. Al lado de su segunda esposa, Joan Vollmer Adams, el escritor experimentó todo tipo de drogas, mientras ella era adicta a la bencedrina, una anfetamina entonces de venta libre en México. Una noche, Burroughs propuso a su mujer un juego macabro: disparar a una manzana colocada sobre su cabeza, a la manera de Guillermo Tell. El tiro falló y Joan Vollmer murió casi al instante. Los abogados del escritor alegaron un disparo accidental al caer el revolver de una mesa, los peritos en balística fueron sobornados, y Burroughs libró el “incidente” con una pena mínima de dos años de los cuales sólo cumplió un tiempo breve. Sin embargo, el recuerdo de la tragedia fue imborrable y decisivo para su propia creación literaria y su abandono total a fantasías esotéricas, visiones alucinantes, que crearon una dimensión distinta alejada por completo de la realidad cotidiana.
En la Interzona imaginada por Burroughs no existen las coincidencias ni los actos fallidos ni los destinos señalados. Todo lo preside una voluntad superior extraña, un Ser Maligno, que precipita la fatalidad, que acciona el arma asesina contra una mujer inerme, que controla a todos los seres y sus actos, y de la cual el propio Burroughs sólo podrá liberarse mediante el ejercicio de la escritura. En este sentido, la droga –llámese heroína, morfina o la ahuayasca amazónica a que alude el escritor junto con Allen Ginsberg en sus Cartas del Yage (1953)–, es el combustible perfecto para el exorcismo exigido.
De todos los escritores de la generación beat, ninguno llevó a tales extremos este tipo de exploración extrasensorial, tampoco la disrupción radical del quehacer literario y sus inercias. Esa es la originalidad de Burroughs y una de las claves de una popularidad que persiste hasta la fecha.
Exterminador
Una clave esencial para entender la obra y vida de Burroughs es la (re)lectura de su novela El almuerzo desnudo, un libro explosivo para los censores que por largo tiempo lo denostaron y persiguieron acusándolo de obscenidad, aunque fascinante para sus seguidores, sobre todo jóvenes, que prácticamente lo convirtieron en una obra de culto. Tres décadas después de publicado, el cineasta canadiense David Cronenberg lo adapta para la pantalla en una película homónima en la que el actor Peter Weller caracteriza a Bill Lee (alter ego del novelista), un exterminador de cucarachas (oficio que el propio Burroughs desempeñó por un tiempo), quien decide ingerir el propio veneno que utiliza para su faena destructora. Se desata entonces una pesadilla poblada de paranoias e insectos antropomórficos, situada en la Interzona, un espacio distópico poblado de burócratas que controlan una droga, la Carne Negra, que genera en Lee alucinaciones incontrolables.
El relato delirante es premonición de tiempos, como los actuales, dominados por el caos. La visión pesimista de Burroughs, su genio iconoclasta, inspirará a escritores y músicos –J.C. Ballard, William Gibson, Philip Dick, David Bowie, Patti Smith o Lou Reed. Una lectura imprescindible.