Revival tour
Vengo por ustedes, maricones. Y contra todo aquello que la political correctness llama ingenuamente conquistas civiles, metida en el brete mitológico de los derechos humanos. Chucherías que dieron huesos qué roer al populacho en el gobierno hipócrita de Obama.
Un largo lamento nace en los telediarios, llega hasta los santuarios hispanos. Parentela ilegal y piojosa. Hermanos, primas, amigos del mismo trauma lucen los estragos galopantes de mi sortija electrizada. La humanidad ha fracasado, viva la peste.
Yo mismo soy insecticida, dicen, rocío con mi ponzoña pragmática a las minorías. LGBT, mujeres, periodistas, viciosos, afros, musulmanes, malnacidos bajo la constelación “Ñ”. A todo vapor van siendo eliminados los crédulos del calentamiento global.
El vértigo de mis travesuras trasnacionales les quita el aliento. Los arrincono al borde del despeñadero. Precipicio de honda majestuosidad. Gócenlo al menos. Todo deviene en placer sexual. Carbones encendidos de mi negocio favorito, erotismo sádico en la carne vulnerada.
¿Apenas pueden conciliar el sueño con la dosis diaria de noticias que les receto desde mi imperio kitsch? Esperen un poco que falta más. Llega una marcha de mujeres a la Casa Blanca, la encabeza Miss Cerdita Pussy.
Escuchen. La depredadora reflexiona y se estira. Me crecen las garras. El mundo nos aburre por incierto y frágil. Quebradizo y fugaz. Como la arquitectura de las palabras democracia, libertad, igualdad, género y lalalá. El tiempo devora todo lo demás.
A fuerza de tuits y firmas ejecutivas desmantelo el abanico de referentes atómicos, mojones culturales hediondos a siglo viejo. Los tiro por la borda de mi yate lujurioso. Luego hundo el trasatlántico. Todos contentos. Sigue el tour.
La lección es clara: ninguna conquista social o política es para siempre. Tranquilos, no va a pasarles nada peor de lo que ya conocen. Les dolerá, es cierto. Lo superarán. Prosigo. Ningún avance democrático está seguro ni es inexpugnable el monte Olimpo. Hasta los niños lo saben. Quiero que lo repitan en sus cuentas de Face.
Nostálgica del romanticismo patriarcal, me agazapo en las trincheras del incendio verbal. Me halaga la analogía que me tilda de agente infeccioso; oportunista y poderosa, como lo marcan mis propios manuales, me declaro presta a recuperar los enclaves que mi padre heredó.
Así de intensa soy, así de salvaje. Les tomo la palabra. Vamos a la guerra. Así de despreciable o magnánimo es el juego de un macho alfa con peluquín jotito. Sicario socialité. El puñal de Hitler es un siervo de la caridad.
Camino en altas zapatillas por los andadores de la cuadra. Con parpadeo altanero delimito territorios, embriagada con el aroma añejo de una verga valedora. Verán mi sombra por las medianeras.
Me detengo a la vera de un arroyo de aguas negras. Pestilencia. Sangre de América, perra sarnosa al pie de una hermosa, alta, gruesa muralla. Electrificada púa. El muro encierra una estafa residencial de clase media.
Una cerrada es cárcel por voluntad propia. Cobardes. Uno tiene que comprar lo que no puede obtener gratis: vida feliz en común soledad. Violencia es la divisa. Carne encerrada en la burbuja del bienestar ilusorio. Ratonera.
La muralla de los colonos me da la pauta para el proyecto magno de mi régimen de espanto. Tanto pensar en grande me enciende los pezones. Estudio la mecánica del gueto, preparo a los críos en táctica militar. Listos para la caza, con autosacrificio disponible en internet.
Nadie tiene la cara de reclamarme nada. Es sólo que hay nuevas reglas de exclusión en sus propias pirámides. Soy la encarnación de una metáfora de odio que ya les mostró los colmillos. Pinche Sida.